Image: Julio Cortázar: Cartas a los Jonquières

Image: Julio Cortázar: Cartas a los Jonquières

Ensayo

Julio Cortázar: Cartas a los Jonquières

Julio Cortázar

10 diciembre, 2010 01:00

Julio Cortázar. Foto: Mario Muchnik

Ed. de Carlos Álvarez Garriga. Alfaguara. 568 pp., 22 e.


Entrar en una correspondencia privada tiene algo de sacrilegio, aunque sea la de un escritor como Cortázar (1914-1984), que no publicó ni diarios ni textos autobiográficos en sentido estricto. Este conjunto lo forman 117 inéditas, más 8 ya aparecidas en el epistolario que publicó Alfaguara en el año 2000 y otra reproducida en una revista estadounidense. La edición de Álvarez Garriga, que prepara el epistolario completo para las Obras completas (Galaxia Gutenberg), contó con la colaboración de la viuda de Cortázar, Aurora Bernárdez. Las notas son las esenciales y útiles.

Eduardo Alberto Jonquières coincidió con Cortázar a mediados en los años 30, cuando residía en Buenos Aires. Era más joven y, fallecido en 2000, su viuda, María, rescató del archivo familiar esta extensa correspondencia. Eduardo Alberto fue pintor, aunque cultivó la poesía, la prosa y fue diplomático y profesor de arte. En 1959, la familia se trasladó a París y el epistolario se resiente, aunque el nomadismo de Cortázar le permitió escribirle en sus viajes.

La primera carta está fechada el 13 de febrero de 1950; la última en Managua, el 24 de febrero de 1983. Cortázar, ya enfermo, le escribe: "estoy tan deshabitado que me cuesta reconocerme cada vez que me despierto". A lo largo del epistolario, sin embargo, aparece el autor de Rayuela relatándole a su amigo, a María y hasta a los hijos de ambos, su vida cotidiana y, a la vez mágica, como en la carta que describe el rito marinero brasileño, en la playa junto a Río, el descubrimiento de un París que hace suyo y que, más tarde, ampliará a Londres y al resto de Europa y del mundo, nómada vocacional, acuciado por su trabajo de traductor de la UNESCO o de la ONU y, en la mayor parte de esta correspondencia, acompañado por Aurora, falto en sus comienzos de dinero (tema habitual en la correspondencia).

A través de estas páginas, escritas con su original sentido del humor, tan próximo al surrealismo, con un lenguaje pleno de recursos, creativo, donde combina en ocasiones el francés, el inglés y hasta un falso alemán, le describe a su amigo sus entusiastas descubrimientos pictóricos en museos y galerías, algunos de los libros que lee, su poesía, sus trabajos como traductor de Poe para la Universidad de Puerto Rico, o de Yourcenar. El buen lector cortaziano advertirá el origen de buena parte de sus relatos y hasta detalles de los ambientes de los que proceden sus novelas; quienes no lo conozcan pueden leer el libro como relato íntimo de un ser fuera de lo común, y, a la suma de referencias culturales de todo orden, descubrirán a un ser sincero en la amistad, delicado y brillante. A María le confiesa (1952): "No creas que estoy triste, París es tan hermoso! Aquí hasta la tristeza se vuelve una actividad estética". Son tiempos en los que lee a Camus (a quien conoció), a Michaux, a Saint-Pol Roux, a Shelley, a Trakl, Montherlant y admite: "tengo que aprender a ver. Todavía no sé", aunque cuenta ya 38 años. El 30 de mayo de 1959 dice: "Me han nacido unos nuevos bichos que se llaman cronopios". Volverá a ello en las págs. 77,111 y 140. Pero no sólo es la poesía de Eluard la que le apasiona, o la creatividad de Cocteau, sino el jazz, que practicará incluso en los veranos de Saignon. El reencuentro con Aurora en 1953 y su matrimonio acrecientan su vitalidad, descubrir lo cotidiano, el arte, o la literatura como fiesta.

La fidelidad al amigo se revela en algunos detalles íntimos, especialmente en la extensa carta de 27 de agosto de 1955, cuando el día anterior había cumplido 41 años, donde al analizar a su amigo realiza también su autoanálisis. Desde Viena (1961) le escribe una carta plena de sentido del humor y que podría leerse como uno de sus mejores cuentos. En la p. 411 aparece su primer contacto con Cuba y en la 437 anota su contacto con Antonioni, que habrá de filmar uno de sus relatos. Hacia 1966 da cuenta de sus relaciones con Carlos Fuentes y Vargas Llosa, núcleo del boom, al que citará más ampliado en la p. 507. En 1968 vive, durante su estancia en la India, aún como traductor de UNESCO, en la residencia de Octavio Paz, embajador entonces.

Tenemos noticias de casi cada uno de sus libros y circunstancias, incluido el que firmó con Carol Dunlop. Llega a ser duramente sincero con el amigo: "tenemos órbitas muy diferentes, no creo que a vos te gusten las mujeres con quienes ando o la mayoría de mis amigos, y a mí siempre tus amigos más asiduos me parecieron incompatibles…" (p. 525). Sin embargo, la amistad perdura. Aquel Cortázar se convierte en un escritor solicitado. Viaja a los países más exóticos, pero se mantiene fiel a esa concepción de vivir al día que eligió conscientemente. Lanza sus diatribas sobre Buenos Aires, sobre los políticos argentinos, pero ello no le impide acudir junto a su abuela, a la que tanto quiere, preocuparse por su madre, o recordar a los amigos de juventud. Pese a sus militancias estéticas y políticas, París será su hogar. Me contaba las dificultades que tenía al pasar las fronteras para hacerles entender a los policías que había nacido en Bruselas, era argentino y también francés. Fue el máximo y más entrañable de sus cronopios.

"Estos cuentecitos de cronopios"

1 de octubre/ 52

Mi querido Eduardo: [...] Estos cuentecitos de cronopios y de famas han sido mis grandes camaradas de París. Los anoté en la calle, en los cafés, y sólo dos o tres pasan de una carilla. No los considero obra seria, sino un descanso bien merecido después de Keats. Noto que me ha sido dada cierta magia verbal, y los cronopios son la objetivación espontánea de esos juegos de la palabra consigo misma. Pero tú, buen observador, verás que por debajo van aguas más duras e intencionadas. Pienso que en la Argentina un librito así molestaría [...], y que en cambio aquí, después de Plume por ejemplo, o los juegos de Crevel o de Desnos, valdría por lo que vale. [...] Yo creo que en el fondo lo que espero de ti y de los pocos lectores que tendrá el cuadernito, es que se diviertan tiernamente . [...] Un abrazo grande. JULIO CORTÁZAR