Memorias. La mujer más poderosa de Estados Unidos
Madeleine Albright (con Bob Woodward)
15 julio, 2004 02:00Madeleine Albright. Foto: Ricardo Cases
Madeleine Albright, nacida Korbel, fue Secretaria de Estado norteamericana durante el segundo mandato del presidente Clinton (1997-2001), y embajadora en la ONU durante el mandato anterior.Había nacido en Praga, en 1937, en el seno de una familia checoslovaca ligada al Estado democrático de Tomás G. Masaryk y Eduard Benes que sería arrasado por los nazis. También era de familia judía, pero ella no lo supo hasta sesenta años después, y a costa de un buen escándalo político.
Exiliada la familia en Londres durante la guerra mundial, su padre continuó la carrera diplomática con el gobierno democrático de Benes y Jan Masaryk pero la toma del poder por los comunistas en Checoslovaquia condujo de nuevo a la familia al exilio. En 1948 llegaron a Estados Unidos y, ocho años más tarde, todos se convirtieron en ciudadanos americanos. El padre era académico y la familia se comportaba como católica.
Las buenas dotes intelectuales de la chica le franquearon las puertas de Wellesley, un College femenino, volcado en la formación de mujeres líderes. Años más tarde aparecería también por ese College una chica que ahora es conocida como Hillary Rodham Clinton. La vocación de liderazgo de Madeleine, en cualquier caso, quedaría algo ensombrecida por su matrimonio con Joe Albright, un periodista relacionado con algunas de las grandes dinastías periodísticas americanas y con apellidos tan conocidos como el de Guggenheim. A cambio de esa renuncia al protagonismo personal entró en contacto con los ambientes más refinados de Nueva York y Washington, dónde trabajaba el marido.
La renuncia de Madeleine, en todo caso, no llegó hasta el punto de renunciar a un doctorado en relaciones internacionales en el que recibió las enseñanzas de Zbigniew Brzezinski, que fue quien la llevó a trabajar a Washington, en el Consejo de Seguridad Nacional a finales de 1976, durante los años de la administración Carter. A partir de ese momento no se interrumpiría su trabajo político, siempre dentro del partido demócrata, hasta que Clinton le brindase la gran oportunidad en 1992. Diez años antes su marido le había comunicado que tenía intención de divorciarse de ella, cuando ya era madre de tres hijas, la menor de quince años.
Toda esa peripecia personal ocupa la cuarta parte de las memorias mientras que el resto se dedica a relatar la trayectoria en los dos cargos de relieve que desempeñó a partir de finales de 1992. Algunas partes de las memorias fueron escritas a mediados del pasado año y, de entrada, cabe subrayar el sentido de una política de Estado en la que no son escasos los elementos de continuidad como es el la política norteamericana de neutralización de Bin Laden o la advertencia que, ya en 1998, se le hiciera a Afganistán: "Si Bin Laden o cualquier seguidor de su organización ataca a Estados Unidos o a intereses estadounidenses, consideraremos que ustedes son directamente responsables".
También hay en el libro un claro componente de orgullo femenino en una mujer que sabía que no podía desvanecerse mientras pronunciaba un discurso (cosa que le había ocurrido a algún colega, sin mayor problema), que era consciente de que tenía que interrumpir para hacer oír su opinión y que, en definitiva, tenía que multiplicar sus esfuerzos para que nadie le dirigiese actitudes condescendientes por su condición de primera mujer que había conseguido llegar al puesto más alto del gabinete presidencial.
España apenas está presente en estas memorias, si se exceptúa la muy positiva valoración de la labor de Javier Solana como secretario general de la OTAN y una fugaz referencia al expresidente González. Tal vez para compensar ha dedicado un afectuoso prólogo a la edición española, escrito con posterioridad a los atentados de marzo, en el que aprecia la voluntad de liderazgo de José María Aznar y la tarea realizada por España para procurar el buen entendimiento entre Europa y los Estados Unidos.