Novela

La felicidad no da el dinero

Germán Sierra

16 enero, 2000 01:00

Debate. Madrid, 1999. 190 páginas, 2.400 pesetas

A rriesgada, conceptual e imaginativa fue la novela con la que se estrenó en la literatura Germán Sierra (La Coruña, 1960) hace poco más de tres años. Su título, El espacio aparentemente perdido, arropaba una historia que lograba conciliar, con originalidad y coherencia, un relato de impecable factura literaria junto a una catarata de conceptos tomados de las corrientes de pensamiento contemporáneo más interesantes.

Ahora, en esta segunda novela -La felicidad no da el dinero- nos encontramos con un argumento débil, o al menos no lo suficientemente sólido como para sostener el peso de la tensión intelectual pretendida por su autor. Un argumento acorde con sus propósitos de refutar los valores que marcan el compás del mundo actual; acorde, también, con sus dotes de observador del comportamiento humano; reflexivo, irónico, crítico... Rasgos configuradores de un estilo elaborado con esmero, ingenioso y conceptual, de lenguaje rico y de cuidadas formas expresivas, con tendencia, eso sí, a exhibir su cultura libresca. Por lo demás no merece objeciones el planteamiento de una idea que busca representar la tragicomedia de ambiciones indicadoras de la devaluación del individuo de nuestro tiempo.

Tampoco lo merece el ocurrente procedimiento de trasladar a una novela la sofisticada estructura de la red Internet para convertir sus movimientos y sus direcciones en el artificio literario sobre el que cobra sentido la acción. Una red de referencias espaciales fragmentarias, simuladoras del espacio cibernético, desprovisto de coordenadas geográficas, de otras señas de identidad que las imprescindibles para reconocer a los usuarios a través de las direcciones de sus respectivos correos electrónicos. Por ella se mueven los protagonistas de esta trama: gentes del mundo de la moda, de empresa, de publicidad, de la comunicación...; todos a la altura de sus propósitos, miembros, ellos, ellas y el escritor que sirve de contraste a sus afanes, de esa generación tomada por "inquietudes abstractas", por la sensación de "culpabilidad" y "fracaso".

Lo que sí merece objeciones y pone trabas a la ficción representada es que ésta se vea forzada para obedecer a unas intenciones, y sus personajes estén avocados a confirmar unos razonamientos teóricos que absorben y se imponen por su densidad y trascendencia. Esto es, que el resultado sea una interesante crítica a las estrategias mediáticas, a su poder de convocatoria y a su capacidad para desproveer al ser humano de su posibilidad de ser lo que él elija. Que, además, aporte el trasvase de un término científico -"transgénesis"- para reivindicar la urgencia de un nuevo enfoque que modifique las circunstancias de esta sociedad y acabe con los actuales "mitos del progreso" en aras de la recuperación del "individuo". En este sentido este libro se ofrece con los mejores argumentos de un humanista. Pero su intento de novelar esta idea, de darle cuerpo narrativo, se queda en una excusa corta para la altura de la razón que la defiende.