Ensayo

El Gran Duque de Alba

William S. Maltby

25 octubre, 2007 02:00

El Duque, por Tiziano

Atalanta. Gerona, 2007. Trad. de Eva Rodríguez Halffter. 490 páginas. 26 euros

El próximo lunes, 29 de octubre, se cumplirán los 500 años del nacimiento en Piedrahita (ávila) de don Fernando álvarez de Toledo, III duque de Alba. Con tal motivo, la editorial Atalanta, creada y dirigida por su descendiente Jacobo Siruela, ha reeditado el libro publicado en los años ochenta por William S. Maltby, que constituye el mejor acercamiento, hasta la fecha, a la biografía y la personalidad del "duque de hierro".

Alba fue uno de los principales colaboradores de Carlos V y Felipe II, y al igual que éste, constituyó uno de los objetivos prioritarios de la leyenda negra creada en los Países Bajos durante los años de la rebelión contra España. El duque, gobernador y general en Flandes entre 1567 y 1573, fue el gran protagonista de la represión, lo que le valió numerosas condenas, patentes en abundantes textos y representaciones iconográficas, hasta convertirle en la personificación del Mal, con una dilatada huella en los tiempos posteriores. Su invocación ha servido tradicionalmente en los Países Bajos para asustar a los niños, y como su señor Felipe II, se convertiría en el malvado protagonista de una ópera romántica, en este caso de Donizetti.

Dada la pervivencia de la leyenda negra, fue importante, en su día, el que un historiador norteamericano como Maltby -quien ya había publicado una obra sobre la leyenda negra en Inglaterra-, se dedicara durante años a investigar la figura del duque. El resultado fue el libro que ahora se reedita, un trabajo muy bien informado, que presenta al personaje de forma desapasionada, con sus luces y méritos -que fueron muchos-, pero también con sus abundantes sombras. Todo ello procurando insertarle, al estilo de las mejores biografías, en la época, la mentalidad y los acontecimientos que vivió. Alba fue uno de los más importantes generales de la monarquía de España durante toda su historia, y desde luego, el que tuvo una carrera más dilatada e intensa, pues durante más de medio siglo, hasta su muerte en 1582, intervino en la gran mayoría de los escenarios y acciones bélicas, convirtiéndose pronto en uno de sus grandes protagonistas. Maltby le presenta como un general prudente y calculador, que solo aceptaba la batalla si poseía una clara ventaja; un hombre frío y minucioso, que procuraba prever todas las eventualidades y minimizar los riesgos, protegiendo especialmente a sus hombres, entre los que era muy querido. Rígido de carácter, austero, autoritario, violento, aunque con férreo autocontrol, era de de una religiosidad profunda y tradicional, y estaba imbuido de los deberes de su estirpe. Por encima de todo, fue siempre un leal servidor de su rey. Como escribiera en una ocasión: "los reyes nacen para hacer su voluntad, y nosotros, sus vasallos y servidores, nacemos también para cumplirla". Siete años menor que Carlos V, y veinte mayor que Felipe II, sirvió a ambos, aunque el cenit de su carrera tuvo lugar sobre todo con el hijo. Como ocurriera con otros personajes, Felipe II le trató muchas veces con dureza y apenas agradeció sus servicios, lo que amargaba al duque.

Aparte de su dimensión militar, Alba fue mayordomo mayor, y como tal, introdujo en la corte española el ceremonial borgoñón en 1548 y acompañó a Felipe durante sus viajes como príncipe, incluida la estancia en Inglaterra; tuvo también un importante papel como gobernante en Italia durante la guerra de los años cincuenta, y más adelante en los Países Bajos, o al final de su vida en Portugal. Fue un destacado consejero de Estado, astuto y experimentado en el conocimiento de la política, y un importante patrón cortesano, cabeza de una de las dos grandes facciones, fuertemente enfrentado al príncipe de Eboli y su clientela. Maltby pone de manifiesto cómo la oposición faccional llevaba a muchos de sus oponentes a obstaculizar los envíos de hombres o dinero a los frentes de lucha, tratando de perjudicarle. Aunque no tuviera demasiadas ocasiones para dedicarse a ello, Alba amaba también la vida rural y la administración de sus abundantes estados; otro aspecto de su personalidad era la formación clásica, que recibió de su ayo Boscán, y que compartió durante años con éste y con Garcilaso.
Estamos, pues, ante un retrato bastante equilibrado de uno de los grandes personajes de la España moderna, que se aleja de las visiones contrapuestas de las leyendas negra o rosa, lo cual, sin embargo, no impide a su autor reconocer que la política represiva del duque en los Países Bajos fue una tragedia personal sin paliativos, y un desastre del que España no se recuperaría nunca del todo.