Image: El imperio español

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Ensayo

El imperio español

Hugh Thomas

27 noviembre, 2003 01:00

Hugh Thomas

Planeta. Barcelona, 2003. 860 páginas, 25 euros

Hacia 1520, cuando Carlos de Austria, casi recién llegado al trono español de sus abuelos, no había sido coronado emperador, en ámbitos oficiales y particulares del mundo hispánico comenzó a hablarse de "imperio" para designar los amplios territorios sobre los que el joven monarca ejercía soberanía.

Aunque su genealogía en la historia de los conceptos políticos en español sea más densa de lo que Thomas resume, "imperio" no era entonces un término corriente ni su significado preciso, y en gran parte no lo sería nunca. En realidad, ningún otro monarca español de los tiempos modernos, además del propio Carlos V, usó ese título. Y, sin embargo, desde finales del siglo XV y hasta comienzos del XIX, los reyes de España rigieron el más vasto conjunto territorial sometido a una misma soberanía, y lo conservaron más tiempo que cualquier otro sistema de dominio territorial análogo. Sólo eso bastaría para que el interés historiográfico por el imperio español fuese mayor, y es un rasgo de nuestra cultura académica el que los estudiosos de la acción ultramarina de España no sean muchos ni su trabajo suscite el interés de la mayoría. Que no puede ser porque la materia no se preste lo pone de relieve un libro como El imperio español.

No es de extrañar que el carácter de la monarquía española moderna como sistema de poder mundial, de las circunstancias de su consolidación y mantenimiento, de los hombres que la forjaron y de sus consecuencias, venga mereciendo la atención de autores anglosajones de probada capacidad para llegar a públicos amplios. Thomas se ciñe a un lapso temporal reducido, el de las etapas fundacionales centradas en el descubrimiento, exploración y primer asentamiento en las islas del Caribe y los territorios continentales que constituirían la Nueva España, el escaso tercio de siglo que va de 1492 a 1522, cuando la ocupación de México coincidió con el viaje de circunnavegación de la tierra por Magallanes y Elcano. La generación que vio el final de la España musulmana y la unificación de sus reinos cristianos, que consolidó la orientación atlántica con la ocupación de Canarias, que se implicó a la pugna por el poder en Europa, que optó por la homogeneidad cultural y religiosa en la Península, que inició la renovación de su arte y de su cultura, fue la misma que llegó a América y sentó las bases de su colonización. Resumir todo eso requiere capacidad para sintetizar y estructurar mucha información, y oficio para contar; Thomas demuestra no carecer ni de lo uno ni de lo otro.

Su libro es más que la historia de los descubrimientos y primeras conquistas ultramarinas; es una equilibrada combinación de los acontecimientos peninsulares y americanos que subraya la estrecha relación entre los dos ámbitos. Hace resaltar las personalidades singulares de políticos, navegantes, soldados, administradores y hombres de Iglesia que protagonizaron los hechos. No pierde de vista que para la mayoría de los contemporáneos América era, como dijo ante Carlos V un obsequioso prelado "otro nuevo mundo de oro" (y, de hecho, la edición inglesa del libro se titula Ríos de oro), pero tiene el inteligente buen gusto de ahorrarse la moralina anacrónica. Demuestra la familiaridad con el mundo americano alcanzada con sus anteriores libros sobre Cuba o México. Acierta a incluir lo fundamental sobre las culturas americanas con las que los descubridores entraron en contacto. Y escribe de modo razonablemente ágil para hacer llevaderas las 800 páginas y sus apéndices.

Esas páginas podrían haber sido algunas menos si se hubiese hecho a fondo una revisión final para evitar reiteraciones, corregir alguna contradicción y economizar detalles. Habrían sido también más instructivas con conclusiones más sistematizadas. Y, desde luego, el libro sería mucho mejor si los editores se convencieran de que su labor debiera ser también remediar cosas como el enloquecido desorden en la transcripción de topónimos o que los hijos de Colón, Diego y Fernando, aparezcan como hermanos suyos. Grabados, mapas e índices son, en cambio, impecables.