Shostakóvich
Bernd Feuchtner
10 febrero, 2005 01:00Bernd Feuchtner
La lectura de un libro que trata un tema muy atractivo, al menos para todo amante de la música, se ha ido convirtiendo en una carrera de obstáculos. Al principio fueron sonrisas, más tarde risas sonoras, finalmente tristeza e irritación.La lectura quedó arruinada a causa de una versión a lengua española sencillamente imposible. O como dice la traductora en su particular estilo: "infumable". Tal es el acopio de giros coloquiales, de expresiones vulgares (o propias del "patio de mi casa"). El libro no ha podido ser leído en la paz y sosiego que requería. Comenzó en la página 53 con la información de un concierto que "dejó al público epatado" (sic), y que era una especie de colage musical (tal cual). Siguió el desconcierto, o la cacofonía, con la referencia a "compositores soviéticos punteros", o con un Congreso que "no es de extrañar que bramara de risa". Líneas antes José Stalin había acusado a algunos de "reenganchados (y disidentes)". Nos enteramos que al Ministerio de Cultura "espeluznaban" las obras del compositor.
Y es que la gran ópera de Shostakóvich se salía de "recetas precocinadas al uso". El espectador, en estas condiciones, se "podía esperar sentado" (pese a que su música no daba opción "a repantingarse".) Marcaba la diferencia con otras óperas en las que, muchas veces, era necesario olvidar "un libreto infumable": estas cuatro últimas flores en la misma página 71. De algún personaje de la gran ópera del compositor ruso, Lady Macbeth del distrito de Mitsensk, se dice que era una "acémila" y un "botarate"; de otro, "un hombre de pelo en pecho"; un tercero, un "calzonazos". Unos pobres condenados a Siberia eran "unos desgraciados ha quienes la sociedad (había) hecho pedazos". Se insiste en que su música "espeluznaba", porque todos sus personajes eran "violentos y sin dos dedos de frente". En una palabra, era una ópera que se salía de los esquemas marxistas "de andar por casa".
Realmente es "de andar por casa" (y que resucite Eugenio d’Ors para comprenderlo) este acopio de expresiones propias de una conversación de grupo adolescente. Imposible reseñar con serenidad un texto sobre los sombríos años políticos en que vivió Chostakóvich, con José Stalin interfiriendo en las orientaciones del arte preconizado ("rea-lismo socialista"): y con la amenaza de que el desvío de la Norma podía llevar consigo la muerte, -acompañada de sádicas torturas- en la más sórdida comisaría. O la deportación y muerte rápida en los helados escenarios del Archipiélago Gulag.
Imposible saber si el libro está a la altura de su cometido. Tiendo a pensar que los dos excursos sobre el sinfonismo de Chaikovski y Mahler son insuficientes; me parecen algo convencionales; y que la atractiva tesis del libro, la de que la música de Shostakóvich tuvo que recurrir al enmascaramiento, no se halla bien probada. Una versión correcta permitiría, quizás, una comprensión mejor de un libro que sabe acertar en el interés del compositor ruso y de su tétrico entorno. Incomprensible que una editorial prestigiosa no haya tenido los controles que exigen rechazar versiones de esta naturaleza.