Novela

El desfile de la victoria

Antonio Gómez Rufo

30 mayo, 1999 02:00

Ediciones B. Barcelona, 1999. 405 páginas, 2.400 pesetas

Las situaciones más insólitas van concitando ingredientes propios de géneros menores. Un poco de todo lo que se espera de una novela interesante y entretenida

C on un nuevo título corona el madrileño Antonio Gómez Rufo (1954) sus veinte años de presencia en el panorama cultural español. Veinte años de continua práctica narrativa y ensayística, de reportajes, artículos y breves incursiones en el panorama cinematográfico. Si bien es verdad que es esta década la que está siendo testigo de su resonancia como novelista, y así lo prueban sus últimos libros -Las lágrimas de Henan (1996) y Si tú supieras (1997)-, que son los que responden de un oficio que domina y de unas cualidades que lo fían todo a esa táctica del buen contador de historias en las que bebe un público amplio. Público que se verá de nuevo conquistado con el ruido provocado por la idea de esta última novela: reconstruir el Madrid de los años 50, filmar los movimientos de la ciudad preparándose "para el homenaje anual obligado a los vencedores" y reunir en torno a ella una serie de singulares personajes con sus particulares circunstancias. Ese es el esquema, y su desarrollo, perfectamente planeado y ajustado a los cinco días de una semana de mayo del 53, no defrauda. Porque combina motivos dispares, como los que proporciona la reunión de vidas y expectativas que acoge la céntrica casa de huéspedes regida por doña Amelia, o la acción que hace regresar a Madrid, después de catorce años, a un anarquista rendido a sus ideas y dispuesto a asesinar a Franco el día del desfile de la Victoria, o la intriga policial que se desata para desbaratar los planes de tal acción terrorista. Y porque las situaciones más insólitas irán concitando ingredientes propios de géneros menores, como el cuadro de costumbres, el folletín y el sainete con tintes trágicos. Un poco de todo lo que se espera de una novela interesante, entretenida y bien contada. Y (pero) poco más.
Aunque ese poco aspira a extender el argumento a los condicionamientos sociales que lo van arrastrando. A que asistamos a la normalidad de una ciudad donde la costumbre se ha impuesto y ya nada duele, donde ya no se respira la rabia de los hijos de la ira, donde la vida es la de cada uno apilando sueños que se inflan y se desinflan. No en vano el autor ha querido hacer de su novela una réplica a la paradójica acotación valleinclanesca y dedicarle su historia a ese "Madrid brillante que convivía con un Madrid hambriento en una ciudad absurda". Pero lo cierto es que la trama se impone sobre otros propósitos, como se impone un narrador que interviene acotando y reflexionando sobre todo aquello que cuenta sin abrirnos la ocasión de la reflexión, sin que la historia termine en nosotros o seamos nosotros quienes le suponagamos un final. Le queda, eso sí, el disfrute de una tensión que crece y atrapa, la minuciosa recreación ambiental, la detallada reserva de datos que van componiendo la época, la forzada presencia de alusiones a las causas de la supuesta degradación social y moral en ese tiempo de posguerra evocado y narrado en otras ocasiones.
En dos de ellas inolvidables, y además inevitable recordarlas al leer El desfile de la Victoria. Fueron las que abrieron y cerraron el tiempo aquí rescatado, y al narrarlo se escuchan en la estrategia de los pasos perdidos de sus personajes para expresar, desde un talante amargo y con una sutil intención crítica, la desolación. Madrid era también el escenario, la maqueta de una "colmena" tomada por circunstancias que obligaban a sobrevivir a costa de esquivar la trascendencia y acabaron por arrancarle a la literatura el imperativo de un "tiempo de silencio". Frente a esos dos hitos, o sumándose a ellos, la novela de Gómez Rufo se ofrece a quien no tuvo ocasión de perderse por el alcance existencial de dos historias que se sirvieron de la ciudad para mostrarla sin rumbo y la llenaron de peripecias intrascendentes para ejemplificar la degradación de un mundo lleno de costuras. Ellas abrieron nuevos caminos a la reflexión y a la novela, y ésta se ofrece como una versión más distendida y amena, menos densa y de tono menor. La disfrutará, sin duda, un público más amplio. Otros, por el contrario, se sentirán espectadores de una representación con figuras, emociones y movimientos de sainete. Y (pero) nada nuevo. Porque de esta idea, y de su autor, esperábamos más.