Image: Dios en el exilio

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Ensayo

Dios en el exilio

Manfred Franck

29 julio, 2004 02:00

Schelling y Stefan George

Trad. A. González Ruiz. Akal. Madrid, 2004. 381 páginas, 30 e.

Si en un libro se cumple el refrán "nunca segundas partes fueron buenas" es en éste. La primera parte, referida al romanticismo alemán y al arco filosófico que conduce a Schelling y a Nietzsche, era un excelente ejercicio erudito sobre los vestigios de lo sagrado en la literatura y en la filosofía alemana del pasado siglo.

Pero está claro que los filósofos alemanes de mi generación, cuando se acercan al siglo veinte sienten el escalofrío de una esterilizante culpa que los paraliza o petrifica: no pueden sustraerse de la tremenda sombra que sobre toda la generación intelectual de posguerra dejó el nacionalsocialismo. Con lo que toda aproximación al mundo propio aparece siempre lastrada.

Por eso no hay modo de encontrar en ellos acercamientos distantes con autores como Heidegger. Ni siquiera con importantes hitos culturales de su propia tradición, como en poesía puede ser Stefan George, objeto de un estudio en este libro que es un modelo de lo que no debe hacerse. Se toman de este autor algunas poesías mediocres, se pasa de puntillas sobre las mejores, se mantienen complicidades reticentes con el lector, y con todo ello se sigue una línea argumental que para cualquier lector que no es alemán recuerda demasiado estrechamente La destrucción de la razón de G. Lukács, ese nefasto libro que se tradujo en nuestros pagos, inadecuadamente, como El asalto de la razón.

Todo nos conduce, finalmente, a la apoteosis de lo sagrado que fue el nacionalsocialismo, en el que los indicios y esbozos ensayados por Stefan George y su círculo, o las huellas de un "Dios que viene" que pueden encontrarse en el mismísimo Rilke, por no hablar de pensadores surgidos de esa época, van trazando el camino que conduce a esa solución final.

Pero lo más penoso es que el magnífico título del libro sugiere algo distinto: una exposición de las formas de exilio de la Divinidad en el siglo veinte. Uno esperaría encontrar, junto a autores alemanes, también pensadores y poetas, o novelistas, de otras latitudes. Pero esa es la tremenda paradoja de esa generación alemana de la filosofía de postguerra: por una parte no pueden sustraerse de la esterilizante culpa que les impide conciliarse con sus propias tradiciones de pensamiento (Nietzsche, Heidegger, etcétera.) Por otra parte, no contemplan otros horizontes que los de su propia tradición, con lo que incurren en el más penoso provincianismo. Ese carácter magnífico del título (y decepcionante del texto que encierra) es, por lo que veo, característico de este pensador. La falta de audacia en el pensamiento, el exceso virtuoso de la erudición, el lastre académico, la poca sensibilidad en la aproximación a la poesía, todo ello contribuye, en este caso, a que el libro termine produciendo clara sensación de escasez y de pobreza.

Para colmo, el traductor no ha tomado suficientes precauciones en un asunto tan difícil, casi me atrevería a decir imposible, como la versión en otra lengua de poesía extranjera. Las traducciones, sobre todo las de Stefan George, son sencillamente lamentables. Por lo demás, y puestos a buscar vestigios de religión y sentido sacro en la poesía alemana de comienzos de siglo, ¿por qué Manfred Franck no se ha atrevido con G. Trakl? ¿O no es suficientemente indicador de una "nueva mitología"? Pero como lo que se pretendía era seguir la pista, o la autopista, que conducía hasta el nacionalsocialismo, ese poeta, uno de los más grandes que puede exhibir Alemania, queda simplemente relegado.