Novela

Cazadores de tigres

Aingeru Epaltza

31 mayo, 2000 02:00

Xórdica. Zaragoza, 2000. 121 páginas, 1.900 pesetas

He aquí una trama pensada y medida para contener, desde una visión más lírica que épica, más humana que social, crónica y ficción

Aingeru Epaltza (Pamplona, 1960), autor de una ya considerable obra narrativa en lengua vasca de la que dos títulos han sido traducidos al castellano (Agua turbia, y Cazadores de tigres, esta última ganadora del "Premio Euskadi" en 1997), pertenece -junto a Juan Garzia e Inazio Mujika, entre otros- a la última generación de creadores que, más que tomar el relevo, suma sus propuestas narrativas a las de voces mayores tan consolidadas como Atxaga, Saizarbitoria, Lertxundi, Sarrionaindía... Propuestas que, a juzgar por lo que nos llega, revisten de exigencia y calidad, de lirismo y de sentido, historias noveladas desde originales perspectivas.

De esos aciertos, reforzados por la presencia de valores estéticos que refrendan la calidad de su escritura, se alimentan los motivos y el argumento de esta novela de Epaltza, Cazadores de tigres. Los primeros sirven de soporte a una trama pensada y medida para contener, desde una visión más lírica que épica, más humana que social, crónica y ficción. Pues habla, en ella, de una historia personal y una realidad colectiva; de memoria histórica y de vivencias y experiencias individuales; de guerras, emigración y exilio. Para contar, desde el objetivo de la mirada de un niño, y desde el filtro de la memoria y la conciencia de un adulto, en qué consistía la vida de una familia vasca durante ese tiempo de guerras encadenadas que comenzó con la guerra civil española y se prolongó hasta el final de la II Guerra Mundial. No para detenerse en pormenores de lo que fueron una y otra, ni en lo que supuso la derrota para aquellas familias que, en 1939, tuvieron que exiliarse -"en su propio país, pero exilio al fin y al cabo"- y a continuación separarse para que uno de sus miembros probara suerte en el "Nuevo Mundo". Sino para sugerir, con escenas tomadas de esa realidad social localizada en una geografía real y en un espacio histórico concreto, un cuadro testimonial, expresivo y veraz de lo que comenzó a ser la vida cotidiana de quienes perdieron no sólo la guerra; también, con ella, "todo lo demás".

Pero este valor documental no es algo explícito en una novela que hay que ir desenredando, y ése es uno de sus valores. Se insinúa a través de un argumento sostenido en una tercera persona, que aparenta objetividad mientras logra tocar el fondo del ánimo de sus dos protagonistas, y montado sobre una delicada morfología narrativa; ésta se organiza en secuencias que, alternadas, expresan lo que sucede el mismo día en dos escenarios reales: Larresoro y Venezuela.

El primero contiene las vivencias del niño en un paisaje acostumbrado a la ausencia de su padre, a la presencia de alemanes en las calles, al eco de las conversaciones de los mayores interpretando "incomprensibles emisiones radiofónicas" y localizando en un "atlas" la geografía de todos los nombres por los que pasaba la guerra. El segundo recoge la particular jornada de un adulto, su padre, desde hace cuatro años ocupado en trabajar para una empresa americana y ese día entregado a una partida organizada para cazar a un "tigre" asesino.

Todo surge a raíz del sueño, "abigarrado y amenazador", con el que esa mañana despiertan ambos. Ese es el motivo que dirige la intriga novelesca y la encamina, por las zonas sombrías de los recuerdos del adulto, hacia el final de esa jornada de "caza" real y simbólica. Que consiste, para uno y otro, en hacer frente a "la fiera" y acabar con los fantasmas de esa última pesadilla.