Todos los sueños del mundo
Javier Reverte
27 junio, 1999 02:00Es la más elaborada de las obras de Reverte, a juzgar por la hondura de sus divagaciones y la compleja articulación de la aventu-
ra épica que la ilustra
Reverte, cuanto escribe, además de mostrar el sello inconfundible de un estilo desenvuelto y audaz, proclive a la ironía y al humor sórdido cuando desciende a los fondos de la humana condición, deje constantes pruebas de una mirada curtida en la realidad, en un sobrado conocimiento del individuo y en la pasión por la literatura.
Así se le intuía hasta ahora, y así lo confirma su última peripecia, con toda seguridad la más pensada y elaborada entre sus haberes, a juzgar por la hondura de sus divagaciones, la compleja articulación de la aventura épica que la ilustra, y la lucidez de una denuncia que lleva implícita una reivindicación mayúscula: la del hombre desnudo de pretensiones -dice el paradójico pensamiento del Pessoa en el que se amparan estas páginas-, pero capaz de contener "todos los sueños del mundo". ése es el aliento de esta historia investida, para su realidad novelesca, de los atributos propios de un relato "bizantino", si por tal entendemos el peregrinaje de un individuo enredado en acciones que le alejan de lo que es y le empujan a acercarse a su deseo de ser otro. De ahí el conducirle por un viaje sin heroicidades por el mundo de lo real y otro, lleno de grandezas, por los más grandes héroes de la ficción, los únicos que le conducen hacia él. Y en nombre de esa doble trama este triple resultado. Una enorme construcción novelesca sobre la odisea del hombre común y el cerco de miserias que le tiende el mundo social de nuestros días. Una esperpéntica fábula urbana sobre la que se va trazando el mural de un Madrid turbio y desolador.
Todo esto, y más, porque aquí se abraza por igual lo burlesco y lo trascendente, se atiende en el mismo tono a lo insólito y a lo real, se disfraza de humor la denuncia y de rabia la impotencia. Y puede leerse en este orden, o en el que prefiera instalarse el lector, o en el ofrecido a través de un argumento de intrigas detectivescas colmado de episodios de los que no logra zafarse el héroe que sirve de idea vectora a todos los fines de esta historia. ¿Su heroico protagonista? Jaime Arbal, un mediocre empleado de la empresa aseguradora "La gran Felicidad S.A." obligado a escarbar en un turbio asunto de travestís que le conduce por el barrizal de todas las esferas del poder, por un ir y venir entre pícaros y maleantes.
Sí, él es, en virtud de su esencial medianía, quien sirve de presa fácil a los sucesos que le acosan en la gran urbe durante "una primavera de fin de milenio que ni pintada para poner las ideas del revés y la razón patas arriba". Por él, aunque siguiendo las pautas impuestas por un narrador que, al frente de cada capítulo, reafirma su posición con certeras -aunque redundantes y excesivas- observaciones sobre el parentesco entre la fauna humana y la animal, entramos en la selva de motivos que dan la razón a su perplejidad reafirmando la presencia del "caos que informa y domina nuestro tiempo". En su nombre habla el autor. Y frente a ellos, le regala a su personaje una defensa inesperada, hallada en una vieja maleta: unas cuantas cartas hablándole de la vida de otra manera, y las mejores voces de la literatura consolándole con sus vidas. Del brazo de Ulises, de Odiseo, del rey Lear, de don Quijote..., viajamos por lo mejor de esta novela mientras su héroe descubre la forma de planear su venganza. La única posible sabiéndose nada en un universo que en nada se parece a sus libros. Pero él se siente capaz de guardar "todos los sueños del mundo".