Novela

El balcón de Azaña

Juan Antonio Olmedo

19 julio, 2000 02:00

Renacimiento. Sevilla, 2000. 159 páginas, 2.000 pesetas

Si, como afirma Mario Muchnik, el currículo de un editor es su catálogo, hay que felicitar a Abelardo Linares por la brillante trayectoria del sello Renacimiento, cuya colección "Los cuatro vientos" avalan, después de ocho años de magnífica labor editorial, nombres como los de Benítez Reyes, García Montero, Muñoz Molina, De Villena, García Martín o Miguel d’Ors, entre otros. En esta colección aparece ahora este libro de cuentos de Juan Antonio Olmedo, malagueño de casi cincuenta años, que si bien debuta en el género, es autor de tres poemarios y un texto ensayístico.

Olmedo ha escrito un libro de relatos más que digno, plagado de juegos literarios y de guiños al lector —incluida la referencia velada a su editor, Linares, «conocido librero de viejo sevillano»— y, en muchos casos, con enorme ambición formal. En él se recogen 17 textos breves de temáticas diversas, a los que amalgama con suma sutileza un cierto gusto por la narración de corte historicista y cierta repetida presencia de algunos personajes. Así, podemos encontrar, en la figura de algunos de ellos —el doctor Ceballos, especialmente, pero también los otros médicos que van apareciendo— un atractivo nexo de unión intertextual. Por lo demás, poco tienen en común las peripecias que el autor nos cuenta: el asesinato injusto de un falso informador, el hombre que tiene pesadillas acerca de su futuro, el médico que toma posesión de su nueva plaza en un entorno rural, el científico que se empeña en establecer paralelismos entre su existencia y la del universo o el decrépito Azaña que protagoniza el nostálgico cuento final, que es también el que da nombre a la colección.

Predomina la voz del yo, que el autor tantea constantemente (vale como ejemplo el cuento 10, cuyo estilo imita una jerga juvenil), aunque el autor no descarta otras focalizaciones narrativas. Del mismo modo, tampoco se niega a experimentar con lo formal, como en el relato a que da lugar un prolongado diálogo (12). A ello hay que sumarle un talento que el autor deja claro en todos y cada uno de sus textos: no sólo el tan difícil de empezar y terminar bien una historia breve (véase el final del cuento 4, o el inicio del 11), sino el de poseer un estilo conciso y musical, que tanto tiene que ver con la poesía. Un libro que confirma la trayectoria de su editor y promete mucho de la de su autor.