Image: El sentido

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Ensayo

El sentido

Adolphe Gesché

20 mayo, 2004 02:00

Trad. X. Pikaza. Sígueme, 2004. 206 págs, 14’50 euros

Este libro es un regalo. Aborda uno de los problemas más viejos con una novedad estimulante: el problema de si las cosas (la vida en último término) tienen sentido. Aunque se planteara mucho antes, sobre todo en la Grecia clásica, se trata de un problema que hizo más angustioso el cristianismo, quizá porque le dio una solución que nadie había soñado.

Prometió una vida eterna felicísima y real, de manera que el que no cree y participa sin embargo de la cultura cristiana ha tendido a concluir que la vida carece de sentido. La verdad es que esto no angustia ya a casi nadie. Y es que la angustia no es cosa aneja a la búsqueda de sentido. Lo prueban los millares de años que no han dejado memoria de angustia desde que el hombre es hombre, antes de que naciera Jesús.

Hasta entonces, muchos hombres se habían preguntado si había algo más allá de la muerte y eso se ve en multitud de enterramientos prehistóricos, la disposición de cuyos elementos fuerza a pensar que aquella gente creía en la trascendencia. Pero una cosa es pensar qué hay luego y otra angustiarse. Paradójicamente, la angustia ha sido, en el siglo XX, el camino que ha conducido a muchos a creer. Y por eso resulta llamativo, para los que hemos nacido en los tiempos del existencialismo, ver que una gran parte de la generación actual no se angustia por no creer; se conforma con existir y disfrutar de lo que es seguro, que es eso, la existencia. Creo que no basta a explicarlo el hecho de la descristianización, sino que tiene además que ver con la tecnología de la información, que nos ha "instalado" en la novedad y nos hace inmunes a la novedad por excelencia que representó el cristianismo (la buena "nueva"). Ya sé que podría deducirse que, en ese caso, Dios requiere subderrallo y que alguno respondería que otra posibilidad es que él mismo cambie de táctica para hacerse novedoso a cada hombre y mujer de la civilización tecnológica.
Pues bien, Gesché -que era teólogo- va más allá y no nos propone un modo de resucitar la búsqueda de Dios como sentido de la vida, sino que se adelanta a decir que Dios no es un fabricante de sentido y que el sentido hay que buscarlo allí donde, de hecho, se da y no precisamente en Dios; porque buscarlo en Dios es fabricar a Dios para que sea fabricante y la relación con Dios es tan desigual que a Dios no le cabe otra solución que "excederse", por lo cual lo más sensato es que el hombre, a su vez, se exceda, si quiere hacer algo por entenderse con él. La forma de excederse que propone no es, pues, la búsqueda de Dios como sentido, sino empeñarse en el imposible de preguntarse cómo pensaría esto o aquello Dios. Reconoce que es una pregunta que no podremos responder; pero nos puede dar luz. Luego busca el sentido en la libertad, la identidad, la esperanza, el destino y lo imaginario, primero como realidades en sí, sin que Dios se ponga por medio, a no ser que se empeñe él mismo. Adolphe Gesché encuentra sentido en todo eso. ¿Lo encontrará quien lo lea? Al menos, el libro es suficientemente inteligente, inteligible, profundo, entretenido y ágil como para que merezca la pena probar.