Image: Senilia. Reflexiones de un anciano / El arte de ser feliz / Volker Spierling

Image: Senilia. Reflexiones de un anciano / El arte de ser feliz / Volker Spierling

Ensayo

Senilia. Reflexiones de un anciano / El arte de ser feliz / Volker Spierling

Arthur Schopenhauer

24 diciembre, 2010 01:00

Arthur Schopenhauer

Herder. 2010. 472 páginas, 25 euros / Herder. 158 pp, 11'90 euros. / Herder. 248 pp, 14'90 e.

¿Conduce la lucidez necesariamente al pesimismo? Así parece. Como no deja de parecer también llamativo que un pesimista insobornable se esfuerce por desentrañar los secretos del arte de ser feliz. Sea como fuere, ya en su juventud Schopenhauer se interesó por la función de la filosofía para la sabiduría práctica de la vida, y en sus años de madurez, a raíz, según parece, de una lectura apasionada del Oráculo manual de Gracián, que terminó por convertirse en su "escritor favorito", comenzó a recopilar una serie de apuntes, máximas y reglas sobre tan decisivo tema. De este empeño surgió un breviario con 50 reglas para la recta conducción de la vida que permaneció inédito. Finalmente su autor lo incluyó junto con otros tratados, con el título de "Aforismos para la sabiduría de la vida", en su obra tardía Parerga y paralipómana. Núcleo esencial de El arte de ser feliz, fue publicada con gran éxito editorial a finales del pasado siglo por Franco Volpi.

En esta pequeña obra maestra, que enseña a no esperar demasiado de la vida, oscilante siempre entre el dolor y el aburrimiento, su autor inicia al lector en el difícil arte de conseguir una felicidad relativa, concebida como ausencia de dolor, con la ayuda de una serie de reglas mediante las que nos sería dado evitar los golpes del destino. La llamada schopenhaueriana a la superación del egoísmo y al aprendizaje del ascetismo desde la conciencia de nuestra soledad, coexistiría, pues, con la aspiración a una ética mínima, capaz de llevarnos, sin falsas ilusiones, a la alegría del ánimo y al sosiego del espíritu.

Una ética deudora, por lo demás, de una concepción de la filosofía no solo como saber teórico, sino como forma de vida, que entronca con los moralistas franceses y españoles, con los grandes filósofos antiguos y con la sabiduría india. Esto es, con una filosofía entendida como suprema enseñanza práctica, la que entrenaría en la purificación de la vida. En la superación, en fin, de la usual adicción al mundo, camino de una lucidez superior sin la que no hay "vida buena" o feliz, de la que un hombre veraz pudiera reclamarse.

Pero esta filosofía descansa, en Schopenhauer, en las enseñanzas de su propio sistema, de acuerdo con el que "el ser de las cosas consiste en la forma de su representación". Al desarrollo de esta tesis y del desciframiento schopenhaueriano de la escritura secreta de la representación mediante la voz "voluntad", que abre el lado metafìsico del mundo, está dedicado el notable libro de Spierling que publica Herder. Por su parte Manuel Suances (Schopenhauer, religión y metafísica de la voluntad. Herder. 289 pp, 19 euros.) ha preferido dedicarse, en un trabajo no menos notable, a las implicaciones filosóficas, religiosas y soteriológicas de la metafísica schopenhaueriana de la volutad, con el impagable regalo de un capítulo -todo un ejercicio de filosofía comparada- sobre el budismo y el cristianismo.

Entre las aportaciones de nuestra sociedad cultural al 150 aniversario de la muerte de Schopenhauer - "el Buda de Frankfurt"- destaca con todo la publicación, en excelente traducción de Roberto Bernet, del texto inédito Senilia. Algunos pasos de esta obra, de la que Schopenhauer empezó a ocuparse en l852, habían sido aprovechados ya por su autor en alguna reedición de sus obras mayores. Schopenhauer reflexionó mucho, en efecto, a lo largo de su vida sobre el arte de envejecer y de morir dignamente, muchas veces de la mano de Epicteto. Algunas de estas reflexiones se ofrecen en esta obra "senil" del modo más crudo. Y, sin embargo, de un modo también paradójicamente sutil, como corresponde a alguien que con ojos bien abiertos optó desde muy joven por desentrañar el valor de la vida. Nada tiene, pues, de extraño que quien durante muchos años no pudo enseñar en la Universidad oficial fuere leído con fruición, al final de su vida, y después, por no pocos jóvenes que, como F. Nietzsche, vieron en él un verdadero "educador".