Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar
Terry Gould
22 octubre, 2010 02:00Terry Gould. Foto: Paul McGrath
El libro de Gould se adentra en los tragedias de Guillermo Bravo Vega, de Colombia; Marlene García-Esperat, de Filipinas; Manik Chandra Saha, de Bangladesh; la ya citada Politkovskaya, de Rusia; Valery Ivanov y Alexei Sidorov, también de Rusia, y Khalid W. Hassan, de Irak. Los siete casos participan de varias coincidencias: todos fueron asesinados tras la difusión de informaciones acerca de acciones irregulares, corrupciones del poder o flagrantes delitos; todos eran conscientes de los riesgos que les acechaban pero disponían de escasas medidas de seguridad, trabajaban en condiciones desfavorables y vivían a veces como si el peligro fuera irreal; en todos los casos, el interés de policías y jueces por castigar a los asesinos fue insuficiente, hasta llegar a la desfiguración del hecho o su aparcamiento en vía muerta.
También coincidían en su objetivo profesional. Querían denunciar arbitrariedades, injusticias, abusos, corrupciones. En palabras de Gould, "creían apasionadamente en el principio de que hay que impedir que el poderoso oprima al débil", y "pese a sus fallos y defectos, cada mañana iban a trabajar con la convicción de que el objetivo del periodismo es defender a quien está indefenso". Aunque estas frases huelan a literatura épica, es verdad que la información constituye un valor social de primera magnitud y que las sociedades informadas están mejor defendidas frente al atropello. Los ideales que se puede perseguir con el ejercicio informativo han sido también la causa de una supeditación del periodismo a otras ambiciones y en este libro queda bien a las claras cómo a veces es la política o el partidismo (Saha) lo que mueve las voluntades. Eso nadie puede impedirlo y es el público el que ha de distinguir el periodismo como servicio a la sociedad del periodismo como servicio a una idea.
Claro que a veces es la propia sociedad la que prefiere seguir ciega. Politkovskaya, por ejemplo, se indignaba porque la mayoría de los rusos no querían conocer lo que sucedía en su país, "razón por la que podían cometerse tantas atrocidades" (p. 158). "¿Por qué necesitamos saber esto?", le interpelaba la gente. En esos momentos el periodista ha de entender que sirve a la sociedad informando de lo importante aunque no quiera conocerlo. Esta determinación es lo que guió la vida de esos periodistas a la tumba, que han demostrado con su sacrificio que el silencio es el mejor aliado de la corrupción y un enemigo declarado de la libertad.