Ensayo

VILA MATAS- J. M. DE PRADA

ÉXITO, COMPROMISO, CINE, EE ÉXITO, MINISTRA, TRANSGRESIÓN

10 mayo, 2000 02:00

Juan Manuel de Prada, narrador de insultantes juventud y talento, y Enrique Vila-Matas, novelista de culto, se enfrentan hoy a un puñado de preguntas, cara a cara. Los riesgos del éxito temprano y las exigencias del mercado; la felicidad de escribir, las fronteras de la novela y la imposibilidad final de la literatura; el compromiso del intelectual y lo que cabe exigirle a la nueva ministra de Cultura; las razones del nuevo "baby boom" y las luces y sombras del cine español son algunos de los temas abordados. Los dos coinciden ahora con un libro de género híbrido, Las esquinas del aire (Prada) y Bartleby y compañía (Vila-Matas)

A De Prada, "la imagen mesiánica del escritor, encaramado en un púlpito desde el que pronuncia catequesis" le produce "un horror incalculable"

"Está bien jalear a Almodóvar y alguna tonteria de Amenábar, pero no me parece tan bien que nos olvidemos de Ercice, que es el mejor", dice Vila-Matas


¿Conciben la literatura como una carrera de largo recorrido? ¿De qué manera el éxito precoz, los premios, las modas y las carreras por las ventas pueden transformar o incluso han transformado sus manera de plantearse la escritura?

-Enrique Vila-Matas: Decía Simenon que escribir no es una profesión, sino una vocación de infelicidad. Plenamente de acuerdo en lo primero y en desacuerdo con lo segundo, al menos en lo que respecta a mí, porque yo soy muy feliz escribiendo. Ahora mismo, sin ir más lejos, se me escapa la risa y me lo paso muy bien reflexionando sobre la encrucijada en que me encuentro: ser o no ser un bartleby. Por una parte, si es verdad como dicen algunos que ya nunca podré superar mi último libro, quedaría redondo que me retirara y pasara a ser el escritor que, escribiendo sobre los que no escribían, dejó de escribir. Por otra, si es verdad que he escrito tan buen libro, tengo en realidad una excusa inmejorable -puesto que escribo bien- para seguir escribiendo.

"En cuanto a lo de las carreras por las ventas, yo he practicado siempre -y ahí está mi trayectoria para demostrarlo- una literatura puramente aparente que -ya lo decía Schopenhauer, el fenómeno no es ni mucho menos nuevo- "va al galope a través del ruido y de los gritos de aquellos que la practican y presenta cada año millares de obras en el mercado, pero al cabo de unos años uno se pregunta dónde están, qué ha sido de su renombre tan rápido y ruidoso".

-Juan Manuel de Prada: Sinceramente, creo que siempre he mantenido mi trabajo al margen de presiones editoriales y de ese tontorrón aquelarre del éxito. Incluso cuando mi editorial me daba la tabarra para que acabase pronto un libro que aprovechase el tirón del premio Planeta no les hice ni puñetero caso y me dediqué al libro que me apetecía escribir. Un libro, por lo demás, muy poco comercial, que ni siquiera se adaptaba al canon estricto de la novela, extremo este que ponía muy nerviosos a algunos ejecutivos de la editorial. En líneas generales, me da la impresión de que la intromisión de las leyes del mercado en el ámbito literario ha distorsionado el trabajo de los escritores más descaradamente mercenarios, pero quienes aman su vocación resisten el envite sin inmutarse.

Tramas mestizas y contaminadas

Sus últimos libros parecen confirmar la muerte de la novela, o al menos su renovación, al haber optado por un híbrido de varios géneros: en él hay ficción y hay ensayo y biografía... ¿creen que es inevitable, que la novela está agotada? ¿Por dónde estiman que van a ir los tiros narrativos ahora? ¿Queda aún algo nuevo que contar?

-De Prada: Quedaría uno como un pretencioso enterrador y un descubridor de finisterres si hablase de "muerte de la novela". Yo no creo en la muerte de los géneros, por la sencilla razón de que tampoco creo demasiado en su existencia compartimentada. Más bien creo en la literatura como una forma de interpretar la realidad, una materia indistinta en la que el escritor se zambulle para rescatar el tesoro o la ganga de sus obsesiones. La historia de la novela es la historia de una contaminación; quizá porque carecía de una legitimación clásica en el estricto sentido de la palabra, la novela siempre ha tendido a invadir los moldes adjudicados por la tradición a otros géneros. Y creo que este proceso de contaminación genética se agigantará en los próximos años, a medida que el público lo vaya aceptando. No debemos olvidar, por otro lado, que la pura narración que nos ofrecían las novelas de antaño nos la ofrecen hoy el cine o la televisión. Evidentemente, ya no queda nada nuevo por contar (quizá no quede nada nuevo desde tiempos de Homero); restan, eso sí, infinitas formas de contarlo.

-Vila-Matas: El escritor que trata de ampliar las fronteras de lo humano puede fracasar. En cambio el autor de novelas convencionales nunca fracasa, no corre riesgos, le basta con aplicar la misma fórmula de siempre, su fórmula de académico acomodado, su fórmula de ocultamiento. Para mí, escribir es una actividad de alto riesgo, pues de no serlo me aburriría. Me aburre, por ejemplo, toda esa novelística tan en boga en España-nuestra narrativa sé parece cada vez más a una galería de copias de cuadros- que se niega a enterarse de que la primera función del arte es extrañar, romper los hábitos de la percepción y volver nuevo y diferente lo viejo. Me atrae en estos momentos un género que -como Los anillos de Saturno de Sebald o Microcosmos de Magris o El arte de la fuga de Pitolmezcla la narración con la experiencia y con la realidad traída al texto como tal, algo así como el tejido de un tapiz que se dispara en muchas direcciones: materia ficcional, documental, autobiográfico, ensayístico, histórico, epistolar, libresco... Me atraen las estructuras o tramas mestizas que, como me ha sucedido en Bartleby y compañía, dan gran libertad creativa.

El modelo Borges y los adelantos de las agentes
Primero fue el "boom"; luego, los autores españoles volvieron a apasionar en Latinoamérica, y ahora son los hijos del "boom" quienes aquí copan los premios, obtienen las mejores críticas, interesan a los editores... ¿es moda o algo más? ¿Qué se está cociendo allí que aquí ignoramos?

-De Prada: Lo que más me sorprende de este nuevo -aunque todavía tímido- auge de la literatura
Hispanoamericana es que, a diferencia de lo que ocurrió en tiempos del "boom", en los que el lector europeo parecía buscar un tipo de novela menos "civilizada" o premeditada, más agreste o desaforada, en las novelas de estos nuevos jóvenes autores descubro un grado de sofisticación y artificio (en el sentido borgiano de la palabra) que nos hace parecer a los europeos el colmo de la naturalidad. Sinceramente, me parece que lo que aportan estos jóvenes trasatlánticos es el hastío que les producen sus padres; su elección -muy conscientemente planeada- parece ser la de negarlos mediante una literatura mucho más calculadamente literaria, incluso libresca. Todos, en cierto modo, me parecen discípulos del modelo Borges, detractores tácitos del modelo García Márquez. La elección me parece acertadísima; no puedo disimular mi simpatía hacia esa actitud.

-Vila-Matas: El mercado interior en España se puso por las nubes, los agentes elevaron el nivel de los adelantos y entonces, dado que la tendencia era la lectura de textos en lengua española, los editores ampliaron el mercado en Hispanoamérica, donde volvían a poder cobrarse las importaciones y donde las políticas neoliberales desprotegían y siguen desprotegiendo a las editoriales autóctonas. Ya lo decía Félix de Azúa en estas mismas páginas: hoy lo que nos orienta sobre el sentido del mundo es el mercado. Con todo, bienvenido sea este desembarco de autores hispanoamericanos. Primero llegaron los que ya vendían mucho en Francia o Alemania: Isabel Allende o Luis Sepúlveda. Más tarde, el sexo y exotismo de Zoe Valdés. Después, Abilio Estevez, los premiados por Alfaguara, y también una vistosa colección de autores en la estela rancia del realismo mágico. Poco a poco, van llegando por fin las obras de los narradores para mí más interesantes: autores que, por su sentido de la ruptura y el riesgo, avanzan con el discreto aire fresco de los rezagados. Aira, Fresán, Villoro, por ejemplo.

"Pero se produce un hecho divertido, lo ha señalado recientemente Constantino Bértolo en la revista "Guaraguao". Seguimos pensando que todo pasa por España, que somos el centro. Una vez más hemos vuelto a insistir en una versión españocentrista del asunto, sin tener en cuenta que en la realidad mundial de ahora tal visión es más un sueño (imperial) que un hecho factible. Ya no somos la metrópoli. Basta viajar a México, por ejemplo, para comprobarlo. Allí la literatura regional castellana -esa tan jaleada por algunos críticos mesetarios- no es más que el bochornoso espectáculo de la provincia. Es muy posible que, como apunta Bértolo, la nueva lectura de lo latinoamericano se esté gestando en territorio de los Estados Unidos.

¿Bartieby o grafómano?

Quizá sean antitéticos. Uno defiende a los bartlebys que renuncian a la escritura en una muestra de suprema lucidez. Otro es tildado de grafomaníaco enfermizo: ¿No sienten la tentación de cruzar al otro lado? ¿Por qué renunciarían a escribir?

-Vila-Matas: Ni defiendo ni ataco a los bartlebys. Se dan a veces lecturas superficiales de mi libro, lecturas que se quedan en lo puramente anecdótico de la cuestión Porque más allá de las historias dE los bartlebys lo que plantea el librc es el tema de la imposibilidad material de la literatura, eso de lo quE tanto habla Kafka en sus Diarios. O; por decirlo de otra forma, mi libro, a caballo entre lo narrativo y lo ensayístico, plantea la cuestión de fondo más relevante de toda la modernidad: ¿Quién soy yo para escribir?¿Y quiénes son los otros para leerme?

-De Prada: Quiero pensar que nc lo somos. He crecido aprendiendc de un escritor como Vila-Matas, desde aquella lejana Impostura. La idea que se tiene de mí como de un escritor compulsivo, fatídicamente encadenado a la escritura es falsa; si fuese rico por mi casa escribiría de forma mucho más lúdica y estreñida. Pero también mentiría si dijese que mi ritmo de producción me impone sufrimientos y quebrantos. La renuncia a la escritura, ese fantasma que gravita sobre el futuro de cualquier escritor, es algo que contemplo sin pavor: el día que haya contado todas las cosas que quiero contar dejaré de hacerlo. Lo que no estoy dispuesto es a repetirme patéticamente.

De alguna forma, bien distinta, ambos están comprometidos con su tiempo. ¿Qué manifiesto firmarían hoy y por qué? ¿Creen que tiene sentido que el intelectual entre en acción o la sociedad no lo necesita? ¿Tiene derecho el escritor a permanecer impasible ante la realidad?

-De Prada: La imagen mesiánica del escritor, encaramado en un púlpito desde el que pronuncia su catequesis, me produce un horror incalculable. Creo, en efecto, que el escritor debe pronunciarse sobre aquellos aspectos de la realidad que lo subleven o irriten, pero eso no justifica ciertos transportes jeremíacos, ciertas beaterías laicas tan del gusto de los firmantes de manifiestos. Sólo he firmado uno, en defensa de un amigo torpe e ignominiosamente defenestrado por quienes ostentaban el poder; creo que la amistad es la única justificación a estas formas gregarias de la mala literatura. El escritor debe enfrentarse en soledad a los asuntos que le desagradan; los escritores en comandita suelen deparar un espectáculo deplorable.

-Vila-Matas: Soy de izquierdas de toda la vida, lo soy con las misma cazurrería que alguien puede decir que es de derechas de toda la vida. Mentalmente, puedo colocar bombas en muchos sitios. Mentalmente, soy un activista del Situacionismo, un militante fervoroso de las teorías de Guy Debord. Mentalmente, cambio todos los días la estatua de Cambó que hay en Barcelona y coloco en su lugar a Durruti.

"Tengo algo de escritor comprometido, en el sentido en que Sartre definió esa categoría: "un autor que se interesa por los hechos de los demás". Pero como escritor estoy básicamente comprometido con las palabras, con la búsqueda de la moral, la forma, el placer de un texto bien hecho; quiero decir con esto que, por ejemplo, en una descripción bien hecha, aunque sea obscena, siempre hay algo moral: la voluntad de decir la verdad. Podría ser que sólo en las palabras mismas hubiera un compromiso con esa verdad. Y ahí nos encontramos con una paradoja, pues tal vez la verdad esté en lo que sospecha CasiWatt, el narrador de Bartleby y compañía: que incluso las palabras nos dejan, y con eso está dicho todo.

¿Qué les parece la nueva ministra de Cultura? ¿Qué hay que exigirle y cuáles son las primeras medidas que debería asumir?

-De Prada: Mi primera impresión, a decir verdad, ha sido algo muy parecido a la impavidez, pues no tengo el gusto de conocer a Pilar del Castillo. Sin embargo, el temor a que fuesen elegidas otras funestas personas que se barajaban me obliga a estar esperanzado. Creo que lo que urge es devolver el latín, las Humanidades y el conocimiento de nuestra propia historia a las escuelas; parece que últimamente la educación consiste en criar analfabetos funcionales conectados a Internet. En materia cultural, le pediría que actuase sin sectarismos, pero también sin los bochornosos complejos que han exhibido otras gentes subalternas de ese mismo Ministerio. La única normalización lingöística que se me ocurre es aquélla que deja al lenguaje hablar por la boca del pueblo, sin someterlo al corsé de unas leyes impuestas. Que dejen a la gente hablar en libertad.

-Vila-Matas: Me siento en minoría absoluta ante Bandera Roja. Bromas aparte, debo decir que mis relaciones con las diversas naciones que me consideran su súbdito son muy parecidas a las que tenían con la sociedad los hijos sin hijos de un antiguo y querido libro mío. Al igual que ellos yo soy alguien a quien su propia naturaleza aleja de la sociedad y que, en contra de lo que pueda pensarse, no necesita ninguna ayuda, pues si quiero seguir siendo de verdad sólo puedo alimentarme de mí mismo.

Ambos son autores fascinados por el cine. Ya sea en "Fotogramas" o en %ickel Odeon", han analizado películas y actores: ¿hay razones para la euforia que vive hoy el cine español? ¿Cuáles son las principales virtudes y carencias del joven cine español de los Amenábar, Bajo Ulloa, Benito Zambrano, Fernando León?...

-Vila-Matas: ¿Se acuerdan ustedes de Víctor Erice? Es el mejor director de cine español. Es uno de los pocos artistas que nos quedan y no hace mucho le impidieron que realizara El embrujo de Shangai, adaptación de la novela de Marsé. Creo que dice mucho del estado real del cine español de ahora. Está bien jalear a Almodóvar y alguna tontería de Amenábar, pero no me parece tan bien que nos olvidemos de Erice. Que esto suceda confirma mi impresión de que el noventa por ciento de lo incluido en el arte de los últimos años es la destrucción teórica y práctica de un posible concepto de arte.

-De Prada: La euforia que aureola al mediocre cine español me parece una muestra de desquiciamiento o ceguera colectiva que da un poco de risa. Por cada película española meritoria se estrenan decenas de bodrios. Por cada obra maestra (y Solas, desde luego, es una de las grandes obras maestras del cine español, sin duda la mejor opera prima desde El espíritu de la colmena) se estrenan un número nada desdeñable de películas que son el fruto de una empanada mental considerable. En general, percibo en el cine español una perfección técnica cada vez más notable, que encubre un pavoroso vacío en cuanto a conocimiento de la verdad humana. Pero, por lo que se ve, el envoltorio despista al público.

Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) estudió Derecho, aunque comenzó desde muy joven a colaborar en Prensa y a concurrir a todo concurso literario que cayera en sus manos. Columnista impetuoso y brillante, se dio a conocer como narrador con Coños (1995), un curioso libro de relatos de claras resonancias ramonianas. La crítica también aplaudió su segundo libro de cuentos, El silencio del patinador (1995), pero la consagración le llegaría con su primera novela, Las máscaras del héroe (1996), ambientada en la vida bohemia y canalla del Madrid del primer tercio de siglo. En 1997 conquistó el premio Planeta con La tempestad. Su última obra, Las esquinas del aire,aparecida hace dos meses, es una biografía novelada en torno a Ana María Martínez Sagi.

También los padres de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) quisieron que estudira Derecho, sseguros de que no se iba a ganar la vida escribiendo. Sin embargo, a los dieciocho años, comenzó a ganarse la vida escribiendo para la revista cinematográfica "Fortogramas". En la actualidad, colabora habitualmente en prensa. Novelista de culto, entre suis obras destacan: Mujer en el el espejo contemplando el paisaje (1973), La asesina ilustrada (1977); Al sur de los párpados (1980), Nunca voy al cine (1982); Hijos sin hijos (1993); El viajero más lento (1992); lLejos de Veracruz (1995); Suicidios ejemplares (1995); Historia abreviada de la literatura portátil (1996); Extraña forma de vida (1997) y El Viaje vertical (1999). Acaba de publicar su última novela a vueltas con el ensayo y la biografía; Bartleby y compañia