Image: El sueño de Monturiol

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Ensayo

El sueño de Monturiol

Matthew Stewart

3 febrero, 2005 01:00

El Ictíneo II, el gran prototipo de monturiol

Traducción de M. Osorio Pitarch. Taurus. Madrid, 2004. 408 páginas, 21’50 e.

Ya había transcurrido más de la mitad de su vida cuando Monturiol inicia el proyecto y la consecución de la obra por la que sería después recordado, aunque quizá no tanto como merecía: la invención del submarino. Sin ella, dice él mismo, su existencia no habría tenido objeto.

Sin embargo, sus primeros cuarenta años los llenó la dedicación a una causa aparentemente separada de aquella aspiración y a la que se mantuvo siempre fiel: un socialismo utópico que buscaba la armonía universal en un clima de amor y fraternidad que una humanidad, virtuosa por naturaleza, alcanzaría si recibía la educación adecuada. Seguía así, "con una ingenuidad conmovedora", las ideas de Calbet que quiso fundar una especia de nuevo paraíso, Icaria, pronto fracasado pero al que estuvo a punto de trasladarse Monturiol cuya conversión al movimiento icariano fue "como una revelación divina". Y aunque no es fácil ver una relación entre estas posturas suyas y la invención del submarino, se afirma que nunca habría llegado a realizarla si no hubiera vivido la primera parte de su vida sumido en aquella utopía revolucionaria. El submarino no era sino la traducción de la misma al medio acuático y las leyes que esperaba descubrir, al permitir la difusión a través de los mares del soñado progreso, darían paso a la trans-
formación de los mortales en dueños del universo.

La primera parte del libro está pues destinada a la presentación de los anhelos que conforman aquellos años del hombre "que quiso salvar al mundo", según reza el subtítulo del libro. Años enmarcados en una historia convulsa como fue la nuestra en el XIX y que es descrita a veces de un modo un tanto simplista (incluso con algún error, como llamar repetidamente a Gonzalo Bravo a quien debe de ser, supongo, Luis González Bravo). Y se entra a continuación en los trabajos de fabricación del primer submarino, el Ictíneo, botado en 1859, tres meses antes de que Monturiol cumpliera los 40 años. Asombra contemplar el esfuerzo hercúleo de aquel hombre que sin titulación técnica se adentró en el estudio de cuantos conocimientos se requerían para ir dando forma a las ideas que modelaban su invención y solucionando los complicados problemas que éste entrañaba. Porque no se trataba de lograr una simple inmersión, como algunas campanas ya en funcionamiento, sino de crear una nave sumergible con condiciones de flotación, estabilidad, propulsión, dirección y habitabilidad. Y para ello le fue necesario conseguir una producción indefinida de oxígeno; dotar al submarino, para que pudiera desplazarse autónomamente, de un motor que treinta años más tarde sustituiría Peral por el eléctrico; o disponer del doble casco que sería indiscutido desde 1905, cuando lo adoptó la marina alemana olvidando que su inventor fue Monturiol en 1858.

Con todo, no fueron las dificultades técnicas, que llegó a superar, las que ensombrecieron sus días, sino las económicas. Pese al entusiasmo y a la aportación de particulares, no consiguió sufragar aquellos gastos y llegó a desleír sus propias convicciones: colaborar con el negocio capitalista de los astilleros barceloneses, buscar la aprobación de una administración nacional que consideraba corrupta, o la relación con los burgueses del separatismo catalán que antes tildó de provincianos, aceptar dinero procedente de la esclavitud en Cuba, ofrecer su invento como arma de guerra cuando jamás había admitido la violencia para la consecución de fines políticos, o intentar vender su invento a los norteamericanos. Tristemente tuvo que asistir al desguace de su Ictíneo II a pesar del éxito que sus pruebas habían tenido.

Este es Monturiol, el hombre cuyo submarino abriría incluso, se dice, un nuevo camino en la historia de Barcelona a través de sus compañeros de utopismos. Hombre integérrimo y generoso, amante de la familia, "tan moral como para resultar moralista y tan virtuoso como para parecer puritano", soñador incorregible pese a que sus aspiraciones y logros no habían supuesto más que pobreza, separación, exilio y oprobio social, pero cuya vida nos recuerda por qué seguimos intentando "hacer de este mundo un lugar mejor aunque éste lejos del ideal".