Voluntad de comprensión. La aventura intelectual de Laín Entralgo
Diego Gracia
29 octubre, 2010 02:00Pedro Laín Entralgo, en 1989
En un momento ya avanzado de su obra, Ortega, insatisfecho ante las muchas aproximaciones superficiales a esa gran figura alemana y universal que habían ido sucediéndose tras su muerte, pidió un "Goethe desde dentro". Y al hacerlo esbozó, retomando uno de sus temas recurrentes, su propia visión del objeto de toda biografía genuina: dilucidar si la vida analizada fue una vida lograda, auténtica, o bien se trató de la mera frustración de una posibilidad. El biógrafo digno de ese nombre tenía, pues, con ánimo resolutorio al problema de si la vida del personaje estudiado respondió a su vocación, a su destino, o por el contrario fue infiel a ellos. Fiel a esta exigencia, que no es otra que la de una verdadera comprensión de la figura escogida, Diego Gracia ha reconstruido las líneas maestras de la vida y la obra de uno de los máximos representantes de la vida cultural española del siglo XX, alguien a quien por fortuna le fue dado conseguir "una armonía envidiable entre su ser y su tener que ser".La aproximación de Diego Gracia a esta vida ejemplar es deudora, sin duda, de los planteamientos y herramientas conceptuales de Ortega. Que el propio Laín hizo muy pronto suyos, por cierto: "los sucesos de cualquier vida se organizan internamente en torno a un punto o una clave de bóveda que les dota de sentido" y es a partir de ahí, del destino o vocación, como hay que organizarlo todo, entrando en lo más recóndito de una persona, buceando en su subjetividad y comprendiendo el sentido de su vida. Cierto es que "no hay ningún destino completamente logrado". Y que el ideal, que en algunos casos privilegiados permanece inalterado, permite variaciones en su realización.
Sea como fuere, estos son los supuestos desde los que Diego Gracia reconstruye los vectores que confluyeron en la vocación intelectual de Laín, los poderosos frutos de ésta y, sobre todo, el ideal al que con rara tenacidad fue fiel hasta el final, esto es, desde sus años de falangista "liberal" a su opción tardía por el socialismo democrático: "unir e integrar ideas, personas, corazones". Y siempre con la mirada puesta en su circunstancia: España. De este modo pasó Laín de la medicina, ciencia natural, y su historia, a la psiquiatría, ciencia del espíritu, y de esta a la antropología filosófica. Las raíces de esta antropología, que en Laín oficiaría siempre, en realidad, de verdadera "filosofía primera", son obvias, dada su formación y su época: de orden religioso (la religión católica, vivida desde la perspectiva de una religiosidad del amor) y de orden filosófico (la filosofía heideggeriana de la existencia, la apuesta pasional de Scheler y la filosofía de la razón vital de Ortega). Por otra parte, Laín se supo también, y en grado eminente, discípulo de Xavier Zubiri, de quien tomaría no pocos de los materiales con los que construiría las grandes obras de su última etapa sobre el cuerpo y el alma. Sin olvidar sus concomitantes reflexiones, tan polémicas en su día, sobre la muerte y la supervivencia.
La antropología de Pedro Laín es, ante todo, una antropología integradora para la que el hombre es "un ser simultánea y constitutivamente abierto, en el curso de sus presentes sucesivos, al pasado (historia), al futuro (esperanza), al cosmos (ciencia natural), a los otros (convivencia) y al fundamento último de su realidad (religión). Se trata, pues, de una antropología que asume al hombre en su condición radical e inalienable de "proyecto", de espacio vivo y consciente de una apertura al futuro tan definidora de él como su propia relación con "el otro", y que precisamente por eso modula también una concepción de la historiografía. Desde este supuesto, y con frutos que Gracia analiza en su totalidad con pretensión y claridad ejemplares, trabajó Laín durante muchas décadas.
Este tipo de orientación filosófica -tan deudor de las tradiciones centro-europeas de cuño hermeneútico de la primera mitad del siglo XX- fue, por otra parte, también la de la filosofía española del gran periodo anterior a la guerra civil, el de Gaos y Morente, el de Besteiro y Ortega. Y precisamente por ello habría que subrayar que Laín representó, a su modo y ampliando constantemente el radio de sus intereses, la continuidad de nuestra cultura tras el trauma de la guerra civil y durante la nada breve posguerra.
Pero esta biografía es algo más que el resultado feliz de una voluntad de comprensión centrada en alguien que hizo de esa misma voluntad empeño vital definitorio. Es un friso impresionante de la vida cultural española, con sus luces y sus sombras, desde la Dictadura de Primo de Rivera a la Transición. Y a la vez, una convincente apelación a la concordia.