Novela

Nublares

Antonio Pérez Henares

12 marzo, 2000 01:00

Plaza & Janés. Barcelona, 2000. 271 páginas, 2.600 pesetas

El autor confirma sus dotes de narrador inteligente y contumaz y la capacidad de análisis social propia de su experiencia periodística

Con Nublares comparece de nuevo en la novela el reconocido periodista Antonio Pérez Henares (Guadalajara, 1953). Con ella confirma, además de su apuesta por el género novelesco, sus dotes de narrador contumaz, inteligente y descriptivo, su inclinación hacia temas relacionados con una notable formación humanística y la capacidad de observación y de análisis social propia de su larga experiencia periodística. Desde esa perspectiva Nublares puede abordarse como una parábola de nuestra civilización, o como una fábula que expone, a través de la historia de un clan primitivo, el historial de males sociales endémicos en que se inicia una comunidad regida por los principios de una naturaleza en estado puro, y asentada en el ejercicio de un poder esgrimido con la fuerza de la tierra, el agua, el aire y el fuego: sus cuatro elementos. En esa lectura puede descubrirse a un autor capaz de un minucioso esfuerzo por construir un fresco de la vida cotidiana, de las normas sociales y las costumbres morales de los primeros pobladores del territorio peninsular.

Con esa coartada y con el soporte estructural de las primeras novelas de aventuras, idea el autor un argumento localizado en un tiempo impreciso y lejano, y en un escenario que disfraza de nombres ficticios los bosques, ríos y montañas sobre los que se asienta la trama. Esa tendencia a trascender la visión del paisaje, a integrar en él leyendas y misterios, sobresalía en su novela anterior, El río de la lamia, localizada en la geografía mitificada de La Alcarria. Pero si en aquélla adquiría excesivo protagonismo y dispersaba el sentido unitario de la línea argumental, aquí está al servicio de una peripecia novelesca que expone con claridad sus simbólicos fines: representar la iniciación a la vida y la sociedad humanas, mostrar sus leyes y sus principales enemigos. De ahí que la historia se ampare en una composición tradicional; que organizada en nueve capítulos cuyo título anticipa el episodio que contienen, avance en línea recta, sin interpolaciones ni digresiones, en manos de una tercera persona narrativa. Y que la aventura, y lo que impulsa a su héroe en medio de una naturaleza proveedora de recursos, implique la lucha de éste contra obstáculos y adversidades que ha de superar hasta alcanzar el equilibrio entre sus fuerzas y sus potencias.

En este sentido se ofrece como una novela iniciática -en la que el amor desempeña un papel fundamental- salpicada, con discreción, por moralidades y enseñanzas. Destaca en ella, sobre todo, la imaginería recreadora de costumbres primitivas; el proceso de los rituales de aprendizaje, la trabada disposición de avatares y sucesos y, especialmente, la minucia de sus descripciones. Ahí reside también el mayor defecto: en el excesivo empeño por narrar pormenores. Eso, unido a la presencia de un tono narrativo que puede llegar a resultar monótono, perjudican el ritmo de una trama que podría considerarse ejemplar.

Cuenta la historia de un joven guerrero, orgulloso, rebelde y reacio a servir las costumbres de un clan aferrado a leyes inamovibles. Cuenta, además, la de un "Pueblo de hombres antiguos" que, en un pasado indefinido, combatía unido hasta que estalló la guerra entre ellos. Nadie sabe cuándo ni por qué empezó todo, pero desde entonces el odio y la rivalidad justifican los más irracionales métodos para cumplir con una tradición arraigada en la superchería. Aunque ésta atente contra valores individuales y colectivos. Cuestionarlos implica vulnerar los principios esenciales de la tribu, denunciar sus males y afrontar las consecuencias.

ésa es la misión, el destino, del héroe protagonista de estas páginas que denuncian, en el fondo, una visión del mundo. Que salen en defensa del individuo y de lo humano.