Image: Tom Wolfe

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Novela

Tom Wolfe

Provocador en en defensa del imperio Yanki

6 septiembre, 2000 02:00

Tom Wolfe, ilustración de Julián Grau santos

No es la primera vez que Tom Wolfe (La hoguera de las vanidades, Todo un hombre) la emprende con la "izquierda exquisita", pero ahora acaba de publicar un polémico ensayo, políticamente incorrecto, en el que reivindica el actual liderazgo mundial de Estados Unidos al tiempo que satiriza sobre los intelectuales. Y no se salva nadie.

El 31 de diciembre de 1999, ¿algún sabio solitario, único, señaló que había terminado el Primer Siglo Norteamericano y comenzaba el Segundo Siglo Norteamericano? ¿O me lo perdí? ¿Tan siquiera un historiador mencionó que el actual dominio mundial de los Estados Unidos es de tal magnitud que Alejandro Magno, que creía que no había más mundos por conquistar, se hincaría y daría puñetazos en el suelo, desesperado por haber sido un simple guerrero que nunca oyó hablar de fusiones y adquisiciones internacionales, rock y rap, films meteóricos, televisión, la NBA, la Red y el juego de la "globalización"?

Tuve la impresión de que un Siglo Norteamericano sucedía a otro con la pompa y circunstancia con que se desliza un ratón de PC. Recurrí, pues, a los legendarios archivos de encuestas de opinión del Departamento de Comunicaciones de la Universidad de Michigan. Me enviaron los resultados de cuatro, que enfocaban el tema desde distintos ángulos. Según una encuesta, el 73% de los norteamericanos no quiere que su país intervenga en el exterior, salvo en colaboración con otros, presumiblemente para que toda la culpa no recaiga en los Estados Unidos.

Conforme a pautas objetivas, los Estados Unidos pronto llegaron a ser la nación más poderosa, próspera y popular de todos los tiempos. Desde el punto de vista militar, podíamos hacer estallar el planeta con sólo manipular un par de llaves en una base subterránea de lanzamiento de misiles, pero también llevamos a cabo la hazaña técnica más pasmosa de la historia: rompimos las ataduras de la gravedad terrestre y volamos a la Luna. Y ocurrió algo aún más asombroso. Nos transformamos en el país soñado por los socialistas utopistas del XIX, por los Saint-Simon y los Fourier: un El Dorado donde el trabajador medio tendría la libertad política e individual, el dinero y el tiempo libre para realizarse como mejor le pareciese. No bien los Estados Unidos suavizaron las restricciones a la inmigración, en los años 60, comenzó a afluir gente de todas las tierras, colores y credos, de Africa, Asia, América del Sur y el Caribe.

Pero nuestros intelectuales se atrincheraron con la tenacidad de los terriers y rehusaron a someterse a... las circunstancias. "Genocidio cultural" era una frase inspirada, pero en toda esta ópera bufa de fascismo, racismo y genocidio fascista-racista, el verdadero sobreagudo lo dio una tal Susan Sontag. En un artículo de 1967 para Partisan Review titulado "Qué les está pasando a los Estados Unidos", escribió: "La raza blanca es el cáncer de la historia humana; la raza blanca, y sólo ella -sus ideologías e invenciones-, es la que erradica a las poblaciones autónomas por doquiera se extienda, la que ha trastornado el equilibrio ecológico del planeta, la que ahora amenaza la existencia misma de la vida en sí". ¿La raza blanca es el cáncer de la historia humana? ¿Quién era esta mujer? ¿Quién y qué? ¿Una epidemióloga antropológica? ¿Una renombrada autoridad en la historia de las culturas del mundo? En realidad, sólo era una escritorzuela más que se pasaba la vida firmando adhesiones a actos de protesta y subiendo pesadamente a los estrados, entorpecida por su propio estilo, y poseedora de una oblea de estacionamiento para discapacitados válida en Partisan Review. Después de todo, tener la mínima noción del tema del que se hablaba no venía al caso.

El científico o erudito que sólo poseyera un profundo conocimiento de su disciplina no llenaba los requisitos para ser considerado un intelectual. El mejor ejemplo de esto fue Chomsky, un lingöista brillante que determinó, por sí solo, que el lenguaje es una estructura incorporada al sistema nervioso central del Homo sapiens, teoría que los neurólogos han empezado a verificar recientemente porque antes carecían de los instrumentos necesarios. Chomsky no fue conocido como un intelectual hasta que denunció la guerra de Vietnam -de la que sabía poco y nada- y, con ello, se clasificó para su nueva distinción.

Para los intelectuales norteamericanos de la fase del Fascismo Adjetival, 1989 fue un año terrible. En junio, los estudiantes chinos se rebelaron, en Pekín, contra el ancien régime maoísta, desafiaron los tanques e introdujeron en la Plaza de Tiananmen una estatua de la Diosa de la Democracia. Luego, el 9 de noviembre, cayó el Muro de Berlín; en un santiamén, la URSS se colapsó y su imperio de Europa Oriental se desintegró. De acuerdo, fue un desbarajuste; de eso no cabe duda.

Lo importante era no admitir ningún error fundamental. No dejar que nadie pretendiera hacernos creer que sólo porque los Estados Unidos habían triunfado y porque, al abrirse los archivos soviéticos, habían salido a luz (¡maldición!) algunas cosas desafortunadas... Así parece que, en verdad, Hiss y los Rosenberg eran agentes soviéticos... y hasta la caza de brujas, pilar de nuestras creencias (¡maldición, otra vez!), esos libros de Klehr y Haynes en la serie de Yale sobre el comunismo norteamericano, y los de Radosh y Weinstein, dejan bastante en claro que, si bien Joe McCarthy fue el embustero despreciable que siempre supimos que era, los agentes soviéticos se infiltraron realmente en el gobierno de los Estados Unidos. ¡Y ni hablar de los archivos de la Guerra Civil Española! Resulta que los leales llamaron secretamente a los soviéticos apenas iniciadas las hostilidades y, de haber triunfado ellos, ¡España habría sido el primer Estado títere soviético! Y ahora Vietnam, nuestro segundo pilar, nuestra causa más sacrosanta... ¡otra vez esos malditos archivos! ¡Presentan las cosas como si chinos y soviéticos, en connivencia con los comunistas de Vietnam del Norte, hubieran manipulado siempre a los vietcong! ¡Como si la intervención norteamericana hubiera sido una especie de cruzada idealista, emprendida con el único fin de frenar la embestida de las hordas del comunismo magiar en el sudeste asiático!

Quedan nuestros filósofos académicos, nuestras versiones 2000 de Kant, John Stuart Mill y David Hume. Aquí nos topamos con uno de los mejores capítulos de la comedia humana. Los departamentos de filosofía, historia, inglés y literatura comparada, y, en muchas universidades, los de antropología, sociología y hasta psicología, están divididos en dos bandos: los Jóvenes Turcos y los Tontos, para usar la deliciosa terminología propuesta por John L"Heureux en The Handmaid of Desire (La sirvienta del deseo). La mayoría de los Tontos son viejos de 55 a 65 años, pero cualquiera puede serlo fácilmente, ya tenga 28 o 58 años, si pertenece a esa minoría de docentes que todavía creen en las modalidades germánicas decimonónicas de la llamada erudición objetiva. Hoy los claustros de humanidades son colmenas de doctrinas abstrusas: estructuralismo, posestructuralismo, posmodernismo, deconstrucción, teoría de la respuesta del lector... Los nombres varían, pero el subtexto siempre es el mismo: el marxismo quizá esté muerto y el proletariado es un caso perdido, pero podemos encontrar nuevos proletariados -mujeres, gente de color, etnias blancas maltratadas, homosexuales, transexuales, pervertidos de toda índole, pornógrafos, prostitutas (trabajadoras sexuales)-, transformarnos en sus benefactores ideológicos y usarlos para expresar nuestra indignación contra las autoridades y nuestro altivo distanciamiento de sus secuaces burgueses. Esto no será un Marxismo Vulgar; será... un Marxismo Rococó, con la elegancia de Fragonard y la socarronería de Watteau. No insistiremos demasiado en cuestiones políticas que nunca parecen salir bien. En vez de eso, pondremos en evidencia las "verdades" que los Tontos, en su ignorancia, cultivan, y deconstruiremos las mixturas de verdades eternas con que se engañan a sí mismos.

Mostraremos cómo los gobernantes, con una eficiencia ponzoñosa, manipulan nuestro lenguaje corriente para apresarnos en un panóptico invisible (recurro a un neologismo de Michel Foucault). Foucault y su compatriota Jacques Derrida son los grandes ídolos del Marxismo Rococó norteamericano. ¿Podía ser de otro modo? Hoy, como en 1900, nuestros intelectuales siguen siendo pequeños súbditos coloniales que trotan, sudorosos, detrás de sus ídolos franceses.

¿Cómo pudieron haber preferido el esnobismo fácil al trabajo duro, interminable, hercúleo, de adquirir conocimientos? Creo que Nietzsche habría meneado la cabeza ante esas complejas teorías sobre la cognición y la sexualidad. Que se habría hartado del escepticismo, el cinismo, la ironía y el desprecio obstinados de estos académicos.

Los marxistas del imperio soviético de Europa Oriental tuvieron su Havel; los de la Unión Soviética, su Solzhenitsin, y los marxistas rococó norteamericanos ("¡Chauvinismo! ¡Patriotismo!", gritan los intelectuales) pueden sacar provecho de su ejemplo. Si esto es patriotismo, ¡aprovéchenlo al máximo!