Image: ¡Tierra, tierra!

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Ensayo

¡Tierra, tierra!

Sándor Marai

16 marzo, 2006 01:00

Sándor Marai

Trad. J. Xantus. Salamandra, 2006. 446 págs. Ernü Zeltner: Sandor Marai. Trad. E. Renau. Univ. Valencia/Univ. Granada. 211 págs

"Lo siento -escribía Márai en su última carta-, pero esto no puede seguir así. La debilidad no desaparece; si la cosa continúa como hasta ahora, me enviarán de inmediato a un hospital. Quisiera evitarlo." En este mismo sentido el 15 de enero de 1989 anota en su Diario: "Ya es hora". Unos días después, el 21 de febrero, se suicida de un disparo en la cabeza en su casa de la Sixth Avenue.

"No tengo nostalgia de la muerte, miedo a la muerte, más bien miedo a la vida", había escrito en su soledad final, cuando ya no sólo era un húngaro desarraigado en América sino, además, un pobre viejecito olvidado con la cabeza llena de necrológicas.
Por eso, al leer ahora este segundo tomo de sus memorias, que rememora los terribles acontecimientos de 1945 a 1948, el grito de "¡Tierra, tierra!" encierra el lamento de un final: el final de su país (Hungría) arrollado por el comunismo soviético. Un grito lleno de pérdidas que narra lo vivido por Márai desde la huida de las tropas nazis hasta el asentamiento del poder rojo y donde el testimonio personal señala esa nueva forma de barbarie sustentada en la maquinaria represora del Estado, en la corrupción institucionalizada. Es un grito desde el infierno stalinista que poco a poco se iba imponiendo en la sociedad húngara, y un grito de esperanza porque todavía existía un Occidente donde la cultura burguesa democrática tenía lugar, no sólo en Europa sino en EE.UU , donde se exilió.
Márai fue siempre un hombre entusiasta y vitalista, testigo, en su primera juventud, de la descomposición y liquidación de la Europa austrohúngara. No obstante a diferencia de toda la vieja generación danubiana, Márai pudo asimilar los cambios políticos acaecidos tras el derrumbe del imperio y lo hizo desde aquel talante suyo de burgués liberal, esteta, hondamente humano, sensitivo y apasionado de la vida.

Por eso el hombre de mundo que era Márai supo disfrutar de todo aquello hasta que primero los nazis y sobre todo las tropas soviéticas y el comunismo se lo destrozaron de tal manera que tuvo que huir de aquel país suyo lleno, como podía haber escrito Chamfort, de amistades de corral, fe de zorros y amistad de lobos. Esta deriva suya, de su país y de su cultura, es la que nos cuenta en ¡Tierra, tierra! Y nos la cuenta desde su enorme agudeza intelectual y desde una enorme sensibilidad para detectar hasta las últimas urdimbres del totalitarismo y sus estrategias para vaciar conciencias, para someter la intimidad de los hombres ( intelectuales o no) a la visión del abismo político o personal. Una agudeza que le sirve para retratar con humor al ejército bolchevique como un ejército de saqueadores compulsivos, maliciosos y muy corruptos. Un humor que, no obstante, se le hiela en la cara al lector cuando, tras hacernos contemplar su casa de Budapest en ruinas, nos conduce por ese laberíntico proceso de aniquilación de la individualidad al que condujo el comunismo. Unas ruinas de un país, de una cultura en la que sólo levantaban cabeza los medradores. Los que intentaban vaciar al hombre, y al propio Márai, de todo componente moral, de todo yo libre, de todo aquello por lo que un individuo se respeta a sí mismo. Frente a ello la única respuesta es el exilio. Y es a las puertas de ese exilio donde se detienen estas memorias de Márai, que hay que complementar con el libro de Zeltner. Sobre todo para comprender que el exilio, para Márai, fue otra forma terrible de nostalgia.

De todo ello nos habla Ernü Zeltner en un libro que tiene tanto de reportaje como de biografía. Zeltner aporta datos, maneja una documentación de primera mano pero sólo a veces nos ofrece un retrato profundo de Márai. No obstante este libro puede servir al lector español para completar la imagen de sus escritos autobiográficos, sobre todo de sus Diarios, de sus Confesiones de un burgués, o de ¡Tierra, tierra! donde, aunque Márai mitifica su vida, nos da ese aliento de absoluta seducción que respira su literatura, ese aliento por el que nos creemos testigos de una vida desnudándose a sí misma. Una alta literatura, en fin, porque la baja sólo sirve para que las gallinas o los comisarios correteen por el tejado.