Image: El mundo como voluntad y representación

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Ensayo

El mundo como voluntad y representación

Arthur Schopenhauer

29 abril, 2004 02:00

Schopenhauer retratado por L. S. Ruhl hacia 1820

Ed. y Trad. Roberto R. Aramayo. FCE/Círculo de Lectores. Madrid, 2004. Dos tomos. 629 págs, 63 euros

Por fin podemos gozar de una edición y traducción entera de esta gran obra de Schopenhauer en lengua española; una traducción excelente, efectuada con criterios lingöísticos y filosóficos actuales, que permite un acceso a una de las obras más influyentes de la filosofía alemana del XIX.

Sustituye a la que, hasta ahora, constituía la única opción en español para leer a este filósofo: la de Ovejero Mauri, también traductor de las obras de Nietzsche (a partir de criterios que han quedado radicalmente anticuados). Debe valorarse asimismo la próxima traducción emprendida por editorial Trotta, y que en poco tiempo será completada; de manera que se podrá disponer pronto de dos opciones para visitar esta obra en nuestra lengua.

Y es que la obra lo merece, pues es, sin duda, una de las más influyentes de la filosofía decimonónica. Curiosamente lo es, mucho más, como señala R. Aramayo en su esclarecedora introducción inicial, en el ámbito literario que en el estrictamente filosófico. De hecho influye mucho en éste, pero sobre todo en filósofos de extraordinaria incidencia literaria, como Nietzsche. Personajes como Thomas Mann, Borges o Pío Baroja fueron grandes asi- duos de esta filosofía de la voluntad, en la que se despliega un dualismo de gran estilo, según el propio título de la obra consigna, en continuidad confesada con los más insignes dualismos del pasado, el de Platón y el de Kant; y sobre todo bajo el resguardo de la doctrina esotérica de los Upanishad, y de las primeras elaboraciones del budismo, al que tuvo acceso este filósofo a través de las célebres traducciones precursoras de Anquetil-Duperron.

La influencia de esta obra filosófica en todas las artes es extraordinaria y única; y muy en particular en el terreno de la música. Se sabe la inmensa conmoción que provocó en Wagner, hasta el punto que toda la trama ideológica de la Tetralogía, que se hallaba gestada bajo los auspicios de las filosofías revolucionarias y optimistas de Feuerbach (o de los amigos anarquistas y comunistas del Wagner parisino y revolucionario), fueron modificadas sustancialmente a través del encuentro con este libro de Schopenhauer, indirecto responsable del Tristán, y del memorable monólogo sobre el Wahnsinn de Hans Sachs en Los maestros cantores.

Pero esa influencia es así mismo decisiva en la ideología filosófica que puede descubrirse a través de los escritos de Gustav Mahler. Y es, así mismo, determinante del concepto que de la música se hace Schünberg. Es más: el giro formalista del frente antiwagneriano, encabezado por el crítico Hanslick, halla así mismo su fuente de inspiración en los capítulos que Schopenhauer consagra a la música. Dahlhaus ha insistido en que este filósofo es, quizás, el principal ideólogo de la idea, tan propia del siglo dicinueve, de "música absoluta", o de una música emancipada de su sometimiento a la palabra y al cántico, o a la servidumbre textual.

La importancia de Schopenhauer es inmensa, y no sólo en este sensible terreno de la filosofía del arte, y en particular de la música; su reflexión ética, su esfuerzo por mostrar la compatibilidad esencial de ética y metafísica, y su interés radical por las sabidurías religiosas orientales configuran un perfil y un talante que lo hace, en muchos aspectos, un precursor de nuestra propia sensibilidad. La historia de su recepción es aleccionadora. No es, desde luego, un caso aislado; pero sí que tiene características excepcionales. La obra se publica en 1818. Su autor espera un éxito espectacular. Pero su expectativa es cruelmente defraudada. La filosofía vive entonces el gran momento del racionalismo idealista de la filosofía de Hegel, que no parece admitir competencia. La obra de Schopenhauer es, sencillamente, ignorada; y cuando se la conoce, apenas se la valora, o se la contempla con ironía. Ese tremendo fracaso amarga la vida y el carácter del autor, ya extravagante y singular. Pero podrá gozar, sin embargo, de su tiempo oportuno, o de su kairós. Era una obra prematura, que todavía no había encontrado la generación de lectores que pudieran comprenderla. Esa generación despuntó en la década de los 40. Entonces se suceden a ritmo rápido las ediciones. Y la obra de Schopenhauer alcanza al fin la corriente de lectores que merece, entre los que ya descubrimos a Wagner, a Nietzsche, y a tantos otros. Desde entonces la obra de Schopenhauer se halla siempre en primer plano del interés filosófico y cultural.