Ensayo

Vidas adosadas. El miedo a los semejantes

Pere Saborit

19 octubre, 2006 02:00

Finalista del Premio Anagrama 2006. Anagrama, 2006. 174 páginas, 14’50 euros.

El miedo ha sido, desde antiguo, un operador fundamental de la política, tanto de la teoría como de la práctica. Miedo al enemigo declarado y al enemigo potencial, miedo a la contingencia. O miedo a los semejantes: precisamente por serlo. La igualdad se convierte en amenaza. Se reconocerá en ese esquema la filigrana de la teoría política de Hobbes. En los comienzos de la modernidad el miedo a los semejantes proyectó la monstruosa figura del Leviatán, del Estado con pretensiones absolutas. Podría suponerse que el proceso de modernización, o la miríada de procesos que conforman las distintas modernidades, habría conquistado remedios contra el miedo, menos traumáticos que el estado hobbesiano.

Pero en esta otra esquina de la modernidad que a duras penas nos instruye el miedo parece ser, de nuevo, motivo de reflexión e inquietud. Pere Saborit explora en Vidas adosadas algunas de las dimensiones de la política del miedo, o de lo que puede considerarse como miedo a la política, y aun a la mera socialidad. No se trata aquí de los miedos provocados por la geopolítica y la geoestrategia, de esos miedos vinculados, por ejemplo, a atentados espectaculares. Se trata del miedo distribuido por el tejido social: de un miedo que se registra y se expone en gestos que parecen significar respeto, en tomas de postura que realmente son tomas de distancia, en la búsqueda de un lenguaje descomprometido, tendencialmente neutro, que se asocia con la "corrección política".

Saborit expone un amplio catálogo, nutrido pero no exhaustivo, de escenarios y situaciones. Recorre aquellos vericuetos en los que el cuerpo se disfraza o se transmuta, en los que el lenguaje se inhibe. Vericuetos en los que se imponen el disimulo y la máscara. Incide así en un tema cada vez más destacado por la teoría social. Quizá ya desde los clásicos trabajos de Riesman o desde las sutiles investigaciones de E. Goffman, pero que ha cobrado notoria actualidad en libros como los de Bauman por citar sólo un ejemplo, sin duda significativo.

Seguiremos, parece, con el miedo a cuestas. Con los miedos, que impulsan a una entrega incondicional al estado omnipotente. Y con los pequeños miedos; pequeños pero multiplicados: cada vecino o cada viandante, cada interlocutor es un competidor virtual o real. Esos miedos no forman la musculosa figura del Estado. Desintegran toda figura posible en un flujo de disimulos advertidos y consentidos. En una sociedad que ama la máscara: lo que no la hace necesariamente profunda.