Ensayo

Francis Bacon

Michael Peppiatt

31 mayo, 2000 02:00

Trad. C. Salmerón. Gedisa, 2000. 400 páginas, 3.500 pesetas

"Preferiría que todo acerca de mi vida estallara después de mi muerte y que desapareciera". Tal es una de las muchas declaraciones del pintor británico Francis Bacon que Michael Peppiatt recoge en esta biografía íntima.

Se conocieron en el verano de 1963, cuando Peppiatt era un jovencísimo estudiante de arte que quería entrevistar entre otros a Lucien Freud, Kitaj y al propio Bacon, para la revista universitaria "Cambridge Opinion". Como él mismo afirma, la entrevista se prolongó a lo largo de los treinta años siguientes.

Bien podemos deducir que buena parte de lo que cuenta procede de testimonios directos y cabe decir que, pese a la creencia de Bacon de que cuanto más indiscreto fuese un libro de este tipo, más interesaría a la gente, Peppiatt ha limitado sus chismorrerías hasta los límites precisos para dar a conocer el rostro secreto de su biografiado. Para el lector español resulta interesante cómo aborda Peppiatt las relaciones de Bacon con Velázquez y Picasso -las dos mayores influencias, formal e imaginariamente hablando, que conoció en su vida artística-; sus vínculos amorosos de ancianidad con un joven español, sobre el que mantiene en secreto su identidad, por el que llegó a hablar en castellano y a viajar, en el que fue su último desplazamiento, a Madrid, durante cuya estancia falleció el 28 de abril de 1992.

Se ocupa igualmente del seguimiento de su carrera artística, lo que supone, además de la narración por extenso de las revelaciones que el propio pintor le hiciera, la inclusión de muchas interpretaciones personales, con las que ya me resulta más dificultoso coincidir. Curiosamente, no son las interpretaciones biográficas o psicoanalíticas las que más me distancian de Peppiatt, sino aquellas otras en las que, por convertir a Bacon en centro exclusivo de su atracción, tiende a superponerlo a otros, regalándole altura. Aunque he de reconocer que nunca elude una crítica cuando lo considera necesario ni ignora tampoco el inevitable declive artístico de los últimos años del pintor.