Image: Cómó leer y por qué

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Ensayo

Cómó leer y por qué

Harold Bloom

26 julio, 2000 02:00

Quizá la lectura de Cómo leer y por qué resulte grata a los devotos de Bloom, a quienes deseen saber más y mejor de sus gustos, ocurrencias y obsesiones

Traducción de Marcelo Cohen. Anagrama, 2000. 312 páginas., 2.500 pesetas

El lector deambula por estas páginas sólo estimulado por periódicos sobresaltos de desigual naturaleza. Unas veces son rotundos aciertos; otras, asombrosas banalidades. Lo que resulta convincente es el pesimismo que deja traslucir sobre el futuro de la lectura

A principios de 1940 M. J. Adler publicó How to Read a Book, que enseguida pasó a formar parte de la lista de los libros más vendidos en los EE.UU.. Pese a ello -o quizá por ello- al año siguiente apareció una parodia titulada Cómo leer dos libros, y nada más y nada menos que I. A. Richards escribía todo un tratado sobre Cómo leer una página. Lejos de desanimarse ante semejantes pullas, Adler renovó su trabajo en 1967, y para la ree-dición de 1972 contó ya con la colaboración de Charles van Doren. El resultado, del que existe una versión española (Círculo de Lectores, 1996) subtitulada "Guía para una lectura inteligente", es un estudio sistemático, de clara impronta fenomenológica y razonable pragmatismo, acerca de todas las implicaciones de la actividad y el arte de leer, proceso en el que se considera la existencia de varios niveles. No se limitan Adler y Van Doren a la lectura literaria, sino también a la de obras filosóficas, históricas y científicas, ni eluden ofrecer una "Lista de libros recomendados", un canon de 145 autores incluidos con una o varias de sus obras que comienza con los textos homéricos y concluye con tres obras de Sartre. Por cierto: resulta insólito que 6 de los autores favorecidos sean españoles (Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset), dada la secular ignorancia -más que desprecio consciente- con que los intelectuales anglosajones suelen castigar la minerva hispana.

Vaya lo escrito a modo de aviso para los futuros lectores españoles e hispanoamericanos de la última obra de Harold Bloom, que se titula también How to Read and Why. Porque el gran crítico de Yale se sitúa en las antípodas de Adler y Van Doren, a los que por supuesto ni menciona. Y es lógico, porque el libro de estos últimos pertenece, pese a su utilidad y rigor, a esa serie intelectualmente secundaria en la que forman también manuales sobre, por caso, cómo amaestrar canarios. Muy al contrario, Bloom, después del esfuerzo titánico y el controvertido éxito de The Western Canon (1994), lanza ahora, desde la atalaya de sus 70 años, una suerte de autobiografía o testamento intelectual, algo así como el desahogo sin inhibiciones de un crítico literario que no se molesta en dar respuesta coherente a los dos enunciados que su título integra. Aunque rehuya desde la primera página la polémica afirmando que "sólo quiero enseñar a leer", no cabe esperar de este Bloom una propedéutica de la lectura, actividad que muy pronto justifica simplemente como "alivio de la soledad". Y todo ello a la luz de quien Bloom considera cumbre y compendio de toda literatura, Shakespeare, hasta el extremo de que para el propio Bloom el "lector ideal" sea el editor de sus obras teatrales, Samuel Johnson.

En definitiva, Cómo leer y por qué consiste en una antología de ejercicios críticos por parte de Bloom sobre su antología personal de cuentos, poemas,obras teatrales y novelas. Por duplicado estas últimas, ya que, tras un capítulo dedicado a ocho obras de las literaturas francesa, inglesa, rusa y alemana precedidas por un somero análisis de El Quijote, el ensayo concluye con otro de semejante extensión esta vez sólo sobre novelistas norteamericanos. Lógicamente, Shakespeare figura tanto en el apartado de la poesía como en el teatral.

Quizá la lectura de Cómo leer y por qué resulte grata a los devotos de Bloom, a quienes deseen saber más y mejor de sus gustos, ocurrencias y obsesiones. Algo tienen estas páginas de parloteo tertuliano, de somnolientas sesiones vespertinas, nulamente interactivas, en torno a un oráculo de la crítica y la literatura. Claro que ésta es una visión muy hispánica de un libro que lo es muy poco. Amén de Cervantes, sólo un relato de Borges merece la atención de Bloom, quien en su capítulo sobre El Quijote confiesa que "su crítico cervantino predilecto" (pág. 152) es... Miguel de Unamuno. Tras 7 páginas sobre el gran romance cervantino, Bloom declara que espera haber contribuido "a ayudar a leerlo bien" (pág. 158), pretensión cuando menos aventurada. Pero estas reservas valen también para la gran mayoría de las diferentes monografías. Son poco más que paráfrasis ligeras, donde las consideraciones formales brillan por su ausencia y la parte del león se la llevan los contenidos argumentales de las narraciones o los temas de los poemas.

El lector deambula por estas páginas tan sólo estimulado por periódicos sobresaltos de desigual naturaleza. Unas veces son rotundos aciertos; otras, asombrosas banalidades. Así, cuando Bloom presenta un primer principio sobre cómo leer poemas: hay que hacerlo "atentamente" (sic: pág. 74). Es oportuna, por el contrario, su afirmación de que la ventaja de un lector de Shakespeare sobre el espectador de una de sus obras reside en que el primero "aprende a meditar sobre lo que quedó fuera" (pág. 252). Bien está, asimismo, su denuncia de que la "literatura de supermercado" puede estar siendo canonizada desde las propias universidades (pág. 211). Y resulta convincente el pesimismo que el autor deja traslucir aquí acerca del futuro de la lectura y del canon occidental. Lo expresa en varias de sus mejores páginas, como aquella sobre La montaña mágica de Thomas Mann en donde el protagonista le parece el arquetipo del estudiante ideal que las universidades, en sus épocas mejores, encomiaban sin encontrarlos casi nunca: aquellos que perseguían gratuitamente todo el conocimiento posible como un bien en sí mismo.