Image: John Kenneth Galbraith

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Ensayo

John Kenneth Galbraith

Andrea D. Williams (selección y edición)

6 febrero, 2003 01:00

J. K. Galbraith. Foto: Begoña Rivas

Crítica. Barcelona, 2002. 312 páginas, 21 euros

Galbraith, nacido en 1908, es, junto con Paul A. Samuelson y Milton Friedman, uno de los pocos economistas cuyo nombre es conocido por millones de individuos en todo el mundo.

Pero, a diferencia de los otros dos grandes teóricos de la economía -uno significado neokeynesiano, el otro cabeza indiscutible de la escuela monetarista- Galbraith se ha distinguido dentro del mundo norteamericano por su actitud heterodoxa desde el punto de vista académico y también ideológico. Considerado en aquel país como "liberal" -en Europa sería, salvando las distancias, un templado socialdemócrata- aparece, en la actualidad, como heredero del institucionalismo, corriente de pensamiento económico desarrollado, sobre todo, en los Estados Unidos, a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX. El institucionalismo se caracterizó por su enfoque crítico del gran capitalismo industrial y financiero de esa época y por la contraposición de realidades sociales nuevas -el Estado moderno, las grandes corporaciones, las organizaciones sindicales- a los modelos teó-ricos de libre concurrencia de los economistas neoclásicos.

Nadie puede afirmar, desde luego, que Galbraith haya sufrido ningún tipo de discriminación intelectual por sus ideas radicales en el mundo académico de la economía norteamericana. Profesor en Harvard durante decenios -más tarde, catedrático emérito en esa misma Universidad-, Galbraith fue nombrado presidente de la Asociación Norteamericana de Economía, el sancta sanctorum de la ortodoxia económica anglosajona. Sus obras más difundidas, como La sociedad opulenta o El nuevo Estado Industrial, profusamente traducidas y reeditadas en diversos idiomas, pueden hoy ser consideradas, al margen de su original sentido crítico, como representaciones vívidas de la sociedad y de la economía norteamericana durante las décadas centrales del siglo XX. Bien es cierto que, pese a la iconoclastia de este autor, entre otros, las antiguas imágenes del liberalismo económico no han sido aún derribadas. En cualquier caso, cabe saludar como muy oportuna la iniciativa de los editores estadounidenses, y de los españoles de Editorial Crítica, de publicar este volumen, que puede calificarse de Galbraith esencial, y que contiene una antología de los capítulos nucleares de algunos de los libros más representativos del economista estadounidense. Es preciso destacar, como conjunto independiente de capítulos, los números 12 -sobre Adam Smith-, 13 -Karl Marx-, 14 -Thorstein Veblen-, 15 y 17, -ambos sobre J. M. Keynes. Bastan estos cinco ensayos de historia del pensamiento económico, que dan cumplida imagen de la originalidad y los conocimientos del autor, a la hora de justificar sobradamente la lectura.

En lo referente a las transformaciones de la economía norteamericana en el siglo XX, son conocidos algunos de los conceptos acuñados por Galbraith, como el de tecnoestructura, relativo al supremo poder, a veces en la sombra, que tienen en la industria moderna los grupos elitistas de ejecutivos con un rico caudal de conocimientos tecnológicos diversificados y de las posibilidades que ofrecen los mercados de recursos productivos y de bienes finales. Otro caso es el del denominado poder compensatorio.

La teoría económica clásica -desde Adam Smith- establece que, en los mercados de libre concurrencia, hay un regulador autónomo, desde el lado de la oferta, que es la propia competencia ejercida por muchas empresas vendedoras, cada una de las cuales participa con una pequeña porción en la cantidad total ofrecida. Ninguna de ellas puede modificar individualmente los precios. Cuando se crearon nuevas corporaciones -sobre todo en la economía norteamericana a fines del siglo XIX- los mercados sufrieron la amenaza de prácticas restrictivas de la competencia. Las leyes antitrust fueron promulgadas para combatir dicho peligro. Es preciso recordar que tales medidas de carácter institucional estaban ya previstas por el liberalismo clásico, que confiaba al Estado el mantenimiento de las reglas de libre mercado.

Según Galbraith, a lo largo del siglo XX se han ido configurando otras fuerzas activas frente al intento de monopolizar el mercado: el poder compensatorio representado por los grandes sindicatos, frente a las corporaciones industriales, en el mercado de trabajo. La formación de poderosas asociaciones de detallistas, cadenas de almacenes o cooperativas en el mercado de bienes de consumo.

Aunque la capacidad perceptiva de Galbraith es ágil y sugerente al explicar las nuevas formas de organización social, no se deben dar por agotadas las interpretaciones de la economía clásica. El poder compensatorio ejercido por grandes organizaciones de compradores frente a vendedores, o de oferentes frente a demandantes, ha tenido, en ocasiones, consecuencias negativas para los consumidores. Por otra parte, porque la experiencia reciente proporciona claros ejemplos -el caso Microsoft- de cómo las sociedades abiertas mantienen en vigor instituciones jurídicas que previenen los abusos de las empresas manipuladoras del libre mercado. En tercer lugar, tanto el progreso tecnológico como la criticada globalización -la ampliación del mercado- han permitido enriquecer la oferta, según previno la teoría de Adam Smith hace doscientos años.