Image: Jonás el estilita

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Novela

Jonás el estilita

Edmundo Díaz Conde

19 julio, 2000 02:00

III premio Ciudad de Badajoz. Algaida. Sevilla, 2000. 256 páginas, 2.500 pesetas

Es fácil establecer un rápido paralelismo entre El barón Rampante, la novela de Italo Calvino, y este Jonás el estilita, debut literario de Edmundo Díaz Conde (Orense, 1966), que le valió a su autor el III premio de novela Ciudad de Badajoz. No es descabellado imaginar a Jonás, el rotundo protagonista de esta historia, como una especie de heredero del aristócrata italiano que hizo de su empeño por vivir en los árboles toda una filosofía de la vida y el sacrificio. De un modo similar el joven Jonás decide autoexiliarse en lo alto de una columna que ha mandado construir en mitad de las aguas territoriales, frente a la costa gallega, fijándose -como el personaje de Calvino- difíciles normas de conducta, que seguirá hasta las últimas consecuencias. Para decirlo con las palabras del autor: "Iba a encaramarme a mi columna de hormigón con la seguridad absoluta de no bajar durante el resto de mi vida". Algo que, como verá el lector, no podrá cumplir, aunque no por su causa, por cierto.
Con este planteamiento, Edmundo Díaz Conde ha construido una parábola de la soledad comporánea. Y también la del hombre enfrentado a un sistema que haga lo que haga terminará aniquilándole, o negándole, o creyéndole enajenado, casi como sucede en las novelas de Kafka, cuyos ecos también resuenan al fondo de esta historia. Y, si se quiere ir todavía más lejos, es posible incluso entrever en la trama argumental de Díaz Conde una metáfora del creador frente a sus contemporáneos, del hombre de alma pura -o de instintos perturbados, que tal vez sea lo mismo- despedazado por esa cultura de la televisión y los teléfonos celulares que no entiende la diferencia más que sumada a sus estrategias de captación.

Con todo, es evidente que, además de celebrar las varias lecturas que contiene, el lector más exigente sabrá agradecerle a esta novela su atipicidad, su ausencia absoluta de concesiones a lo que, se supone, cabría esperar de un autor joven y de una primera obra, su enorme ambición y, cómo no, la creación de ese universo tan creíble dentro de lo rocambolesco del planteamiento. Eso es lo que todos los lectores deseamos que haga una novela: que invente las reglas de un juego único, y que nos permita jugar a él.

El único reproche que, a mi modo, se le puede hacer a este libro es el de la excesiva frialdad de su estilo. Edmundo Díaz Conde, otra evidencia, maneja bien el lenguaje, la materia prima de todo escritor. Sin embargo, la suya es una retórica -tal vez condicionada por la trama, por la voz narrativa- que apenas sirve para transmitir sentimientos. Más bien a menudo peca de escrupulosa y detallista. Sin embargo, no es gran reproche el que podría tomarse por halago. Ni sería justo afear el resultado de una escritura tan interesante y tan poco habitual como la de Edmundo Díaz Conde.