Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen
Jared Diamond
23 marzo, 2006 01:00Las viejas ruinas de culturas desaparecidas, como las estatuas colosales de la isla de Pascua o los templos mayas invadidos por la selva, nos atraen por su halo de misterio y de melancolía. Jared Diamond demuestra que tienen además valiosas lecciones que transmitirnos: son testimonios mudos de antiguos fracasos ecológicos.
Jared Diamond es hoy uno de los grandes escritores de divulgación científica. Su libro Armas, gérmenes y acero es uno de los estudios históricos más originales y sugerentes que yo haya leído en los últimos años. Y su nueva obra, Colapso, resulta fascinante, tanto por sus ejemplos de cómo la investigación científica ha descifrado los secretos de sociedades sin escritura desaparecidas hace siglos, como por su discusión de los problemas ecológicos a los que se enfrenta el mundo actual.La gran extensión de Colapso hace suponer que, a pesar de su interés, pocos serán quienes lo lean por entero, pero esto tampoco importa, porque su estructura permite leerlo a la carta. Eso sí, es importante no prescindir de algunos ingredientes. En primer lugar conviene escoger alguna de las sociedades del pasado que se extinguieron por completo, como la colonia noruega de Groenlandia, o sufrieron una fuerte caída demográfica, acompañada de la pérdida de los elementos más sobresalientes de su cultura. En estos colapsos intervinieron diferentes factores, pero en último término se trató siempre de catástrofes ecológicas provocadas por una gestión insostenible a largo plazo de los recursos naturales. Al respecto Diamond disecciona con especial maestría los casos, intensamente estudiados, de los polinesios, que levantaron los mohai de la isla de Pascua, y de los anasazi, que dejaron tras de sí en las áridas tierras de Nuevo México ruinas tan espectaculares como las de Pueblo Bonito.
Igualmente instructivas son las historias de éxito, protagonizadas por sociedades que fueron capaces de preservar sus recursos naturales, como fue el caso de los agricultores de las tierras altas de Nueva Guinea, modélicos en su inteligente adaptación al medio, o de los gobernantes japoneses de la dinastía Tokugawa, cuya acertada gestión forestal salvó los bosques de su país. Tampoco conviene olvidar otros casos más recientes que Diamond analiza. Muy convincente resulta, a mi juicio, su demostración de que el masivo genocidio que tuvo lugar en Ruanda en 1994 estuvo relacionado con las dificultades creadas por la presión demográfica, sin que ello exima de responsabilidad a los criminales que lo impulsaron. Diamond, de hecho, nunca cae en el determinismo ecológico: para bien o para mal lo más importante son siempre las decisiones que toman los individuos y los grupos. Ello queda claro en su análisis de dos estados que comparten una misma isla, Haití y la República Dominicana. A Haití le perjudicaron su menor exposición a los vientos húmedos y las propias circunstancias de su nacimiento como estado, pero el marcado contraste entre ambas mitades de la isla debe también mucho a la gestión política de las últimas décadas. Y con ello nos encontramos ante un héroe inesperado, el presidente dominicano Joaquín Balaguer, criticable en muchos aspectos pero que contribuyó como nadie a salvar la riqueza forestal de la República.
Así es que somos nosotros mismos los responsables de nuestro futuro y del de nuestros hijos. Como explica Diamond en su último capítulo, nos ha tocado vivir un momento muy singular de la historia. Ya no existen sociedades aisladas como la de la isla de Pascua, de cuyo colapso nadie tuvo noticia. Hoy el desafío se plantea a nivel global, y a esa escala es tan grave como el que aquellos isleños no supieron afrontar. La tesis de Diamond es que el modo de vida del mundo desarrollado no es sostenible y no se puede generalizar a todo el planeta sin generar un desastroso impacto ambiental que lo haría inviable. Nos esperan pues decisiones dramáticas.