Jonás el estilita
Edmundo Díaz Conde
19 julio, 2000 02:00Con este planteamiento, Edmundo Díaz Conde ha construido una parábola de la soledad comporánea. Y también la del hombre enfrentado a un sistema que haga lo que haga terminará aniquilándole, o negándole, o creyéndole enajenado, casi como sucede en las novelas de Kafka, cuyos ecos también resuenan al fondo de esta historia. Y, si se quiere ir todavía más lejos, es posible incluso entrever en la trama argumental de Díaz Conde una metáfora del creador frente a sus contemporáneos, del hombre de alma pura -o de instintos perturbados, que tal vez sea lo mismo- despedazado por esa cultura de la televisión y los teléfonos celulares que no entiende la diferencia más que sumada a sus estrategias de captación.
Con todo, es evidente que, además de celebrar las varias lecturas que contiene, el lector más exigente sabrá agradecerle a esta novela su atipicidad, su ausencia absoluta de concesiones a lo que, se supone, cabría esperar de un autor joven y de una primera obra, su enorme ambición y, cómo no, la creación de ese universo tan creíble dentro de lo rocambolesco del planteamiento. Eso es lo que todos los lectores deseamos que haga una novela: que invente las reglas de un juego único, y que nos permita jugar a él.
El único reproche que, a mi modo, se le puede hacer a este libro es el de la excesiva frialdad de su estilo. Edmundo Díaz Conde, otra evidencia, maneja bien el lenguaje, la materia prima de todo escritor. Sin embargo, la suya es una retórica -tal vez condicionada por la trama, por la voz narrativa- que apenas sirve para transmitir sentimientos. Más bien a menudo peca de escrupulosa y detallista. Sin embargo, no es gran reproche el que podría tomarse por halago. Ni sería justo afear el resultado de una escritura tan interesante y tan poco habitual como la de Edmundo Díaz Conde.