Somos lo que comemos. La importancia de los alimentos que decidimos consumir
Peter Singer y J. Mason
26 junio, 2009 02:00Peter Singer
La frase que da título al libro adquiere distintos significados cuando se la saca de su contexto original. Es evidente que aunque Peter Singer (1946) es al parecer vegano estricto desde que se contagió de un estudiante en Oxford, su piel no ha virado al verde y sigue siendo incapaz de la función fotosintética. En este texto se enfoca el consumo de productos animales desde el punto de vista ético y bajo la óptica de un rechazo frontal a la producción industrial de alimentos: somos (éticamente) lo que comemos. Mason, abogado, ya colaboró con Singer, filósofo utilitarista, en un libro anterior, Animal Factories, haciendo la labor práctica de campo.Los autores han hecho por acercarse al lector mediante la elección de tres familias reales que consumen dietas diferentes y el examen de los distintos orígenes de los alimentos incluidos en dichas dietas: la estadounidense típica, de pollo barato y hamburguesas; la que denominan de omnívoros conscientes, individuos pendientes de lo "ecológico" y el "comercio justo", y, finalmente, la dieta vegana estricta.
Las consideraciones éticas sobre lo que comemos se refieren tanto al bienestar y los derechos de los animales como a las posibles consecuencias adversas al medio ambiente que conllevan las distintas modalidades de la producción animal, desde las llamadas "fábricas de carne y leche" a los distintos modos de pesca y obtención piscícola, así como a las circunstancias sociales de las personas involucradas en la producción. Aunque inicialmente los movimientos en defensa de los animales se centraron en la vivisección, el sacrificio de animales de laboratorio o la peletería, es evidente que, en número, el consumo alimenticio de animales supera en al menos dos órdenes de magnitud al de los restantes usos y debe tener precedencia en cualquier análisis ético.
Los principios éticos que deben regir nuestra alimentación son tan fáciles de enunciar como difíciles de cumplir. Según los autores, tenemos derecho a saber cómo se produce lo que comemos, la producción no debería imponer costes a terceros, no se deben infligir sufrimientos innecesarios a los animales que consumimos, los trabajadores deben tener un sueldo y un trabajo dignos y, finalmente, la protección de la vida y la salud justifica más cosas que el simple deseo. Estos principios pueden tener consecuencias no esperadas para quienes los han enunciado, o suscitar el rechazo de sectores concretos de la población. Así por ejemplo, los que no desean consumir los productos llamados ecológicos deberían luchar para que no reciban subvención especial con los impuestos generales y decir que quienes los quieran que se los paguen.
La especie humana se separó de sus parientes más próximos mediante la progresiva invención de una dieta artificial y omnívora. En contra de la creencia popular, los seres humanos primitivos fueron probablemente más recolectores que cazadores, más vegetarianos que carnívoros, pero el secreto de su colonización del planeta fue la dieta omnívora, a ella está hecha evolutivamente nuestra fisiología. La producción industrializada de alimentos no es más que el último eslabón de una larga cadena. Por supuesto que cabe modificar sus modos y maneras, pero dicha producción no es prescindible si queremos disponer de una dieta variada a precios asequibles.