Image: El Duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III

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Ensayo

El Duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III

Antonio Feros

5 septiembre, 2002 02:00

Duque de Lerma

Marcial Pons. Madrid, 2002. 518 páginas, 30 euros

La irrupción del valido o "ministro principal", un personaje con poder político formidable derivado sólo de su especial relación con el monarca antes que de cualquier mecanismo institucional, es una característica de las monarquías europeas de los siglos XVI y XVII.

En lo que hace a España ha sido tradicional vincular su aparición al acceso al trono de Felipe III en 1598 y el papel que durante la mayor parte del reinado jugó junto a él Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma. Una interpretación muy aceptada y ya en circulación desde aquellos días atribuía el poder de Lerma a la indolencia y a las limitaciones temperamentales del rey, así como a las habilidades del valido para secuestrar la voluntad real. Al tiempo, fue fraguando una imagen de Lerma como hombre interesado sólo en la satisfacción de sus propias ambiciones y carente de capacidades y objetivos políticos. No faltan razones que abonen en ese modo de ver la cuestión, pero reducir la complejidad del fenómeno a poco más que las limitaciones del monarca y la codicia de su ministro deja sin explicar muchos aspectos enraizados con el afianzamiento de las monarquías absolutas, un proceso en que la promoción de validos no es asunto marginal.

El Duque de Lerma examina de modo sistemático y convincente el significado de su privanza en la evolución de los usos políticos de la monarquía hispánica durante el siglo XVII. Una espléndida documentación de archivo y literatura política de la época apoya un esquema interpretativo bien trabado que permite examinar las múltiples facetas del fenómeno. La existencia de ministros y cortesanos próximos al rey y capaces de derivar un poder personal de esa relación pudo ya apreciarse en la última etapa del reinado de Felipe II.

La novedad en el de su hijo estuvo tanto en el reconocimiento público de la privanza como en que el favorito fuese sólo uno y su condición de tal constante. Si hubo aspectos innovadores en la promoción de Lerma también los hubo de continuidad, lo que permite matizar la sustancial diferencia entre el régimen y sistema de poder del padre y del hijo que suele darse por sentada. La presencia de un cortesano que ejercía funciones propias de la soberanía real, aun en nombre de su titular, hubo de significar una revisión de los propios mecanismos de poder en la monarquía hispánica, centrada en el desplazamientro de los consejos colegiados, teóricamente con funciones de asesoramiento y consulta, hacia un modo de proceder más expeditivo y ágil personalizado por el valido, lo que, a su vez, hubo de suponer un replanteamiento de determinados contenidos doctrinales sobre la soberanía real.

La justificación del papel del valido y su propia figura se argumentó por un remozamiento de las teorías clásicas sobre la amistad, dado origen a un discurso específico privilegiando la intimidad del monarca. Lerma pudo no tener un talento político de primer orden, pero no le faltó sentido para ver que la garantía de su poder estaba en su eficacia para asegurar para sí ese acceso privilegiado de modo exclusivo. El sistema de relaciones de la corte y la propia etiqueta le sirvieron para lograrlo. En los esquemas propios del Antiguo Régimen el poder suponía capacidad de sostener clientelas repartiendo beneficios.

Lerma aseguró el suyo haciéndose patrón de una red de hechuras que le sirvieran para aislar al rey de otras influencias y facciones. Esa falta de competencia efectiva por el favor real y el poder político durante años pudo desarrollar un sentido de impunidad en los manejos corruptos que acabaría por resquebrajar la solidez del mecanismo con el procesamiento de algunos de sus protegidos y a la larga por debilitar su propia posición. Estas y otras muchas vertientes de la cuestión se examinan atendiendo no sólo al acierto o desacierto de las decisiones políticas concretas ni menos a una reivindicación del personaje, sino al modo en que por medio de lenguajes políticos y prácticas sociales se modelan los contextos en los que actúan individuos y grupos. Lástima que no se haya cuidado algo más la expresión; en otro caso este libro estaría aún más cerca de lo perfecto.