Image: Ninguna guerra se parece a otra

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Ensayo

Ninguna guerra se parece a otra

J Sistiaga

20 mayo, 2004 02:00

Julio A. Parrado, con un militar de la brigada que acompañó en Iraq

Plaza & Janés. 400 pp, 19’50 e.Julio A. Parrado: batalla sin medalla. VV.AA. Foca. 332 pp, 12 e.Aquí Bagdad. O. Rodríguez. Velecio. 312 pp, 17 e.

Convertidos en noticias, los corresponsales hace tiempo que desvelan sus secretos. A sí Manuel Leguineche retrató en La tribu (Argos Vergara, 1981) a la profesión. Desde entonces se han sucedido testimonios, como los de Alfonso Rojo en Diario de la guerra (Planeta, 1991) y Reportero de guerra (Planeta, 1995), Arturo Pérez-Reverte en Territorio Comanche (Ollero & Ramos, 1994) o Ramón Lobo en El héroe inexistente (Aguilar, 1999).

"Ha sido, sin duda, la guerra mejor contada de la historia", escribe Jon Sistiaga. Más modestos, Espinosa, Masegosa y Baquero describen la invasión de Iraq como "el conflicto mejor contado desde la guerra de Vietnam". Dudo que el padre de la tribu en Bagdad, Tomás Alcoverro, sea tan optimista.

Como dice Phillip Knightley, el que más sabe de corresponsales de guerra y aún vive para contarlo, es demasiado pronto para emitir juicios tan rotundos. Desde luego ha sido la mejor cubierta. En España se vivió y se lloró como un asunto interno. Los medios no habrían hecho semejante esfuerzo ni las editoriales habrían publicado ya al menos siete libros de corresponsales en Iraq en sólo un año de no haberlo visto así. Los siete se pueden leer como capítulos de una misma obra que empieza y termina en el hotel Palestina de Bagdad. En Julio Anguita Parrado: Batalla sin Medalla se recogen 52 de sus mejores crónicas y 37 textos de compañeros, amigos y familiares. Ninguna guerra se parece a otra es el mejor homenaje que Jon podía hacer al amigo del alma, José Couso.

Julio, "un valiente que amaba el periodismo sin estridencias" (Mónica G. Prieto) y José, "la generosidad, la dulzura y la profesionalidad" (Olga Rodríguez) son referencias constantes en los 7 libros, todos ellos mezclas de diario, crónica, reportaje y ensayo. Que nadie busque en ellos los porqués del conflicto. No son análisis diplomáticos, políticos ni estratégicos, aunque en todos se arroja luz sobre las grandes mentiras antes, durante y después de la invasión. Objetivo Bagdad (EFE, mayo de 2003, 25 e.) abrió la brecha. Las impresiones de Alfonso Bauluz, su empotrado con los marines, los testimonios de Masegosa desde Bagdad y las excelentes fotografías son lo mejor del texto. Cuatro meses más tarde, en septiembre, ángeles Espinosa, Alberto Masegosa y Antonio Baquero fundieron sus experiencias en Días de Guerra: Diario de Bagdad (Siglo XXI, 203 págs., 15 e.). Casi al mismo tiempo, Francisco Perejil recogía en Reportero en Bagdad (Planeta, 180 págs., 15 e.) sus mejores crónicas y vivencias desde que llegó con los brigadistas. En noviembre Mercedes Gallego, la única española empotrada, ya huérfana de Julio, sacaba del corazón Más allá de la batalla (Temas de hoy, 248 págs., 18 e.) , su homenaje personal al compañero de El Mundo perdido horas antes de la caída de Bagdad. El mes pasado Olga Rodríguez cerraba la serie, por ahora, con Aquí Bagdad. Crónica de una guerra. Fue la que más cerca estuvo de morir al lado de Couso. "Por un instante llegué a pensar que mi cuerpo se había roto por dentro", escribe sobre el obús disparado por el sargento Gibson que acabó con la vida de Taras Protsyuk, de Reuters, y de Couso. El mismo obús dejó en blanco por un día el diario de Jon y, con trazos gruesos, sin matices, sin colores, en una nebulosa de blanco y negro, le impulsó a escribir posiblemente uno de los mejores libros españoles sobre corresponsales de guerra. Batalla sin Medalla es el libro que a Julio Anguita le habría gustado leer en vida. Ni él ni Couso se habrían imaginado lo mucho que se les quería. Como buenos periodistas, tampoco se habrían creído tantos elogios. Como ha escrito Janet Malcom, una de las mejores periodistas estadounidenses, "los periodistas suelen ser aduladores, sobre todo con los suyos". Ninguna profesión es tan rica en elogios de los muertos ni en críticas de los vivos.

La guerra saca a la luz lo mejor y lo peor de cada uno. Entre los corresponsales que las cubren, salvo aves raras, se forman familias, grupos inseparables que comparten chóferes, fuentes, miedos y botella. En la invasión de Irak, la mayor parte de los enviados españoles formó una tribu modélica. Ninguno de los autores habla mal de un compañero, pero la ausencia de algunos nombres famosos en los siete libros dice más que mil confesiones. El Gobierno español del PP sale mal parado en todos ellos. ¿Por qué van a la guerra y por qué se quedan cuando saben que están arriesgando su vida? La pregunta resuena en cada texto y las respuestas se repiten: "Es el máximo acontecimiento profesional al que se puede aspirar", escribe Jon. "Es una experiencia que debería tener todo periodista vocacional", en la guerra "el reportero se convierte en el periodista total". ¿Por la gloria? ¿El reconocimiento a tu trabajo? ¿Para que nos quieran más? "No, el reconocimiento no puede ser lo que explique el truco", contesta Perejil. No hay una respuesta única, pero ver y vivir el gran acontecimiento para contarlo, estar allí donde se hace la historia y escapar de la rutina de la redacción son drogas de las que, una vez probadas, resulta muy difícil desengancharse. "(Julio) quería estar en primera línea", confiesa Ana Anguita. "Sabía un montón de cosas y quería empaparse de las que no sabía. Necesitaba vivir, amar y ser amado". Como Couso y muchos de los que se habla en estos siete libros, llevaba el periodismo en la sangre.