Image: Historia personal de los Austrias...

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Ensayo

Historia personal de los Austrias...

Francisco Alonso-Fernández

6 septiembre, 2000 02:00

Los diagnósticos resultan, cuando se quiere sintetizar, meras etiquetas: Carlos V, depresivo y bulímico; Felipe II y Felipe IV, "sexoadictos"; Felipe III, ludópata; Carlos II, adicto al chocolate. En la imagen "Felipe IV ec

Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2000. 286 páginas. 2.280 pesetas

Este libro no va más allá de lo que siempre ha sido un lugar común. Incluso en esto se acusa falta de precisión. Lo más estimable está en el análisis de los desarreglos mentales de Juana la Loca, de la depresión senil de Carlos V y en el cuadro mental del rey Carlos II

La Psicohistoria es una especialidad historiográfica cuyos primeros logros (prescindiendo de ensayos anteriores) se remontan a hace medio siglo; tiene espacio académico reconocido, con sus revistas propias, congresos y asociaciones profesionales. También tiene sus clásicos de referencia, siendo el primero de ellos E. Erikson, un psicoanalista austríaco, interesado sobre todo en la psicología infantil, quien en 1958 publicó El joven Martín Lutero y en 1969 La verdad de Gandhi, las dos obras canónicas en ese campo académico que él delimitó. Quien, dado el saludable hábito de empezar la lectura de un libro por el índice de nombres, no encuentre, en uno que se pretende de psicohistoria, el de Erikson y sí una docena de veces el de Marañón, tendrá razones para sorprenderse; si se encuentra luego con un prefacio en el que se presenta con alborozo la "novedad" de la Psicohistoria y se hace de ella una confusa explicación pasará de la sorpresa a la alarma; lo mejor de esto último es que ya no le sobresaltará mucho cuanto pueda encontrar después en forma de ocurren-
cias, trivializaciones y juicios pintorescos. De todo ello hay en abundancia en esta Historia personal de los Austrias españoles.

Entre otras, la razón por la que la Psicohistoria no ha pasado de ser una rama menor en los estudios historiográficos ha tenido que ser la dificultad de su práctica. Psicólogos y psiquiatras interrogan a los sujetos que estudian o a sus allegados, les someten a pruebas diagnósticas, observan su conducta; nada de esto es posible si el sujeto ha muerto ya, de forma que el dictamen sobre su psicología y la explicación de su conducta ha de hacerse por medio de información indirecta y parcial y recurriendo a inferencias y conjeturas, que determinan resultados siempre aproximativos e inciertos. En todo caso, se trata de situar al sujeto en su contexto social y cultural y no intentar reconstruir una patobiografía, como hacen los psiquiatras con sus pacientes, y que es lo que principalmente parece pretender este libro.

Las patologías y taras mentales y emocionales de los reyes de la casa de Austria fueron bien conocidas por sus contemporáneos y de ellas se han ocupado con más o menos tino los historiadores. Con mayor dominio del léxico técnico y precisión en las propuestas diagnósticas, éste libro no va mucho más allá de lo que siempre ha sido lugar común. E incluso en esto se acusa a veces falta de precisión: decir que Felipe IV era "falto de carácter" o que su padre y su hijo fueron oligofrénicos lo haría cualquier profano. Los diagnósticos resultan, cuando se quiere sintetizar, meras etiquetas: Carlos V, depresivo y bulímico; Felipe II y Felipe IV, "sexoadictos"; Felipe III, ludópata; Carlos II, adicto al chocolate. Lo más estimable del libro está en el análisis de la génesis de los desarreglos mentales de Juana la Loca; en la naturaleza y etimología de la depresión senil de Carlos V, en el complejo cuadro metal y endocrino de Carlos II: raquítico, epiléptico, y aquejado del síndrome de Klinefelter, una patología cromosomática que determina atrofia del aparato genital y desarrollo androgénico limitado. Que a la víctima de todo eso quepa llamarle, como propone el autor, "el Rey esperpento" es cuestión de gustos. Los datos que permiten apuntar conclusiones son siempre difíciles de interpretar. Cuando Juana la Loca, reclusa en Tordesillas, volvió a ver a sus hijos tras años de separación se dirigió a ellos, dice un cronista, preguntando "sois en verdad mis hijos". Alonso-Fernández infiere que la demencia de la reina le impedía reconocerlos; puede que quepa esa interpretación, pero más difícil es aceptar que la aquejara el síndrome de Capgras, un delirio en que el enfermo cree que personas a las que reconoce han sido suplantadas por un sosia. Sirva esto de ejemplo, tanto sobre lo arriesgado de diagnosticar como sobre la conveniencia de hacerlo con precisión.

Lo que limita el valor del libro, entre otras cosas, es su información insuficiente e inadecuada, reducida a datos de segunda mano procedentes de una bibliografía limitada en la que no faltan títulos propios de peluquería o sala de espera. La mejor información para estudios de Psicohistoria es la personal y no se usa en este libro, como no sea en fragmentos extraídos de otros estudios. La correspondencia de Felipe IV con la beata de Agreda, que aquí es solo objeto de mención, pone de manifiesto una personalidad compleja y revela muchas claves de la existencia de un hombre más digno de compasión que del "desdén y desprecio" que a Alonso-Fernández le merece. En suma, lectura para poco exigentes; sólo intriga qué hace en una colección y editorial que suele dedicarse a otras cosas.