Image: La segunda visita de Ana Ozores

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Novela

La segunda visita de Ana Ozores

Ramón Tamanes

12 julio, 2000 02:00

Ramón Tamanes

Sial. Madrid, 2000. 491 páginas, 2.500 pesetas.

Tamames ha trazado un fresco rigurosamente documentado para darle a la "heroína" clariniana la oportunidad que su autor no quiso concederle

Concibe Ramón Tamames la idea de este libro, calificado en el prólogo por Francisco Umbral de "brillante osadía literaria", a partir de dos legítimas ambiciones: la del apasionado estudioso de la Historia, y la del lector cautivado por el mundo novelesco de Clarín, que dio forma y sentido a La Regenta, uno de los personajes de mayor raigambre y tradición en nuestra Literatura. La primera se traduce en la incisiva y minuciosa reconstrucción del mundo social, político y cultural del último tercio del siglo XIX en España, esa época -dice el propio autor- llena de "ideas, desastres y esperanzas". La segunda le lleva a un empeño mucho más difícil y arriesgado, servirse del más clásico, atractivo y seductor artificio literario; de ese juego tan cervantino que ha sembrado nuestra narrativa de intentos "metaliterarios", no siempre logrados. Pero Tamames asume el riesgo y hace de ésta, su segunda novela, (Historia de Elio, en 1976, fue la primera) un reto lleno de méritos pero no exento de objeciones.

Consiste éste en componer una construcción de morfología excepcional a la que se suma un argumento alimentado no tanto en las claves del forjado por Leopoldo Alas sobre ese microcosmos cruel y cerrado contenido en su "heroica ciudad", Vetusta, perfectamente resumido por Umbral al juzgarla "crónica de una época, drama de una vida y denuncia absoluta de una sociedad", como en el trazado de un fresco rigurosamente documentado para acoger a esa "heroína" clariniana y darle la oportunidad que su autor no quiso concederle. La de alejarla de ese mundo y esas circunstancias que atenazaron su vida y la condujeron a su "caída".

Así, como un día (en un acertado artículo periodístico) Andrés Amorós ideó "otro final para Pascual Duarte", idea ahora Ramón Tamames otro argumento que redima y consienta otro final para Ana Ozores: su "segunda vida".

Que en ningún caso pretende ser fiel continuación de la primera, a la que homenajea como irrepetible ficción e inigualable crítica de una sociedad capaz de determinar cualquier proceso de realización individual que atente contra sus sólidas estructuras morales. Por eso no hemos de caer en comparaciones que no vienen al caso.

ésta es otra historia; comienza retomando la célebre escena final de la anterior y, con ella, a su protagonista que, siendo la misma, es otra. Arrastra el mismo espíritu doliente e inquieto, el mismo afán por ver la vida con los ojos de la literatura, la misma inseguridad emocional. Pero el marco es otro y son múltiples las alternativas que para ella crea el autor de su segunda oportunidad al traerla al bullicio político, social y cultural del Madrid de la Restauración. Y convertirla en el personaje que se construye al hilo de lo que bulle en su tiempo: en una precursora de la mujer controvertida, culta, reivindicativa y carismática que acaba siendo en el tránsito por esta nueva vida. Veinticinco años dura su andadura -los que van de 1880 a 1906-, entre Madrid y París, entre los ecos de la última guerra carlista, la cuestión palpitante de las "provincias de Ultramar", las discrepancias de la Iglesia; entre veladas políticas y literarias, transformaciones sociales y urbanas, nuevas modas y nuevas tendencias para un orden de vida que se tambalea.

Entre toda esa realidad socio-histórica de la que se da rigurosa y documentada noticia y el eco de lo que vaticina una Europa también discutida, viva y cambiante. Semejante arquitectura refuerza la acción de este inmenso, estudiado y excepcional plan novelesco en el que la literatura da entrada a la literatura, a sus grandes creaciones y a sus más destacados personajes. Pero cuando irrumpe el afán testimonial del historiador, de lo que da cuenta el prolijo acervo de notas, documentos y fragmentos intercalados en estas páginas, éste invade la trama y la ficción pierde pulso. A esta objeción, que para muchos no le será pues es cierto que otorga credibilidad a la realidad novelística, se suma la de una prosa culta que, si bien resuelve con agilidad en el buen uso de los recursos clásicos que el autor emula, resulta refinada en exceso y tal artificio representa una amenaza hacia el tono escogido para el narrador omnisciente que conduce la novela. Por lo demás, una "osadía" que en nada desmerece al encomiable esfuerzo que la respalda.