Ensayo

La voz del crepúsculo

Derek Walcott

24 mayo, 2000 02:00

Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Alianza. Madrid, 2000. 322 páginas, 2.600 pesetas

Aparte de consideraciones personales y más o menos sentimentales, lo que interesa de esta recopilación de ensayos es la percepción, la visión que un poeta tiene de otros creadores, sobre los que vierte a veces afirmaciones sorprendentes

Desde que en 1992 el escritor caribeño Derek Walcott fue galardonado con el premio Nobel su nombre resulta cada día más familiar para el público español. Y no solo por su amor a España, con continuas visitas a nuestro país prácticamente cada año (el próximo mes de julio pronunciará una conferencia dentro de los cursos de El Escorial), sino porque su obra está siendo sistemáticamente traducida al castellano. Islas, Omeros, El testamento de Arkansas, Verano, traducida este mismo año en excelente versión de Vicente Araguas... Todos estos títulos nos remiten a poemarios, pero Walcott además de poeta es dramaturgo y también ha escrito ensayos e incluso algún que otro relato breve. Y son precisamente sus ensayos, además de un relato breve, lo que recoge este último volumen.

Los escritos que se reagrupan en este volumen abarcan un período de más de veinte años y el material que nos ofrece es al mismo tiempo homogéneo y heterogéneo. Homogéneo porque la parte central del volumen se dedica a su particular apreciación de escritores; heterogéneo por tratarse de autores que apenas si tienen alguna otra cosa en común entre ellos que no sea el escribir en inglés. Se trata de autores a los que Walcott conoce muy bien, pues además de excelentes escritores se trata en algunos casos de amigos suyos, como el añorado Brodsky, a quien dedica el volumen, o Ted Hughes, en cuyo funeral estuvo presente.

Pero aparte de consideraciones personales y más o menos sentimentales lo que interesa de esta recopilación de ensayos es la percepción, la visión que un poeta tiene de otros creadores. No me atreveré a destacar uno entre todos porque en cada uno de ellos nos vemos continuamente sorprendidos por la agudeza crítica de Walcott que, no olvidemos, es también profesor de literatura en la Universidad de Boston. Desde luego que su faceta docente resulta palpable en "El maestro de lo cotidiano: Philip Larkin" y "El camino elegido: Robert Frost" con puntuales y acertados comentarios sobre sus poemas (se agradece que los versos aparezcan en bilingöe). Pero lo que resulta especialmente chocante son algunas de las afirmaciones vertidas. En el ensayo "Una labor mágica: Joseph Brodsky", leemos, "Las democracias se muestran tiránicas con su arte. El arte más inocuo es aquel que garantiza la perpetuidad de la república, la salvaguarda o la recompensa de la mediocridad..."; no menos sorprendente resulta "Sobre Hemingway" donde encontraremos valoraciones del tipo, "En este sentido Hemingway es un escritor antillano, porque, herido como estaba, esta parte de América le parecía nueva, como le sucedió a Twain con el Misisipi."

Pero incluso más atractivo que el contenido resulta el propio medio, el lenguaje de Walcott para expresar ideas de corte científico. Más que ante un estudio erudito el lector tendrá la sensación de encontrarse ante una especie de poema en prosa. La riqueza del lenguaje, la textura de las palabras, la sensualidad de las imágenes... "Todo poeta lleva en el alma un particular ocaso, y el de Brodsky no es el de un mar oscuro como el vino..." o "El (Frost) mismo llegó a parecerse a un abedul torcido, con su corteza jaspeada, su voz ronca y susurrante".

En este volumen también se incluye su discurso de aceptación del premio Nobel, probablemente la mejor composición narrativa de Walcott donde el Caribe alcanza una dimensión mítica, épica, legendaria... como sus propias gentes y su concepción de la existencia.