Image: Escritos morales y políticos

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Ensayo

Escritos morales y políticos

Sabino Fernández Campo

15 mayo, 2003 02:00

Sabino Fernández Campo. Foto: M. R.

Prol. V. García de la Concha. Nobel. Oviedo, 2003. 390 páginas, 17 euros

No escasean entre nosotros memorias puntuales, más o menos autolegitimatorias, de políticos y hombres de Estado, ministros, embajadores, candidatos a presidente o líderes clandestinos, que de un modo u otro participaron en nuestra historia reciente.

O ya no tan reciente. Menos frecuente es, en cambio, que un protagonista real y efectivo de la misma, en primera línea o en la discreta penumbra en la que se cocinan las grandes decisiones, decida exponer su filosofía moral y política: la que inspiró sus actos y modula su instructivo juicio sobre lo que le tocó vivir. Ni una crónica, pues, de sucesos más o menos "candentes", ni una autobiografía al uso. Aunque, ciertamente, estos escritos, recogidos en un volumen de muy sabia estructura, no dejan de componer, a su modo, lo máximo que materia autobiográfica cabría esperar de un hombre tan leal, tan prudente y tan acostumbrado a callar como Sabino Fernández Campo.

Sobre su profundo interés poco hay que añadir a la elocuencia de los propios hechos: un servidor del Estado de sólida formación jurídica y militar que asume los principios del respeto a los demás, de la tolerancia y de la aceptación de la discrepancia como valor de convivencia y que oficia, durante una época crítica, de hombre de confianza del Rey, da en reflexionar en voz alta, en la consumación de su vida, sobre la Monarquía en la Constitución de 1978, sobre la relación entre política y servicio público y, muy especialmente, sobre el papel de las Fuerzas Armadas en la España democrática, con una serie de consideraciones de primer rango sobre los acontecimientos del 23 de Febrero de 1981. Y lo hace, además, descifrando línea a línea la sustancia última de su conciencia moral y profesional. Con entereza y desprendimiento, siempre. Pero también con la melancolía última del viejo servidor de príncipes que todo lo contempla ya desde muy lejos sintiéndose a la vez muy cerca de todo.

Que el poder, su naturaleza y límites, sea el objeto último de estas reflexiones de Sabino Fernández Campo tiene, pues, una lógica profunda. Como la tiene igualmente su decisión de situar en el frontispicio del libro una meditación sobre El Príncipe de Maquiavelo en cuya entraña profunda late todo un ajuste de cuentas con realidades intensamente vividas por el autor. Un ajuste de cuentas, en definitiva, con el "realismo" político en todas sus variantes y con el vaciamiento ético de la política en la Modernidad que muchos han juzgado parte constitutiva -incluso- de ésta. Frente al oportunismo y la manipulación, frente a la búsqueda del poder a cualquier precio y lejos de la práctica política basada en la creencia de que el fin justifica los medios, Fernández Campo sugiere la conveniencia de recuperar la vieja "tangente ética", la interpretación entre ética y política por la vía de la aceptación de unos principios básicos, de la fijación de un "deber ser" anterior a las leyes, al propio legislador y a la conciencia individual. Esa es su personal utopía.

Las reflexiones del antiguo secretario de la Casa de S. M. el Rey sobre la función real -"la más áspera y difícil del mundo", dijo Montaigne- son, por venir de quien vienen, y por otras razones, del mayor interés. Sobre todo hoy, en que un conjunto de circunstancias bien conocidas ha vuelto a poner sobre el tapete, con mayor o menor fortuna, el tema -que es, en la España democrática, el del "poder moderador" del monarca y lo que haya que entender como tal-. Igual cabría decir de su reconstrucción de los sucesos del 23-F en la que más allá de lo anecdótico y coyuntural, que el tiempo ha difuminado ya, remiten a una cuestión de fondo -la del papel actual de las Fuerzas Armadas- que Sabino Fernández Campo sabe tratar elevándola a categoría. Sin que ello reduzca, desde luego, el gran interés "histórico" de la misma.

En las últimas secciones de su libro -"Humanismo y progreso científico", e "Impresiones"-, Fernández Campo se ocupa, desde lo que nos atreveríamos a caracterizar como un senequismo cristiano sumamente idiosincrásico, de temas tan centrales como el del ser humano y su condición de "compuesto de ser y alma", el de la función de la tecnología y el del sentido de los progresos en el ámbito de la comuniación. Y una vez más, moderación y cautela dobladas, en difícil equilibrio, de utopía: "Consigamos entre todos un Estado moderno, una patria [...] sin perder jamás el referente... de integrar una sociedad mundial más justa y solidaria en la que los valores de la verdad, la tolerancia, la virtud y la libertad predominen sobre otras ambiciones sólo materiales".

Finalmente Fernández Campo se ocupa de sí mismo, sin hacerlo, como era de esperar, explícitamente. Porque lo que surge de sus "Impresiones", independientemente tal vez de la voluntad del autor, es el hombre "interior" que late bajo la piel del servidor de estado, del hombre público, del espectador que se sabe protagonista también, aunque en la sombra, de nuestra historia reciente. El hombre que es capaz de sentir y decir cosas como esta: "La mejor venganza es el perdón... sobre todo cuando aquel a quien se perdona es poderoso".