Image: El caballero del salón

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Ensayo

El caballero del salón

W. Somerset Maugham

5 mayo, 2005 02:00

W. Somerset Maugham. Foto: Archivo

Trad.B. Moreno Carrillo. Ed. del Viento. La Coruña, 2004. 263 págs, 19 e.

Rita Hayworth, Tyrone Power, Bette Davis, Leslie Howard y hasta Bill Murray son algunos de los muchos actores que han prestado su rostro a personajes de novelas de Somerset Maugham.

Uno de los autores más veces y más tiempo llevado a la gran pantalla (empezó en la época muda y aún se hizo alguna versión el año pasado), parisino de cuna y tumba, viajero, es recordado por la sencillez y amenidad de su prosa. Península nos trajo hace poco En un biombo chino, una anterior incursión del novelista en el género de viajes. La exquisita Ediciones del Viento nos pone en las manos este viaje a Indochina, que el autor se planteó "a una escala más elaborada".

William Somerset Maugham escribió esta relación de un viaje por Birmania, los Estados Shan, Siam e Indochina en los años 30 del pasado siglo, para su distracción personal. Con una gracia que nos recuerda a nuestro Rusiñol, sabe deleitarnos con reflexiones generales que huyen de la información y la descripción, y se entretienen en aspectos literarios. Se describe como mal viajero, carente del don de la sorpresa. Dice que da las cosas por descontadas, y, en cambio, confiesa que le extraña ver tanto pájaro exótico campando a sus anchas, lejos de las jaulas.

En una reivindicación del denostado, en su tiempo, Hazlitt, toma El caballero del salón como título para este libro delicioso, en el que nos cuenta bellas historias como la de la boda esquiva de Raquel y George, o como la de Masterson, que pierde mujer e hijos por un sueño de la edad provecta. Fumar en pipa, desayunar en pijama, perderse en la jungla... O leer. Placeres del viaje o, dicho de otro modo, de esa manera de entender el viaje que es la vida sin prisas. Es aquí donde afirmó que prefería "aburrirse con Proust a divertirse con cualquier otro autor". Una boutade que matizaría años después, cuando escribió Diez grandes novelas y sus autores (Tusquets, 2004). Entonces aconsejó a los lectores de verdad "leer a los clásicos en batín", saltarse páginas sin miedo. Somerset viaja dejándose atrás a sí mismo, y es consciente de que lo mejor de hacerlo es poder decir que "un hombre me ha contado cosas de su vida que nunca han sido contadas a un ser humano". Podemos aplicarnos el consejo y saltarnos con pértiga ciertos capítulos, pero en todos hallamos algo valioso. Quien defendió las ediciones amputadas de Don Quijote o de Melville, no se ofenderá porque lo hagamos. "Era el tipo de judío que te hacía comprender los pogroms", dice de un pelmazo que se le pega en el pequeño vapor a Hong Kong. Este último capítulo es un colofón perfecto, en el que el judío Elfenbein acaba redimido y dejando una frase lapidaria: "los humanos tienen el corazón en su justo lugar, pero el cerebro no les sirve para nada".