Image: El arte de la memoria

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Ensayo

El arte de la memoria

Julián Gállego

19 julio, 2000 02:00

Ayuntamiento de Zaragoza, 1999. 255 páginas, 2.000 pesetas

Gállego nos permite vivir su vida un poco desde dentro, conociendo personas, lugares y cosas a través de sus ojos. Estas páginas son la destilación, gota a gota, de una mirada

A la hora de hacer balance, él se presenta como "un pequeño intelectual hispano, orador de cierto éxito, escritor con cierta gracia, conocido de unos cuantos, desconocido de muchos, amigo de sus amigos..." Con ironía se reduce a sí mismo a académico de varias academias, viajero por gusto, conferenciante asiduo, autor de muchos artículos y de algunos libros, especialmente sobre Velázquez (de cuya gran exposición en Madrid y en Nueva York, recuerda, fue comisario). Lo que él no dice es que esos artículos y libros nos enseñaron, con una prosa continuamente transparente, a mirar la pintura. Ahora, ya retirado de todo, inmóvil en una silla de ruedas, Gállego ha dedicado los últimos años a escribir los fragmentos de memorias recogidos en este libro y sus páginas son de nuevo la destilación, gota a gota, de una mirada.

La primera parte del libro es una serie de "Siluetas", escenas de la remota Zaragoza antes de la guerra civil donde creció. Gállego adopta como lema el archifamoso incipit de En busca del tiempo perdido ("durante mucho tiempo me he acostado temprano") e inicia su discontinuo relato con las sensaciones, no menos proustianas, del niño que a la hora de la siesta escucha los sonidos de la calle y mira las manchas de luz danzar en el techo de su cuarto. La memoria sería eso: una especie de cine primordial, un juego de ecos y luces proyectadas. Las deliciosas estampas que siguen, entre el leve humor y la nostalgia, pueden compararse con otro mosaico proustiano, el de Walter Benjamin en su Infancia en Berlín hacia 1900. Por ellas desfila todo un mundo desvanecido: las calles familiares, los vecinos y compañeros, el cine Doré, los casinos y las librerías, las grandes fiestas religiosas y los pequeños rituales profanos. El niño aplicado y obediente, el adolescente sensible y serio que debió de ser Gállego casi nunca entra en escena; es su mirada la que dirige este teatro. El autor no nos cuenta su vida; nos permite vivirla un poco desde dentro, conociendo personas y lugares a través de sus ojos.

Bajo el título "Villa Pimpinela", la segunda sección del libro es un relato más directo, más continuo y más global. De nuevo los orígenes se llevan la mayor parte, la Zaragoza de la infancia y la adolescencia, y luego la guerra civil, la muerte de su hermano y de su madre. En el Madrid de posguerra, Gállego fue fallido opositor a Notarías y al fin ganó otra oposición más modesta que terminaría por llevarle a Barcelona. Por entonces dibujaba (iba al Círculo Artístico a dibujar del desnudo) y tenía vocación literaria (escribió una novela aún inédita, El héroe indeciso).

Fueron días inolvidables con amigos como Juan Eduardo Cirlot (a quien dedica una estampa de este libro), como los pintores María Girona y Albert Ràfols Casamada; días de paseos y charlas en los cafés y veladas en el gallinero del Liceo. Con el final de aquellos años de Barcelona se agota el entusiasmo memorioso de Gállego. No parece interesarle ya su posterior etapa de París, entre 1954 y 1970. (Hay que recordar que Gállego se doctoró por entonces en la Sorbona con una tesis, Vision et symboles dans la peinture espagnole du Siècle d"Or, que aún se considera un hito en la renovación de la historiografía del arte español, y fue profesor con P. Francastel.

Entretanto, sus crónicas parisienses para la revista "Goya", "que esperan -como destaca César Pérez Gracia en el prólogo de este libro- una digna edición", revelaban a algunos lectores españoles la evolución de la pintura contemporánea). Con más desgana aún (y en una página escasa) despacha su última etapa cuando, de vuelta en España, se convirtió en catedrático, crítico de arte y conferenciante. El mayor éxito es el mayor desengaño.
La tercera parte del volumen, que le da título, recoge una serie de espléndidas evocaciones que los lectores de EL CULTURAL conocen, porque aparecieron regularmente en sus páginas hasta hace unos meses. En ellas, Gállego no se ciñe ya a un curso biográfico, aunque en el fondo siempre se trata de personajes, de obras de arte o de escenarios ligados al recuerdo. Son sobre todo imágenes de ciudades: Zaragoza, Londres, Venecia...

Ciudades no contempladas en una vista panorámica, sino pateadas arriba y abajo; y haciéndonos ver, sentir cada una de sus calles y de sus esquinas como si fuera, también para nosotros, un momento vivido.