La historia cultural
Justo Serna y Anaclet Pons
27 octubre, 2005 02:00Anaclet Pons y Justo Serna
Justo Serna y Anaclet Pons, profesores de la Universidad de Valencia que han concebido conjuntamente en otras ocasiones obras del máximo interés, véase Cómo se escribe la microhistoria (Madrid, Cátedra, 2000), ofrecen un espléndido estudio historiográfico de la historia de la cultura, uno de los campos de investigación punteros dentro del saber histórico.
Los rasgos que les identifican son la producción de libros rompedores, recordemos El queso y los gusanos de Ginzburg, cuya influencia desborda el marco académico; la conciencia de fragmento y variedad, puesto que se trata de obras hechas de trozos que reconocen implícitamente la imposibilidad de totalidad al efectuar una recuperación que sólo puede ser parcial; el abandono de los convencionalismos académicos; y una reconstrucción centrada en episodios o circunstancias que son sólo una ínfima parte de lo que fue pero que actúan como vías de acceso que nos trasladan a un mundo que se ha perdido. Antes de proseguir, conviene detenerse en la caracterización del concepto de cultura que proporcionan Serna y Pons: "un repertorio amplio de códigos o de convenciones, un compendio vastísimo de prótesis y de instrumentos, un depósito de reglas, de significados, de prohibiciones y prescripciones, que nos limitan y que a la vez nos harían vivir, que nos servirían para resolver mejor o peor nuestra relación con el entorno social y físico".
A continuación, emprenden la ruta de los lugares, como París y Princeton, y los antecedentes que han concurrido para que este fenómeno historiográfico cuajase, sin olvidar cuestiones peliagudas a que ha dado lugar la propia evolución de la historia cultural, algo que queda bien recogido en la controversia aún no zanjada con los posmodernos. En la circunnavegación aparecen generaciones de historiadores, contextos vivenciales, obras cimeras y escuelas históricas, principalmente las relaciones con Annales y la tradición británica de izquierda, sin olvidar la estrechísima relación con la antropología y el diálogo con filósofos tan innovadores como Foucault.
El mapa que trazan Serna y Pons es denso y rico en matices. Es cierto que la extensión de la materia a tratar fuerza una selección que obliga a dejar mucho fuera, es más, aceptan que puede haber otros itinerarios alternativos. Sin embargo, lo esencial reside en que la reconstrucción de la panorámica resulte eficaz, si contribuye a facilitar un conocimiento profundo del asunto que tratan. A mi juicio, eso lo consiguen con creces.