Image: Cultura y melancolía: las enfermedades del alma en el Siglo de Oro

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Ensayo

Cultura y melancolía: las enfermedades del alma en el Siglo de Oro

Roger Bartra

2 enero, 2002 01:00

Roger Bartra. Foto: Julián Martín

Anagrama. Barcelona, 2001. 268 páginas, 2 500 pesetas

Los estudios sobre la melancolía tienen su origen lejano en el acervo de cuestiones historiográficas, iconográficas y hermenéuticas que planteó a los historiadores del arte la interpretación de los símbolos y alegorías que contiene el célebre grabado del ángel de la melancolía de Durero. En este sentido, las dos monografías pioneras que abordan el significado de Melancolia I en el contexto del círculo humanista de la época de Maximiliano y de Lutero son, respectivamente, las de Carl Giehlow (1903) y Aby Warburg (1920). Ambas son el punto de partida para el estudio clásico de Erwin Panofsky y Fritz Saxl publicado en 1928, sobre el cual irá creciendo la monumental obra que bajo el título de Saturno y la melancolía, será enriquecida y actualizada por las aportaciones de Raymond Klibansky en 1964.

El estudio que empezó como una microinvestigación del universo alegórico de la iconografía dureriana se tornó en una ambiciosa empresa interdisciplinar que partiendo de la patología humoral hipocrático-galena y de la concepción platónico-aristotélica del temperamento saturnino como espíritu excepcional, continúa con la reelaboración astrológica y médica del medioevo árabe y a través del renacimiento humanista de Ficino y Melanchton desemboca en la sublimación romántica del morbo melancólico como carácter fecundo y genial. Esta tradición historiográfica de pura cepa germánica, cuya continuidad se ve truncada por el exilio a Londres de sus representantes más conspícuos, inspira también las reflexiones sobre el papel teológico-político de la bilis negra en el "Trauerspiel" que el joven Walter Benjamin incluye en El Origen del drama barroco alemán (1928). Desde otro flanco, ya en 1917, en el Internationale Zeitschrift för Psychoanalyse, Freud había publicado el ensayo fundamental que lleva por título Luto y melancolía, donde expone la interpretación psicoanalítica del antiguo complejo humoral saturnino, no muy lejana, por cierto, de la fenomenología patrística del pecado de la "acedia-tristia" conventual.

Finalmente, en 1969, en pleno disfrute del milagro económico alemán, sobre el trasfondo de esa "incapacidad de sentir duelo" que el yo conservador germánico activó como mecanismo de defensa frente al empobrecimiento melancólico (M. y A. Mitscherlich) ligado a la memoria del genocidio, se publica una genealogía del espíritu atrabilario francés y prusiano, el excepcional ensayo de Wolf Lepenies, Melancolía y sociedad. Todos estos estudios, a los que cabría añadir los también clásicos de Jean Starobinsky, Giorgio Agamben, Julia Kristeva y Carlos Gurméndez son reconocidos explícitamente por Roger Bartra como presupuestos de su investigación. En este sentido pues la originalidad de su contribución reside más bien en el propósito de colmar una laguna inexplicable como es el hecho de que, salvo contadas excepciones (entre las que me permito incluir el interesante estudio de Fernando R. de la Flor, La península metafísica. Arte, Literatura y pensamiento en la España de la Contrarreforma, y en otro ámbito temático e histórico, el análisis crítico de la conciencia nacionalista vasca como conciencia de una pérdida imaginaria en El Bucle melancólico de Jon Juaristi), se haya prestado escasa atención a las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro.


Como en trabajos anteriores sobre la figura del salvaje en el pensamiento europeo, El salvaje en el espejo (1992) y El salvaje artificial (1993), Bartra sigue el rastro a la evolución de un mito que sorprende por su notable estabilidad y permanencia en el tiempo, a pesar del modo peculiar en que diversas épocas y contextos han asimilado sus significados y los han transmitido generando las inevitables mutaciones. Su enfoque antropológico, cuyos presupuestos metodológicos y epistemológicos se explicitan con gran claridad en el último capítulo, asume un evolucionismo que se mantiene equidistante tanto respecto a un universalismo esencialista y ahistórico.

Por ello, la genealogía del espíritu melancólico español que se nos propone -como mal de frontera, como mal de amores, como locura quijotesca, como trance místico, como posesión demoníaca, como conciencia del declive imperial, como nostalgia de la aldea y tedio cortesano o como tristeza apátrida de converso forzado- jamás se manifiesta como arquetipo intemporal del inconsciente colectivo o como universal antropológico ajeno a las particularidades locales. Además, resulta encomiable que se nos ofrezca tanta información erudita sin ello sobre todo en el primer capítulo del libro, donde Bartra teje una crónica minuciosa de la vida de Andrés Velásquez, oscuro médico de provincias, coetáneo del doctor Juan Huarte, al par que muestra cómo su opúsculo sobre la atrabilis forma una urdidumbre inextricable con los conflictos de la vida social y cultural de Arcos de la Frontera en la España del siglo XVI. Sin duda, esta fina anatomía de la melancolía española deleitará a muchos espíritus acidiosos.