Ensayo

El capellán del diablo

Richard Dawkins

27 octubre, 2005 02:00

Richard Dawkins. Foto: Archivo

Traducción de R. González del Solar. Gedisa, 2005. 348 páginas, 21’90 e.

Torpe, desatinado, despilfarrador y cruel: así calificaría un capellán del diablo al mecanismo que gobierna la naturaleza, a decir de Darwin. Dawkins sí que lo ve despilfarrador pero no desatinado y torpe, al menos en sus resultados; y en cuanto a cruel, el mismo capellán habría dicho que no lo es ni tampoco benévolo: simplemente indiferente.

Una vez más nos hace llegar nuestro autor su visión de la selección natural que durante 25 años ha ido desgranando en artículos, ensayos, reseñas o prólogos, de los que selecciona un buen número, aparte de los expresamente escritos para el libro.

Una visión que va cotejando con las de Medawar y Gould, los que con él forman un extraordinario trío de expositores del neodarwinismo. Sus ocasionales diferencias no le impiden consagrar a Medawar como maestro de las bellas letras de la biología, y de Gould alaba su prosa elegante, erudita, aguda, coherente y rigurosa, y también correcta en mucho de lo que dice, ya que no se puede pretender que todo lo que aparece en sus libros sea del gusto de Dawkins. él los considera unos aristócratas del saber, con algo de la arrogancia natural en quienes lo son pero lo bastante grandes y generosos como para elevarse sobre ella. Tal vez valdría para sí mismo esa descripción, pues arrogante y aun despectiva se diría su actitud hacia quienes se oponen a sus ideas, no tanto en los temas que surgen del darwinismo o de la ciencia en general, si no en los que tiene que ver con la moralidad, religión, educación, etc. Como científico se declara darwiniano apasionado, que piensa que la selección natural es la única fuerza capaz de producir esa ilusión de finalidad que nos asalta al contemplar la naturaleza. Pero es igualmente apasionado antidarwiniano en la traducción que se ha hecho de tal doctrina a la política o al tratamiento del los asuntos humanos.

Y no faltan ilustraciones en estos otros campos. Su experiencia negativa, por ejemplo, de los juicios por jurados de los que ha formado parte, viciados por el sesgo de sus decisiones. Particularmente duro se muestra con el sentimiento y las creencias religiosas, que sitúa en el terreno de la superstición y de lo antirracional. Justamente acaba el libro con una plegaria para su hija en la que, cerrado a toda trascendencia, le recomienda no "creer" sino en aquello que sigue el método científico de requerir pruebas y nunca en lo que deriva de la tradición, la autoridad y la revelación; dando de ésta, por cierto, una versión bastante chirle. Me da tristeza que a una exposición que encuentro brillante en los temas de su ciencia, aunque no sea yo el llamado a intervenir en ellos, haya querido añadir una agresiva y casi insultante opinión sobre quienes otean espacios no cubiertos por la ciencia positiva. Pero esto no es nuevo en él; hace tiempo leía a un científico que aludía irónicamente a la disyuntiva excluyente que Dawkins venía a plantear: o creemos en Dios o creemos en Dawkins.