Image: Robert Mitchum. ¡Olvídame cariño!

Image: Robert Mitchum. ¡Olvídame cariño!

Ensayo

Robert Mitchum. ¡Olvídame cariño!

Lee Server

9 enero, 2003 01:00

Robert Mitchum

Traducción de J. Escarrè. T&B. 614 páginas, 23’50 euros

Si esta fuera la primera biografía de actor que uno lee, le asombraría la abundancia de anécdotas, repartidas casi a partes iguales entre las que muestran al biografiado como un ser encantador, culto y delicado, y las que lo hacen un completo indeseable.

Cualquier aficionado al género sabe, no obstante, que esto no es sino el resultado previsible de combinar centenares de testimonios que luchan desesperadamente por ser divertidos, curiosos, originales. No es que no sean ciertos: pero uno intuye que, a la larga, una mezcolanza así forzosamente ha de producir esta impresión contradictoria.

Salvado este detalle, en fin, que no es más que un rasgo típico del género biográfico según lo entienden los minuciosos y un tanto rutinarios especialistas anglosajones, estamos ante un excelente libro de cine. Los cincuenta años de carrera de Robert Mitchum (desde los años cuarenta hasta los noventa) convierten su biografía en una estupenda oportunidad de recorrer, de su mano, una buena parte de la historia del cine sonoro. Sobre todo, si el autor del libro es un crítico reputado y perspicaz, como es el caso. Y es que, además de aliñar el producto que parece prometer el nombre de Robert Mitchum, Lee Server sabe detenerse en cada una de sus películas y ofrecernos una adecuada revisión de la misma, a la vez que dirige su mirada a quienes acompañaban al actor -directores, actores, guionistas, técnicos- y da cumplida noticia de sus respectivas carreras. Muchos son los grandes nombres que comparecen en este libro -William Boyd, Charles Laughton, Howard Hawks...-, muchos los que contribuyeron a hacer que el conflictivo actor sea hoy el rostro que asociamos a La noche del cazador, Cara de ángel o El cabo del terror. Además de estos títulos, Lee Server dirige nuestra atención a otros peor recordados, como Bandido, de Richard Fleischer, o Thunder Road, única película que dirigió el propio Mitchum.

Conforman todas ellas la carrera de quien fue, sin duda, perfecto ejemplo del tipo de actor que requería el cine de Hollywood: el que, como explica Server en su certera introducción, más que actuar, se limita a ser ante la cámara, y frecuentemente sigue siendo algo muy parecido a sus personajes cuando no está ante ella. Lo que, por otra parte, como queda sobradamente demostrado por muchas de las anécdotas que cuentan este libro, no siempre es la mejor manera de conducirse en sociedad.