Ensayo

La mujer en la Iglesia primitiva

Varios autores

25 octubre, 2007 02:00

Sígueme. Salamanca, 2007. 400 páginas, 25 euros

éste es un libro bello, muy interesante, audaz y riguroso. Como indica su título, trata de explicar cuál era el papel que correspondía a las mujeres en las comunidades cristianas de los primeros siglos. Para explicarlo, los autores han manejado un número notable de fuentes y no se limitan a las cristianas o las que hablan de los cristianos. Parten del supuesto de que, en el Imperio romano (que es donde nació la Iglesia), las mujeres cristianas se formaron en las mismas costumbres que las demás mujeres y, por ello, se refieren a los modos femeninos de afrontar la vida, sea cual fuere la religión que se profesara. Esta amplitud de visión es sumamente rica y permite ver dónde tropezó el credo cristiano con las costumbres y qué se hizo cuando ocurrió (lo que sucedió no pocas veces).

El libro no repite lo sabido, ya que los autores han reconsiderado las fuentes a partir de unos criterios metodológicos fundamentales que explican al comienzo. El primero consiste en partir de la posibilidad de que los textos que se refieren a los cristianos y que emplean, con ese fin, el plural masculino, no tienen por qué referirse sólo a varones, sino a varones y mujeres. El criterio es válido, por más que requiera una justificación lingöística más detallada. En algunos casos, en griego, se resolvía el problema de hablar de hombres y mujeres simultáneamente por la vía de emplear el plural neutro, en vez del plural masculino, y es una posibilidad que habría que calibrar. De todas formas, las conclusiones de los autores son más que verosímiles. Rehacen toda la vida social del Imperio, sólo que en clave cristiana femenina. Tiene mucho este libro de historia global en perspectiva femenina. Los temas que se tocan son, por lo tanto, múltiples; es imposible enumerarlos; nadie suponga una visión restrictiva.

Por lo mismo, no se busque tampoco en ella el asunto del sacerdocio femenino. Una de las cosas que se pone de manifiesto es que la mayoría de las palabras con las que hoy se designan funciones claramente delimitadas en la Iglesia (obispo, presbítero, diácono y otras más) no nacieron así, con esa nitidez; la adquirieron con el tiempo, y, en la mayoría de los casos, el proceso duró varios siglos. En consecuencia, no se puede considerar determinante el uso que se hace de esas expresiones en las fuentes de la primera Iglesia. Otra cosa es que haya una tradición interpretativa que se tenga en cuenta precisamente como tradición.

En todo caso, se desprende que las mujeres tomaban parte en todas las funciones que se desarrollaban en la Iglesia. Eso obedece a un segundo criterio metodológico de los autores: la imagen que dan las fuentes de la época -cristianas, judías e imperiales- que se refieren al "deber ser" de las mujeres no siempre se cumplían. Se ha escrito demasiada historia sobre la base de los textos legales y la suposición de que describen situaciones no sólo reales, sino dominantes. No es así. Y los autores lo prueban hasta la saciedad. Tanto la sociedad romana como la judía eran sociedades patriarcales. Pero, en la práctica, las mujeres sacaban los pies de las alforjas a despecho de lo que pretendieran los varones. Aparecen como propietarias, y también en la presidencia de reuniones religiosas, en las que acaso hubo partición del pan (consagración eucarística, se diría después). Que esa presidencia conllevara el protagonismo en este hecho es algo que los autores no dicen, quizá porque las fuentes no hablan de ello. Es obvio que, si no, lo dirían. En suma, una lectura sumamente agradable, enjundiosa y llena de rigor.