Las murallas del mundo
Álvaro Valverde
5 julio, 2000 02:00El carácter poemático se infiltra en una prosa culta, que encierra alguna adjetivación discutible ("el calor [...] se muestra impasible", pág. 46; "sopor indulgente", pág.85) pero que, en general, es de notable pulcritud expresiva, con mínimos deslices ("atrona", pág. 173; "la jerarquizada casta [...] me disuadieron", pág. 223). El lirismo, sin embargo, no radica tanto en el lenguaje como en la mirada, en el ángulo de visión, en la selección de elementos: paseos por las calles de la infancia, reencuentro con amigos de juventud, como Fulgencio, Luis o Sofía, cuyas diferentes trayectorias subrayan lo irrecuperable de la antigua relación. La atención se centra en los estragos del tiempo; la mirada se detiene en edificios envejecidos, en restos de antiguas construcciones, en vestigios de un pasado que Ginés Ayala enfoca al principio con carácter profesional -puesto que ha de elaborar un informe sobre el patrimonio artístico del lugar- pero que muy pronto se mezcla con la perspectiva sentimental, que incluye una historia de renuncias y una relación mixta de amor y odio con la ciudad natal. Una ciudad innominada en la novela, pero cuyos detalles corresponden sin duda a Plasencia, como también algunos de los personajes. Incluso existe un curioso desdoblamiento, porque si Ginés Ayala tiene mucho del propio autor, también es contrafigura del mismo el poeta Alberto Valdivia, del que se cita un verso -"Habito una ciudad de la memoria" (pág. 176)- que pertenece al poema de Valverde "Memoria de Plasencia", del libro A debida distancia. Otro personaje episódico, Lucas Llotas, es trasunto evidente del singular escritor Gonzalo Hidalgo, y hasta dos empleados de la Caja de Ahorros que aparecen fugazmente (pág. 83) responden a personas que muchos lectores de la comarca identificarán sin dificultad. Acaso ciertas fáciles claves de esta naturaleza podrían haberse encubierto más, de modo que la reproducción no prevaleciera sobre la invención; y también requeriría poda algún comentario improcedente, como el relativo a los cipreses, "símbolos sin porqué de la muerte" (pág. 234). Pero claro que hay un porqué, un motivo: nace en la mitología griega, con la historia de Ciparisos; se transfiere a los ritos funerarios helénicos y se expande, con el tiempo, por las culturas del Mediterráneo.
Las murallas del mundo no es una novela de grandes sucesos. Lo que predomina es la creación de unos caracteres y de un ambiente. álvaro Valverde ha plasmado con hondura una imagen literaria de la ciudad de Plasencia como probablemente no existía antes. Ha utilizado para ello vivencias y reflexiones auténticas, acreditadas por su ya dilatado ejercicio poético, y el resultado es notable, a pesar de ciertas ingenuidades. Con el penoso final de Luis y la despedida de Sofía, Ginés Ayala corta simbólicamente el cordón umbilical que lo unía al pasado. Si Valverde persiste en la literatura narrativa tendrá que hacerlo alejándose de ese mundo temático cerrado que aquí parece definitivamente concluso.