Image: ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?

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Ensayo

¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?

Francisco Umbral

6 febrero, 2003 01:00

Francisco Umbral. Foto: M.R.

Destino. Barcelona, 2003. 208 páginas, 17 euros

Más que un escritor con un crítico dentro, Umbral es un escritor con un crítico fuera, encima, debajo y alrededor. Este último libro suyo viene a ser una galería del museo de sus propios fantasmas o, por lo menos, de los que él visita o le visitan más. Hay aquí un teoría sobre Europa, otra sobre América, varias sobre España, y muchísimas más sobre tantas cosas como las que la brillante formulación de una frase pueda esculpir o modular.

Umbral es el sistema sanguíneo de nuestra prosa: de nuestra mejor prosa, que es la que apenas se distingue de la poesía porque se alimenta de ella y forma con ella una rítmica y musical unidad. Poco importa que los acentos del francés no estén ninguno puestos, ni que los nombres en italiano o alemán pierdan o aumenten su masa gráfica o fónica... Poco importa, porque no es un texto erudito lo que nos disponemos a leer sino una lección por libre dicha casi de memoria lo que vamos a degustar. Lo que el lector aprecia en estas páginas, lo que celebra, lo que le seduce y emociona es la pirueta del hallazgo ("Bocaccio son los siete pecados capitales en una sola cópula"). Pero no sólo eso: también el punto de vista original, personalísimo, que supone su ensayo "Cervantes y Voltaire". O ese Kierkegaard menos unamuniano al uso que umbraliano hoy, para el que "la angustia es el vértigo de la libertad". O ese Baudelaire en paños menores y pelo verde al que sus amantes llaman alegórica y descriptivamente "Napi". O sus distinciones entre lo kitsch y lo camp que hace a propósito de Stendhal. O ese retrato del Verlaine invernado en los hospitales "donde ponía a secar el corazón lluvioso, para luego volver a sus bebidas verdes", y que le sirve a Umbral para diseccionar los subte- rráneos líricos de la primera mitad del siglo XX. O ese Flaubert en amarillo al que define como "novelista del tedio provinciano: un "escritor soluble en su escritura, que no quiere más que hacerse una pasta literaria sólida". O ese acertado paso sobre la verdadera esencia de Clarín. O su visión de Gide como un autor sin género. O la sociología histórica -esta sí que muy documentada y sabia- que derrama sobre Madame Verdurine. O esas metáforas en ráfaga disparadas sobre la pintura de Van Gogh, "un místico inverso toda su vida, como casi todos los malditos", "el último suicida de los pintores que se suicida en cada cuadro", cuyos paisajes " torrefactos en amarillo o rojo tienen una cosa implacable de camisa sudada".

Un paseo por Wilde le basta para ver en él un "falso dandy" que descuida "los botones del chaleco para que respire el corazón". Borges le parece -y no es ninguna mala definición- "el inglés que no pudo serlo", y Kipling el no inglés que, a fuerza de serlo, sin serlo del todo, se pasó. Ve a Lou Andreas-Salomé como lo que de verdad fue: una "Mata Hari del espionaje intelectual", con "alma de cretona y apariencia de terciopelo simbolista". Pero el Umbral mejor es el que traza un exacto perfil de Alejandro Sawa, el Verlaine de la Puerta del Sol, al que "le plagiaron la vida" y denuncia ese mal literario de todos los tiempos: ese cáncer que son los que "están en la pomada, respiran el aire poético de su tiempo, procuran acudir a todo, se quedan siempre a un paso del plagio, cuando no lo consuman, viven de las rentas de su ignorancia ilustrada, se hacen una imagen que suele ser la de otro y van tirandillo". Adjudica a Breton algo que es de Reverdy y que procede, en último extremo, de Gracián. Aterriza sobre Apollinaire adjetivando sexualmente a Marie Laurencine. Profundiza en las masas de carne femenina que tanto atrajeron a Rubens y a Picasso ("Una gorda con ojos de delgada española es lo más que puede encontrar el hombre en esta vida"). Comprende muy bien el arte de Magritte; practica una lúcida hermenéutica a los borbónicos bigotes de Dalí. Considera a Kafka "el humorista serio del siglo XX": "un personaje del cine mudo" que cuenta "la lucha del hombre moderno con las instituciones. Descubre el fondo del armario literario de Joyce. Y hace una fundamentalísima defensa de Gabriel Miró como escritor y como novelista. Umbral es nuestro sumo sacerdote de una religión ya desaparecida: la Literatura que nada tiene que ver con nuestro rastacuerismo general.