La cajita de lágrimas
Ángeles de Irisarri
5 marzo, 2000 01:00Verdad que remite al siglo XIII, al ambiente de la corte del rey Alfonso -rey de Castilla y Toledo-, a los entresijos de unas costumbres sociales asentadas sobre la convivencia de tres culturas y dominadas por la fuerza de la credulidad popular, a la presencia lateral de asuntos políticos tomados por la sinrazón de las crispaciones entre cristianos y almohades, en La cajita de lágrimas. Aquí se cuenta, con los rigores de lo cierto y las licencias de la fantasía, la historia "De cómo la condesa de Haro y el caballero de Languedoc unieron sus destinos en la batalla de las Navas de Tolosa". Se narra, con el procedimiento de la alternancia de episodios, la peripecia de una dama noble en busca del quinto marido que le otorgue un heredero para evitar la extinción de su linaje. Pero se habla, sobre todo, del arrojo de una mujer humillada y maltratada por el fervor con el que entonces se imponían absurdas maldiciones. Y se lee con la fluidez a la que esta autora nos tienen acostumbrados, fluidez sólo entorpecida por cierto deje relamido en el estilo empleado.
Del mismo exceso peca la historia -de una fantasía deslumbrante- de Las Damas del Fin del Mundo. Cambia, eso sí, el contexto y tras él un lujoso despliegue de imaginación y rigor escénico. Pues por esta obra abandonamos la realidad de la Provenza y Castilla para adentrarnos en la magia de un territorio asediado, sólo de manera transversal, por las calamidades que suceden más allá de la Galicia medieval. Allí el fin del mundo se llama Finisterre, lo presiden "meigas" y "meigallos", lo pasea la "santa compaña", y lo gobiernan creencias mágicas que hacen posible lo impredecible. Su novela resulta así un verdadero lujo de palabras y argumento al alcance de todos.