Image: Bush en guerra

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Ensayo

Bush en guerra

Bob Woodward

20 febrero, 2003 01:00

George Bush. Foto: Wilfredo Lee

Trad. I. Belaustegui, C. Cardeñoso, I. Murillo. Península. 416 pp, 21 euros

Tal vez, si desgraciadamente resulta inevitable, Bob Woodward nos muestre en Bush en Irak lo que, a pesar del título, no logra en su último libro, Bush en guerra.

Para empezar, no es una guerra lo que describe el subdirector del "Washington Post" en un estilo inconfundible, ágil y ameno, sino los debates en el Consejo de Seguridad Nacional durante los cien días que siguieron al 11 de septiembre. Lo poco de guerra que hubo en Afganistán lo convierte en sucedáneo de la obra y los peores desastres del conflicto, como la matanza de Mazar, los errores en los bombardeos con centenares de víctimas y la fuga de los dirigentes de Al Qaeda y del régimen talibán, ni se citan o se despachan en dos líneas.

Para ser, como casi todos los libros de Woodward, una obra a caballo entre las historias de espías, el gran reportaje y la biografía -lo que él llama "crónica desde dentro"-, carece de la tensión, el drama y el clímax apropiados. Si, como él mismo escribe, ha contado, como fuente principal, con "las notas que tomé en directo durante más de cincuenta reuniones del Consejo de Seguridad Nacional y de otros órganos", los secretos brillan por su ausencia.

Los detalles nuevos que aporta son secundarios para conocer lo sucedido entre el 11 y el 21 de diciembre de 2001, y apenas dedica tres páginas de las 400 del libro al análisis de las causas, las consecuencias, los riesgos y las ventajas de la guerra en Afganistán. Aunque haya cierta pretensión de lograrlo, nada tiene que ver con la magnífica Esencia de la decisión de G. T. Allison sobre la crisis de misiles de Cuba.

Aunque el lector comparta esos sentimientos, al autor se le nota demasiado su admiración hacia Colin Powell y sus antipatías hacia Donald Rumsfeld. Su retrato de Bush tiene mucho de panegírico y refleja mal la influencia del todopoderoso Dick Cheney, verdadero presidente bis en la actual Administración estadounidense. A pesar de todos los esfuerzos por hacer de Bush un gran líder en una crisis comparable en sus efectos psicológicos con el ataque a Pearl Harbor, la figura resultante es la de un buen cristiano con escasas ideas. Bombardear con alimentos a los afganos, antes incluso de que empezaran a caer las bombas, es una de ellas.

Vemos un Bush que sabe escuchar y no intimida, sentimental, convencido de la misión moral de los EE.UU., obsesionado por su imagen en los ciudadanos y por borrar del mapa toda huella de los ocho años de Clinton, y rodeado, afortunadamente para todos, del equipo más experimentado al frente del Gobierno estadounidense en varias generaciones. "Confío en mi instinto", confiesa el presidente a Woodward varias veces en las cuatro horas que, según el autor, habló con él a solas o en presencia de Laura, la primera dama, para escribir el libro.

Con todas esas limitaciones, Bush en guerra es una guía de gran utilidad para conocer las condiciones, el día y la hora en que, desde el 11-S, ha ido cambiando el mundo a medida que Bush y sus asesores han ido definiendo y aprobando prioridades, misiones, doctrinas, enemigos y aliados que poco o nada tienen que ver con las que Bush se había propuesto en su campaña electoral y en sus primeros siete meses de presidente.

El Consejo de Seguridad Nacional del 20 de septiembre de 2001, cuenta Woodward, identificó la victoria en Afganistán con la captura de Bin Laden, vivo o muerto, que el trabajo sucio en la guerra lo hagan los propios afganos, que no triunfe la Alianza del Norte y que no se desestabilice Pakistán. Con estos criterios, la victoria está aún muy lejos. España sólo aparece una vez, en la página 195, cuando Powell reconoce que "los españoles están dispuestos a enviar tropas (a Afganistán)". Aznar, a pesar de su apoyo inmediato, incondicional y sincero en la nueva guerra contra el terrorismo mundial, de la que Afganistán sólo fue la primera batalla, no aparece en todo el libro.