Image: Una rabieta infantil

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Ensayo

Una rabieta infantil

André Glucksmann

5 julio, 2007 02:00

Foto: Document.no

Trad. de Mónica Rubio Taurus. Madrid, 2007 272 páginas. 19’50 euros

Navegando entre la autobiografía y el ensayo, André Glucksmann vuelve la vista atrás para dar cuenta y razón de su trayectoria. A sus setenta años ha reunido en un texto varios libros. El más evidente es el relato de los avatares que jalonan su trepidante vida. A su alrededor ha trazado el recorrido intelectual que, desde sus maestros y desde su propio viaje por la literatura, le ha proporcionado la musculatura y la fortaleza de pensamiento para construir, con frecuencia a contracorriente, una consistente obra. Por último, su reflexión sobre Francia y Europa conforma un tercer eje y, por consiguiente, un espacio en el que se instala el conjunto de su obra y cobra sentido unitario.

Nacido en Boulogne en el seno de una familia judía de origen austriaco y de militancia comunista, Glucksmann inicia las páginas de Una rabieta infantil tratando de encontrar lo que constituye su sí mismo más íntimo: su abuela materna, su madre Martha y sus dos hermanas. Cuatro mujeres conforman su identidad más profunda. No hay padre. Muerto en 1940 en circunstancias inciertas, su desaparición, como escribe Glucksmann, "no me supuso un drama. De él no quedaba nada, ni siquiera una tumba".

Tras estudiar en Lyon entra en el prestigioso centro de investigación francés, el CNRS, y Raymond Aron le dirige la tesis y sus primeros trabajos sobre la guerra, la disuasión y la estrategia nuclear. En 1968 publica su primer libro, El discurso de la guerra, y participa activamente en la rebelión estudiantil del mayo parisino en tanto que militante maoísta. Militancia sorprendente para alguien que, como leemos en estas páginas, se afilió al partido comunista francés a los trece años falsificando la fecha de nacimiento porque los estatutos sólo permitían la afiliación a partir de los quince. Los tanques soviéticos aplastando entre sangre y fuego Budapest le hicieron dejar el Partido a los dieciocho años.

En 1975 Glucksmann publica un libro que constituye un punto de inflexión tanto en su trayectoria intelectual como personal. La aparición de La cocinera y el comedor de hombres, insolentemente subtitulado Ensayo sobre el marxismo, el Estado y los campos de concentración, fue un escándalo. Hasta ese momento su autor era un miembro tolerado e incluso querido por la intelligentsia francesa, básicamente marxista de pies a cabeza. Lacan, el psicoanalista famoso, influyente y rico, había alabado públicamente El discurso de la guerra. Althusser, el no menos reverenciado Papa del marxismo estructuralista, le había ofrecido dar clases, nada menos que en su seminario. De ser tenido por un chico joven educado y de porvenir, Glucksmann pasó a ser un escritor judío pagado por la CIA y con una escondida vida de lujo. El pecado cometido era evidente: comparar el marxismo con el nazismo. Su denuncia "contra la mayor mentira del comunismo: el comunismo" puso el libro en todos los escaparates de las librerías y provocó un tremendo rechazo en todos aquellos que no estaban dispuestos a admitir que existían diez millones de personas en los campos de concentración de la Unión Soviética.

Durante los años 80 Glucksmann sigue publicando libros y se desliza hacia el periodismo, una actividad que le merece un gran respeto. Cubre para la Prensa francesa la caída del muro de Berlín y su posición pública en política internacional gira hacia posiciones estadounidenses e israelitas. Posteriormente, en 1999, apoya la intervención de la OTAN en Serbia y condena con furor la intervención de la Rusia de Putin en Chechenia. En 2007 sorprende, una vez más, con su apoyo a Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales.

Superviviente de una guerra, de la persecución de los judíos y de un cáncer, la preocupación por el mal encajada más en la filosofía que en la moral es una preocupación que cruza de principio a fin Una rabieta infantil. "La cuestión del mal ha constituido en conjunto el tema fundamental del pensamiento". Se hace evidente que el niño furioso cuya ejemplar foto conforma la significativa portada de este volumen no puede olvidar el horizonte de maldad de los campos de concentración, horizonte que es además el de su infancia familiar. Glucksmann está obsesionado además por un nihilismo que, mezclado con el marxismo, da origen a los males que aquejan a la humanidad. Enrabietado y a contracorriente, se despide con una reflexión poética y una invocación a la libertad que confortan al lector.