Image: El imperio Otomano 1300-1650

Image: El imperio Otomano 1300-1650

Ensayo

El imperio Otomano 1300-1650

Colin Imber

10 febrero, 2005 01:00

Trad. Jordi Vidal. Vergara. Barcelona, 2004. 412 páginas, 21’50 euros

La posible incorporación de Turquía a la Unión Europea ha incrementado el

Y algo de cierto hay en tales conceptos, sobre todo en el primero, si tenemos en cuenta lo poco que los historiadores occidentales -con la excepción de contados especialistas- nos hemos interesado por dicho mundo. Por fortuna, existen destacados expertos que nos acercan al conocimiento del imperio otomano. Desde sus orígenes medievales, el concepto actual de Europa se confunde, y más aún se subordina, al de la Cristiandad, un ámbito espacial en el que existen diferentes poderes, pero que se caracteriza por la creencia en un mismo dios, de la que se derivan una serie de principios, y en algunos casos, normas y jerarquías más o menos generales, como el Papa -hasta la reforma protestante- y al menos en teoría, y en determinados periodos históricos, el emperador. Europa limitaba al este con la cristiandad oriental -vinculada en su origen al Imperio romano de Oriente y definitivamente separada de la iglesia de Roma desde mediados del siglo XI- y al sur con las civilizaciones musulmanas, que se desarrollan en un principio en la península arábiga y el norte de áfrica a partir de la predicación de Mahoma, a comienzos del VII, y que serían los enemigos seculares de la Cristiandad.

La importancia de los turcos radica en haber constituido el gran poder político musulmán desde los orígenes de su imperio, en el siglo XIV, hasta su extinción formal en 1922, si bien su periodo de auge concluyó mucho antes, llegando todo lo más a las décadas centrales del siglo XVII, que marcan el término cronológico del interesante estudio del profesor de la Universidad de Manchester Colin Imber. Antes, y sobre todo durante el siglo XV y buena parte del XVI, y a partir de Anatolia -que coincide aproximada- mente con la actual Turquía- extendieron tanto su poder que dominaron Asia Menor -llegando por el Este hasta el mar Caspio y el golfo Pérsico- Egipto y buena parte del norte de áfrica, Grecia, Serbia y los Balcanes; pusieron fin al imperio romano de Oriente con la conquista de Constantinopla (1453), que convirtieron en su capital Estambul, se apoderaron de buena parte de Hungría y llegaron a sitiar Viena. Directamente o a través de los poderes norteafricanos subordinados al sultán, la Cristiandad se sintió amenazada, y durante mucho tiempo el "peligro turco" fue su pesadilla.

Era sin duda un mundo lejano y distinto; aunque no tanto, como lo prueban los pactos y acuerdos que establecieron con ellos algunos gobernantes cristianos, de entre los que destacan los realizados por Francisco I de Francia en su oposición a Carlos V, o los contactos inevitables en la larga guerra de frontera que mantuvieron en el sureste europeo. El libro de Imber permite ver las diferencias y las similitudes existentes entre los turcos y los poderes cristianos contemporáneos. Lo más sorprendente es el carácter fuertemente militar de su imperio -que se anticipa en esto a estados como Prusia o Rusia, en la Europa del siglo XVIII- la estructuración de la economía y la sociedad en función de la guerra, así como la perfecta organización de su ejército y sus fuerzas navales. En el imperio otomano existía tolerancia hacia otras religiones, aunque quienes las practicaban habían de tributar por ello al soberano, así como contribuir con sus hijos a la institución de la leva, procedimiento de selección para el ejército y el servicio al sultán que permitía a los más capaces o hábiles llegar a la cúspide del poder y la sociedad. Pero junto a la tolerancia existía también un grado sorprendente de crueldad, que comenzaba en la propia familia real, en la que el fraticidio y el asesinato entre parientes aseguraban al vencedor el acceso al trono, desde el cual tenía -y ejercía- un derecho absoluto sobre la vida de sus súbditos.

En un relato cronológico básico de la historia otomana, el libro de Imber estudia estos y otros aspectos, como la administración provincial, la ley islámica o el importante papel de los juristas, en un imperio en el que el poder era más personal que institucional y cuyo sultán era también el jefe de los creyentes.