Ensayo

El novio del cine

Vicente Molina Foix

31 mayo, 2000 02:00

Temas de Hoy. Madrid, 2000. 195 páginas, 2.200 pesetas

Vicente Molina Foix ha sido crítico en "Film Ideal" y en "Fotogramas", y cualquiera de sus críticas, como las de José Luis Guarner y las de Truffaut , eran apasionados análisis formalistas hechos desde el conocimiento y el sentimiento. No es extraño, pues, que El novio del cine sugiera, desde su mismo título, una boda inevitable entre el arte y el artista, que siente por el cine "deseo y carencia, como el enamorado los siente por la persona amada".
Por lo que tiene de acto colectivo y litúrgico, el cine ha participado enérgicamente en la educación sentimental de sus adictos. Ahí radica la parte más fascinante de este libro libérrimo, en las confesiones de Molina Foix, siempre de una sinceridad entre pudorosa y honesta, directa: el escritor, que se sienta ahora mismo en la silla de director para enfrentarse a su zodiacal ópera prima Sagitario, no duda en explicarnos su amor por las salas de cine, sus primeras experiencias sexuales a la luz de un proyector, las costumbres cinéfilas de sus compañeros de generación (Azúa, Javier Marías) y de sus maestros (García Hortelano, Aleixandre, Benet), sus primeros flirteos con la pandilla de "Film Ideal", y otras cosas que configuran más que un discurso narrativo sobre el cine, una carta de amor a la vida.

Menos interés tiene el recorrido, muy apresurado y deliberadamente accesible, que Molina Foix hace de sus preferencias cinematográficas (considero más valiosas sus críticas recopiladas en El cine estilográfico). Aparecen, sin embargo, joyas ocultas en este listado de genios previsibles (Bresson, Ford, Welles, Dreyer, Hitchcock, etc): un hermoso capítulo dedicado a las relaciones creativas entre música y cine, y un sentido homenaje a Pasolini. Después, una última reflexión que hace cierta aquella frase de Voltaire que dice que el secreto de aburrir está en contarlo todo. Seguro que Molina Foix se ha dejado unas cuantas historias en la recámara para no aburrirnos, y sabe que el sentido último del cine está en la conservación de su misterio. Es verdad: el cine, como el amor, posee esa desapacible grandeza de lo imprevisto. El autor acaba este libro confesional con su visita a un cine hindú, con un público entregado al humor ocasional de un musical imposible. Fascinado por el rito, concluye: amar al cine es amar al deseo, amar a la vida.