Novela

Cafe Hugo

Adolfo García Ortega

23 mayo, 1999 02:00

Ollero & Ramos. Madrid, 1999. 413 páginas, 2.800 pesetas

U na ciudad de provincias; el río separando el Norte del Sur, el centro sitiado por el progreso, y en una de sus calles, de espaldas "al esplendor que prometen los aires nuevos que ha traído la fábrica de automóviles", el Café Hugo. ésta es su historia, la del café y la de las gentes que en él recalan cada noche, la de la vida en esa ciudad "infame y escondida de sí misma", "sin salida a los cielos de la fantasía", llamada V***. Que no es otra, según los retazos de su geografía urbana, que la Valladolid de su autor, reinventada y convertida en el escenario que cerca a ese local, a su vez, metáfora del varadero que representa en la vida de su dueña.
Y es, créanlo, una historia grande para confirmar a un escritor indiscutible, no sólo por la talla de esta enorme y elaborada novela, colmada de imaginación, desbordante de realidad y de tradición realista bien digerida, sino por la calidad de una escritura con grandes dosis de ficción y de literatura mayúscula. Pruebas de ello dan todos los signos sobre los que se teje una narración que, sin abandonar el espacio de ese microcosmos "molesto y cruel" representado por el café, va componiendo con fragmentos coherentes una concepción de la vida entrañable y dolorosa. Hecha de retazos de historias que fuera de ahí nunca llegan a juntarse, y dentro guardan celosamente "el as de su intimidad en la manga", de sensaciones ensartadas entre soberbias descripciones y graves reflexiones, de tiempo que se estira y encoge. Todo sabiamente desorganizado por un narrador, buen conocedor de su papel de demiurgo, y en él se escuda para intervenir a sus anchas y espiar no sólo qué hay detrás de cada uno de esos héroes trágicos, también qué les deparará el futuro. Acérquense, si no, a esa ciudad sin contrastes, entren en el Café Hugo, y se contagiarán de su ambiente, de su música, de los habituales que cada noche se acercan a él: "un médico, una pobre secretaria coja, un cheposo que vende cremas, un viudo medio filósofo y medio timador", unos tenderos, cantaores de flamenco en tugurios de la zona, una peluquera, el pintor bohemio, un camarero y "unas brujas despellejadoras de miserias y fatigas ajenas". Vidas larvadas, indolentes, que rellenan lo que queda del día de tragos, charla, viejos rencores, y silencios para pensar en sus historias condenadas a no esperar nada que no haya traído la noche anterior. Aunque esta noche -cuenta su argumento-, la del 7 de marzo de 1966, Victoria Luezas, su dueña, que vive tomada por la amargura de haber enterrado en ese bar su carrera de cantante, sí espera algo: la llegada de su hermano Raúl, "después de más de año y pico por el mundo". Y esa noticia prolonga la estancia de la cuadrilla de habituales. Hoy todos esperan, como una forma de abjurar de su rutina. ése es el tiempo, tenso y denso, de la novela, de una noche llena de relatos señaladores de algo fatal, de "un destino que nadie podía alcanzar". Por eso el Café Hugo tardará en cerrar. Y quizá, cuando lo haga, "en la madrugada del 8 de marzo", algo cambie. Aunque fuera la realidad siga siendo "pura y moliente", y la lluvia siga cayendo sobre la ciudad y el río.