Novela

Alféreces provisionales

Pedro Maestre

10 octubre, 1999 02:00

Destino. Barcelona, 1999. 208 páginas, 2.500 pesetas

A unque se estrenó en la novela en 1995, con Trapos sucios, fue al año siguiente con Matando dinosaurioscon tirachinas cuando atrajo la atención de críticos y lectores al recaer sobre él el premio Nadal. Demostró entonces ser portador de originales posibilidades creativas, pero en su contra hablaba la levedad de una trama acompasada por una deficiente resolución narrativa. Y defraudó, aunque era buena la idea de expresar la imposibilidad de afrontar fantasmas cotidianos con un arma de tan corto alcance. Desde esa fecha se mantiene su nombre acompañando a otros hechos narrativos de escasa trascendencia que no impiden que se le considere un escritor capaz de algo más sólido.

Esta última novela, Alféreces Provisionales, más elaborada, más rica en sugerencias que las anteriores, afronta esa responsabilidad. En ella vuelve a dar muestras de agudeza e ingenio en el enfoque con el que encara un tema que hace pensar en otras historias ya clásicas, como la de "Demian" o "Holden", donde el único asunto era el tiempo alcanzando la vida de un niño que deja de serlo. Así, también aquí la entrada en la adolescencia, la conciencia del tiempo, es el hecho desencadenante. La única trama de las preocupaciones en la vida de un niño de trece años llamado Miguel Cancelet, que estudia 8º y vive en el "barrio de San Antón", en la "calle Alféreces Provisionales, nº 13, 4º I". Desde su perspectiva expresa el narrador su tiempo mientras enfila la calle, la familia, los amigos..., todas las cosas que empezó a echar de menos un agosto lleno de deberes de matemáticas y ausente de perspectivas.

ésa es su trama, la de una novela de aprendizaje cuyo objetivo no es dejar zanjada ninguna clase de acción sorprendente sino reflejar la percepción de la vida durante esos años reseñados desde la nebulosa que siempre impregna la memoria. De acuerdo con ella está la lógica secuencial de los momentos evocados, resumidos en escenas que adquieren coherencia y consistencia sobre el mapa de líneas fantasmagóricas trazadas al arbitrio del tiempo interior. El que mide la intensidad de las primeras compañías, de los amores secretos, de los primeros desacuerdos con la vida, de los últimos estertores de la niñez. Lo novedoso no está, pues, en el tema, ni en el enfoque retrospectivo del relato, ni en la idea del joven perdido en el revoltijo por el que titubea sin saber cómo llegar a ser él mismo. En este sentido la novela resulta entrañable y sugerente, pero no ofrece grandes aciertos, ni graves errores. Es en la composición y en la disposición de la materia narrada, en las singulares pautas desde las que se encuadra el mundo social, de reyertas y nuevos afanes de finales de los 70 y principios de los 80, el entorno familiar, el marco de juegos e intereses juveniles de la generación de Miguel, donde se disfruta lo mejor del libro. En el intercalado de todo un expresivo material gráfico que acompaña el curso de sus ensoñaciones, subrayando, a partir de dibujos y, sobre todo, de ejercicios de matemáticas de creciente dificultad, su percepción de una realidad que parecía hecha de verdades exactas. Hasta que el programa de geometría reveló nuevas variables y las figuras conocidas complicaron sus formas. Como si el mundo de Miguel lo describieran ecuaciones llenas de incógnitas casi imposibles de resolver. Esta idea, que al inicio de la lectura parece entorpecerla, porque tarda en acompasarse con un ritmo narrativo intencionadamente sincopado, salva sus deficiencias y embellece el relato. Que no sólo abraza al protagonista resistiéndose a que el tiempo alcance a todas sus verdades. Además consigue encerrar una bonita historia.